Ya en la calle el nº 1040

La fragua de José María Corbalán

Facebook
Twitter
LinkedIn
Pinterest
Pocket
WhatsApp

Añade aquí tu texto de cabecera

Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

JOSÉ ANTONIO MELGARES

La Caravaca del ecuador del S. XX tenía, como el lector recordará, sus propios aromas (como los que emanaban de la Fábrica del Chocolate, de las confiterías y las tiendas de ultramarinos), pero también tenía sus propios sonidos, como los de las campanas, entonces escuchadas en toda la ciudad, los de los alpargateros al golpear el chamarí en el banco, los de las carpinterías y, el de la fragua, cuando el herrero golpeaba el hierro incandescente sobre el yunque para darle la forma que deseaba.

Corbalán durante el servicio militar en Jaca
Corbalán durante el servicio militar en Jaca

En la Glorieta, junto a la campana de la torre de La Concepción, siempre puntual a cada hora del reloj, se percibía desde cualquier lugar del entorno urbano, el golpe seco y continuo con el que José María Corbalán y sus operarios rompían el silencio monótono de la mañana y la tarde a lo largo de todo el año.

José María Corbalán López procedía de la pedanía de Los Royos, donde nació en 1920 y donde su padre José María Corbalán Martínez era herrero en aquel lugar, compatibilizando su profesión habitual con la de matarife, veterinario y hasta practicante, habiendo conseguido un sueldo del Ayuntamiento de Caravaca por sus atenciones médicas al vecindario.

José María Corbalán de bebé, con sus padres en Los Royos
José María Corbalán de bebé, con sus padres en Los Royos

Tras la Guerra Civil, en 1941, el matrimonio formado por el primer José María y Bárbara López Martínez se instaló en Caravaca, adquiriendo una casa en la Corredera que compraron a un antiguo cerrajero que hacía llaves, raseras, badilas y braseros, apunto de jubilarse. Allí se instaló la fragua de Corbalán fabricándose las mismas piezas que fabricaba en Los Royos, además de aros para ruedas de carro, arados y vertederas para labrar y calderas para la cocción de plantas aromáticas con cuya destilación se obtenían esencias.

A los pocos años se retiró el primer José María, quedando al frente de la fragua su hijo, el citado Corbalán López, quien tuvo por único maestro a su padre, siendo autodidacta en muchos aspectos del oficio, que él amplió con la fabricación de cadenas, rejería artística, barandas, estufas de leña y aserrín, chimeneas para cañones antigranizo y un moderno y avanzado sistema de calderas para la destilación de esencias, que patentó, consistente en la incorporación de una cesta metálica que, mediante un sistema de poleas cargaba y descargaba la caldera sin apenas mano de obra, lo que facilitó y agilizó mucho el trabajo de los esencieros.

José María Corbalán, muy conocido y popular en la sociedad caravaqueña, tuvo como operarios a lo largo de la dilatada vida de la fragua, a su primo Jesús (de Cehegín), a Juan de Eladia, a Paco Carraco (futbolista de la época), José de Pinilla, Juan el Chavo y Antonio, entre otros. Todos ellos junto al maestro formaban la típica imagen de la fragua que el pintor Diego Velázquez inmortalizó en su obra “La Fragua de Vulcano”. Durante el buen tiempo desnudo el torso (por el calor que proporcionaba el necesario horno) y martillo en mano golpeando objetos de hierro sobre el yunque, herramienta que por cierto aún conserva la familia.

En 1949 José María contrajo matrimonio con Matilde García Corbalán, fruto del cual vinieron al mundo sus hijos Bárbara Matilde, Ascensión, Josefina (que murió niña) y José María. Todo el pueblo acudía a él para cuanto se relacionaba con el metal ya que era un “manitas” en el sentido estricto de la palabra. Nunca defraudó a nadie ni nadie se sintió insatisfecho con su trabajo. Con su furgoneta Citröen, matrícula de Toledo, acudía al lugar donde se requería su presencia, furgoneta que luego sustituyó por otra de la misma marca, más moderna y con más prestaciones, hasta que se hizo con un coche Morris que adquirió a Juan Ford.

En 1971 la vieja fragua de la Glorieta se quedó pequeña para las dimensiones que adquirió el negocio, haciéndose construir un edificio de nueva planta en la Carretera de Moratalla (antes Andenes), donde las posibilidades espaciales le permitieron la fabricación de estructuras metálicas para naves industriales y la instalación de calefacciones domésticas e industriales, con clientes en Ávila, Alcalá de Henares y muchas otras ciudades españolas.

En 1972 abrió delegación de su empresa en Albacete, a donde se desplazaba desde Caravaca dos veces por semana, teniendo como gerente de aquella en la capital castellano-manchega a su hija Bárbara Matilde, delegación que cerró diez años después cuando vio cercana su jubilación sin que ninguno de sus hijos siguiera la línea laboral puesta por él en marcha. Se jubiló por incapacidad laboral en 1981, por culpa de una vieja lesión en un ojo, motivada por una viruta de hierro incandescente que le afectó a la visión de aquel.

El tiempo libre lo dedicó al cultivo de la amistad con vecinos del Barrio del Carmen, como el médico Nicanor Vidal, Pedro Carrascal, Dimas Sánchez Díaz, Juan Montoya Rico, Juan el Picaor, Pepe López Abad, Antonio Reinón Tobajas y los hermanos Pedro y Alfonso El Caillo entre otros, con quienes fundó, en 1959, la cabila mora Abul Khatar, siendo uno de los forjadores de las Fiestas de la Cruz en su actual configuración.

Tras la jubilación se marchó a vivir a Murcia, haciendo trabajos de artesanía por pura delectación, como la maqueta del Templete a escala, todo en forja, que regaló al Ayuntamiento local para ser dispuesta en el zaguán de acceso a la Casa Consistorial. En Murcia falleció el 29 de septiembre de 2007, arrastrando la vieja pena que le produjo la muerte de su hijo José María, en estúpido accidente de tráfico, mientras cumplía el servicio militar (entonces obligatorio), en Madrid.

Con la desaparición de la fragua de José María Corbalán de la Glorieta, desapareció también parte de la personalidad acústica de Caravaca, y parte también de la contemplación estética de una actividad laboral, muy dura para quien la ejercía, pero muy curiosa y atractiva para quienes aún conservamos en la memoria el golpear del mazo sobre el yunque y la visión del hierro incandescente modelándose con gracia en las manos del experto herrero.

¡Suscríbete!

Recibe cada viernes las noticias más destacadas de la semana

Facebook
Twitter
LinkedIn
Pinterest
Pocket
WhatsApp

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.