Ya en la calle el nº 1040

La grandeza de un hombre

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

TEODORO J. MARTÍNEZ ARÁN/MÉDICO PEDIATRA

La grandeza de un hombre suele medirse por el tamaño del desgarro que nos deja en el corazón cuando se marcha, por la inmensa sensación de pérdida con la que nos ahoga su ausencia, o por las lágrimas que evoca su recuerdo. Esto es así si intentamos ponderarla allí cuando nos deja, cuando más cruel es el dolor, y aún la cálida mirada del ayer parece asomar en el frío e inerte cuerpo que nos abandona.

La grandeza se aprecia mejor al tiempo. Los desgarros sangrantes se convierten en rugosas y permanentes cicatrices, que lucimos orgullosos aquellos que conocimos al ausente, con una profunda sensación de gratitud, honrados por haber conocido a alguien grande, afortunados de haber compartido un trecho de su camino. 

El año pasado perdimos a uno de los grandes, José María Melgares de Aguilar y Mata. Lo fue por su amor a su profesión, por el trato humano a los enfermos que atendía, por la dedicación, por la honestidad, por la humildad, por su lucha por el Servicio de Urgencias del que fue Jefe, por su defensa de un área de salud pequeña frente a otras más grandes, por sus logros y sus derrotas.

Sin embargo, no es el gran médico al que añoro. Es al amigo. Al padre. Al hermano. Al hijo. A ese gran hombre que aún me sonríe en el recuerdo, que me da la palmada afectuosa en el hombro, que escucha con atención, y aconseja con gravedad, con prudencia, con respeto. A ti, amigo, que te llevaste contigo un trozo de nuestro corazón como mísero pago de todo lo que nos dejaste, que nos acompañaste en el viaje haciéndolo más llevadero, más amable, más humano.

Te fuiste demasiado pronto, demasiado rápido, demasiado lejos. Y sólo tu partida hizo evidente la enorme porción que ocupabas en nuestros corazones, y a su vez el fértil poso que dejaste en ellos. Contigo entendí al poeta, pues no importa lo diferentes que sean los destinos que nos marquemos; al llegar a nuestras respectivas Ítacas comprendemos que, al final, lo importante fue el propio camino. Por eso siempre recordaré que, por un tiempo, compartí mi viaje con mi buen amigo José María.

Sit tibi terra levis.

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