Ya en la calle el nº 1040

La Fiesta de San Cristóbal

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

José Antonio Melgares Guerrero/Cronista Oficial de la Región de Murcia, de Caravaca y de la Vera Cruz.

Es frecuente entre los automovilistas encomendarse a la protección de San Cristóbal al iniciar un viaje, como patrón aceptado socialmente por éstos desde la generalización del uso del vehículo de tracción mecánica en manos particulares, en el segundo tercio del pasado S. XX. En Caravaca, durante los años del ecuador del citado siglo y hasta bien entrada la década de los sesenta, la fiesta del patrón de los automovilistas se vino celebrando con gran auge y participación ciudadana, en las inmediaciones temporales de cada diez de julio en que tiene lugar su onomástica (fin de semana antes o fin de semana después), organizada por los conductores locales de vehículos, sobre todo transportistas y agricultores, quienes acudían con sus camiones y tractores al centro neurálgico de la celebración: la Gran Vía (entonces denominada oficialmente Avenida del Generalísimo), para ser bendecidos por el sacerdote que oficiaba la ceremonia en el acto central de la fiesta, que era la misa de campaña en altar improvisado sobre la plataforma de la carrocería de un camión, convenientemente engalanada a tal efecto.

No había en la ciudad muchos vehículos particulares en el tiempo a que me refiero. Unos pocos taxis (en manos de Barrancos, El Polvorista y El Cerdo), motocarros para el transporte, camiones, tractores y motos, muchas motos. La inmensa mayoría de sus propietarios, en la mañana del domingo más cercano a la fiesta (como se ha dicho el 10 de julio), acudían junto a sus familiares y amigos, con sus vehículos limpios y relucientes, a la misa y posterior bendición de los mismos, organizados por la Asociación de Transportistas, en la Gran Vía (inicialmente en el solar municipal donde hoy se levanta el edificio de Correos y más tarde ante la fachada de la Fábrica del Chocolate).

Del aspecto religioso se encargaban los misioneros “Hijos del Corazón de María” popularmente conocidos como los Claretianos, quienes se ocupaban por entonces de la custodia y culto a la reliquia de la Santísima Cruz en su entonces santuario (hoy basílica) del castillo. Allí, en el templo se veneraba, y aún se sigue haciendo, una imagen de San Cristóbal, el gigante de origen cananeo que (según la iconografía cristiana), valiéndose del tronco de un árbol para apoyarse, transportaba sobre sus hombros, desde una a otra orilla de un río innominado, a quienes requerían sus servicios, a cambio del correspondiente estipendio, lo cual le convirtió en el primer transportista de viajeros de la historia. La hagiografía del santo cuenta que un día, mientras ejercía su trabajo, requirió sus servicios un pequeño niño a quien subió a sus espaldas con facilidad. A mitad del río extrañó a Cristóbal el gran peso de aquel, que casi hizo zozobrar su colosal cuerpo; por lo que le preguntó como era posible que pesara tanto un cuerpo tan diminuto. El niño respondió que sobre sus espaldas llevaba al Creador del Universo, que era como llevar el mundo entero sobre sus hombros. Evidentemente se trataba del Niño Dios, a quien Cristóbal, tras esa vivencia, prometió fidelidad y lealtad durante el resto de su existencia. De esta leyenda ya se ocupó Santiago de La Vorágine en su obra La Leyenda Dorada, escrita a mediados del S. XIII.

En realidad se desconoce si existió realmente Cristóbal o es sólo una figuración literaria con resultado plástico. La palabra cristoforo de la que deriva Cristóbal, significa portador de Cristo, y no tiene porqué identificarse con una persona real y concreta. De hecho, la Iglesia Católica suprimió del santoral oficial de la misma la fiesta litúrgica en 1979, aunque los automovilistas lo hubieran aceptado como patrón como sigue haciéndose en la actualidad con gran aceptación popular, y las grandes catedrales y templos mayores sitúen su iconografía a la entrada de los mismos como la de quien traslada a los fieles al interior de ellos, donde se encuentran los sacramentos con los que el hombre logra la salvación eterna.

La historia o leyenda de S. Cristóbal (cuyo nombre pagano fue Réprobo), la narraba cada año en su homilía el claretiano que celebraba la eucaristía el día de su fiesta, sobre la plataforma de un camión en la Gran Vía caravaqueña (recuerdo al P. Eduardo Trigueros entre otros). Y al concluir la misma, como sucedía y sigue sucediendo en la fiesta de San Antón en La Glorieta con los animales domésticos, los asistentes motorizados desfilaban ante el sacerdote que, revestido de capa pluvial, rociaba con agua bendita a conductores y vehículos, tras el rezo de la correspondiente oración impetrando de la Divinidad su protección, así como la buena suerte en sus desplazamientos por los caminos del mundo.

Tras la eucaristía y posterior bendición de conductores y vehículos, se devolvía la imagen del Santo a su iglesia del Castillo en romería, que a veces se alargó espacialmente hasta el lugar de Las Fuentes del Marqués, donde se comía en alegre hermandad y donde transcurría la siesta estival, hasta la hora del regreso vespertino.

La fiesta de S. Cristóbal languideció y hasta se perdió en los últimos años sesenta, diluida en las cercanías temporales de las del Carmen y, también entonces, las del Dieciocho de Julio, pasadas las cuales una gran parte de la población iniciaba sus vacaciones en el campo o en la playa; en este último caso de fines de semana, pues pocos tenían residencia, propia o alquilada, en el litoral.

De aquella fiesta de S. Cristóbal sólo queda en la actualidad la imagen del Santo, situada a los pies de la Nave del Evangelio de la Real Basílica de la Santísima Cruz, imagen inartística que se adquirió en Olot por la Asociación de Transportistas locales ya citada. Y también queda el recuerdo de aquella entre quienes, como el cronista, ya andamos sobrados de años.

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