Ya en la calle el nº 1041

“La escuela del libro y del palo…”

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

HABLANDO CON MIS ALUMNAS nº 6

José Clemente Rubio García, Maestro rural (jubilado)

Rosario Marín López es una de las alumnas mayores en aquel curso de 1978/1979. Hablamos de la Escuela Unitaria de Los Odres. 14 o 15 niños y niñas desde los 6 a los 14 años. Para cuatro de ellos era su último curso.

Hace ya algunos años, estaba tomando un café en la terraza de un bar en Caravaca de la Cruz, al pasar por la calle Rosario con su hijo menor, se me acercó a saludarme y me presentó a su retoño con estas palabras: Te presentó a José Clemente, mi viejo maestro, bueno…, maestro, maestro no era, era otra cosa…con él nos reíamos mucho dando Francés, leíamos El Quijote, a Antonio Machado, por las noches veíamos las estrellas, hacíamos y leíamos poesía, salíamos al campo…

Aquel curso fue para mí un punto de partida, que aunque ya llevaba algúnos años trabajando como maestro, pero fue en Los Odres donde realmente empecé a entender lo que era ser maestro, lo que era la Escuela como un servicio público.

Rosario es una de los cuatro hermanos, sus padres se dedican primordialmente  al pastoreo y tareas agrícolas. Desde muy jovencita, como el resto de hermanos, colabora en todas las tareas domésticas y campesinas. Rosario antes de ir a la escuela, al igual que sus hermanos, ya sabía leer, escribir y, como se decía por aquellos tiempos, las cuatro reglas. Su madre, fue la mayor de siete hermanos y  su madre, la abuela materna de Rosario, ya le enseñó a leer y a escribir. Su padre, Daniel, creador de cuentos poetizados y en las veladas nocturnas de los largos inviernos, narraban y leían todo lo que caía en sus manos. Hay que pensar que la señal de televisión, llegó sobre 1970 y con una señal muy débil .

La escuela de Los Odres la pedí voluntariamente ante el asombro de los presentes. Llegué a mediados de septiembre a ese pequeño pueblo situado al pie de Revolcadores. Los últimos kilómetros eran por camino de tierra, muy mal mantenido.

La escuela estaba abierta, mejor no contar lo que me encontré. Veo como las criaturas se van acercando y me presento. Quiero recordar que hicimos un pequeño juego en la calle.

¡Habrá que limpiar y ordenar aquello…! y, así se hizo.

Hablar con Rosario es una autentica gozada llena de sorpresas y la larga conversación que mantuvimos en esta tarde otoñal, nos dio tiempo para hablar del “maestro Maravillas”, ese “maestro rulandero” que iba de cortijo en cortijo enseñando a las criaturas lo que sabía, que comía cada día en casa de un vecino, y de ahí ese refrán de “pasas más hambre que una maestro de escuela”, pero su madre la sacó muy pronto de la escuela, al ver y no admitir las formas que tenía de enseñar. También hablamos de la Pepa, esa señora mayor, en la Residencia de Personas Mayores donde trabaja Rosario, en su cama, en esas largas noches en la que Rosario le leía a Antonio Machado, las aventuras de Don Quijote y Sancho Panza…

Rosario termina su EGB y se dedica al mundo del trabajo, pero llega un momento que su inquietud por aprender, le lleva a presentarse a las pruebas de Acceso a la Universidad para mayores de 25 años, la aprueba con muy buena nota, pero no se decide a empezar carrera universitaria alguna. Rosario lee mucho y de ahí sus amplios conocimientos que tiene, y cree un disparate el reducir las enseñanzas de las  humanidades en los planes educativos, porque un país, una sociedad sin pensadores, sin filósofos, sin conocer su historia…, tiene un recorrido muy corto.

Volviendo de nuevo a aquella época escolar, la escuela es limpiada por el alumnado y, poco a poco, aquel lugar va tomando otro giro. Se trae mobiliario que sobraban en otros colegios y va cambiando. El invierno empieza pronto y cada escolar va llegando con sus libros en una mano y en la otra un “palo”. Sí, estimados lectores y lectoras, estábamos ya cerca del final del siglo XX y estas escuelas estaban “abandonadas”, el Ayuntamiento las tenía olvidadas. Montamos una vieja estufa de leña y con esos “palos” fuimos pasando el frío y duro invierno de aquel año.

La escuela fue tomando forma y era el lugar de encuentro del vecindario, incluso, por Navidad ya se hizo una Fiesta en el Pueblo y el sitio central era la Escuela. Allí conocí a los Animeros de Caravaca.

Mucho me queda por señalar de lo que estuvimos hablando, pero lo dejo para otra ocasión, ya que sus conversaciones con grandes escritores del momento, sobre el respeto a la naturaleza, el feminismo, la colaboración y apoyo mutuo y tantas otras cosas, que me animan a pedirle a Rosario que no deje de escribir, bien en prosa o en verso, pero que no deje de escribir.

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