Ya en la calle el nº 1040

La epidemia de cólera en Caravaca del verano de 1885

En Caravaca los primeros casos se detectaron en junio de 1885

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Francisco Fernández García/(Archivo Municipal de Caravaca de la Cruz)

A lo largo del siglo XIX dos fueron las veces en que nuestra ciudad se vio afectada por el cólera, en 1855 y en 1885. Esta última llegó a España en agosto de 1884 a través de la provincia de Alicante, extendiéndose en 1885 al resto del país. Tras conocer la noticia, el Ayuntamiento adoptó una serie de medidas preventivas para intentar librarse del contagio y estar preparados para el caso de no conseguirlo. Así pues, el 9 de septiembre de 1884 decidió cerrar el lazareto existente, localizado en el Bañuelo, y construir otro nuevo en el Cabecico Gil de Ras y 4 días mas tarde ordenó cerrar la población dejando solamente 7 entradas: “la Puentecilla, San Francisco, Puertas de Mairena, camino viejo de Archivel, carretera, callejón del Carmen y calle Rafael Tejeo por la carretera”.

En Caravaca los primeros casos se detectaron en junio de 1885. El día 13 de ese mes la Junta Local de Sanidad celebró una reunión, acordando nombrar 3 empleados para la vigilancia de los lazaretos, uno de ellos en calidad de comisario, y 1 peón con una caballería para la limpieza y acarreo de las basuras de las calles. El día 11 volvió a reunirse “en razon a haberse aumentado en esta población el número de invasiones con especialidad en la huerta, y con objeto de atender con exactitud posible al aislamiento de los edificios donde existe algún atacado”, decidiendo aumentar a 4 el número de guardas vigilantes y a 2 los comisarios, provistos de caballería para mejor desempeño del servicio y “la construcción de dos camillas para la conducción de enfermos a los Hospitales”. De todo ello fue informado el Ayuntamiento en la sesión celebrada el 21 de junio “con motivo a las circunstancias de sanidad por que atraviesa varios pueblos de esta provincia y haberse presentado algunos casos de enfermedad sospechosa en este termino municipal, si bien en individuos procedentes de la capital”.

Los primeros casos se produjeron en las zonas rurales, “dos invasiones en la huerta de individuos procedentes de la capital”, pero pronto apareció también en el casco urbano, sobreviniendo el primer fallecimiento el 22 de junio. Contamos con un testimonio excepcional, el D. Daniel Jiménez de Cisneros, que en esa fecha trabajaba como profesor de ciencias en el Colegio de la Santísima Cruz, ubicado en la Casa de la Encomienda, incluido en su libro de memorias Por tierras de Murcia: “Comenzó en un molino inmediato a Cehegín, que llaman La Marrada y no tardó en presentarse en caravaca, en un mísero callejón cerca del colegio, y que llaman de Las Colomeas. Fue una noche muy triste, la de la víspera de San Juan; serena y estrellada convidaba a la meditación; pero, el llanto de las vecinas que habían perdido a su madre, y, aún allí presente el cadáver, veían entregar a las llamas todos los enseres de su pobre vivienda, ponían pavor en el ánimo. Pasé unos cuantos días invadido por el miedo, y veía de continuo malas caras, deseando que me marchara. Me fui a una casa de huéspedes y el sábado, 4 de julio, huí cobardemente a la sierra del Gavilán”. Este comportamiento fue habitual entre los vecinos de Caravaca, el 21 de junio, antes del primer fallecimiento, el periódico local La Luz se hacía eco de ello: “el azote epidémico se cierne sobre nuestras cabezas, y gran número de familias huyes despavoridas”.

En los primeros días de julio el número de afectados aumentó notablemente, especulándose sobre las causas del contagio: “En Caravaca se ha notado que la mayor parte de los coléricos han bebido agua de las acequias procedentes de las hilas de Puente del caldo y Miravetes, en cuyas hilas se lavaron las ropas de los primeros atacados en Benablón y Barranda. Con ese motivo se ha encargado que no se beba otra agua que la de las fuentes vecinales y nacimientos”. Por su parte, los médicos titulares solicitaron al ayuntamiento la contratación de un nuevo médico para que atendiese a los enfermos de los distritos rurales, cuyo número se incrementaba continuamente, ya que ellos tenían dificultades al “ausentarse de la población para atender a aquellos y dejando en el interin abandonados los de esta”. El 8 de julio el Ayuntamiento accedió a la propuesta, señalándole un salario de 20 pesetas diarias con la obligación de fijar su residencia en Barranda “como punto mas céntrico de la parte mas poblada” de los 12 distritos rurales que conformaban el término de Caravaca. El 19 de julio el alcalde informó al resto de concejales la contratación de un conductor de cadáveres más, ante el aumento de “defunciones de coléricos” y también la conveniencia de aumentar el salario del alguacil del Juzgado Municipal para registrase concienzudamente los datos de los fallecidos, “con objeto de evitar los grabes perjuicios que en las presentes circunstancias de epidemia suele ocasionar el dejar de extender las correspondientes inscripciones de defunción por falta de datos”.

A pesar de la epidemia, la vida en la población continuaba con la normalidad habitual, solo interrumpida por los ocasionales actos religiosos realizados pidiendo el fin del contagio. El 16, día de su festividad, se sacó procesionalmente la Virgen del Carmen y el 21, el Ayuntamiento dispuso el traslado de la Vera Cruz a la Parroquial para la celebración de rogativas “para que conceda la salud a estos habitantes y nos libre cuanto antes de la terrible epidemia que nos aflige”. El Diario de Murcia en su edición del día 21, refleja así el estado de la población: “La epidemia ha aumentado algún tanto, pero todavía, ni se ha alarmado la población, ni se ha extendido el pánico que trae consigo una epidemia. Y es que todos estamos persuadidos que las invasiones, que ascienden a ciento y pico, y las defunciones que suman unas sesenta, casi todas ellas han sido producidas por causas que pueden evitarse. Lo temible hoy es el hambre que se echa encima, y se echa en esas personas que se mueren en un rincón de su casa antes de pedir una limosna. Sin embargo aquí hay valentía; las calles animadas, los paseos concurridos como siempre, y, en general, el aspecto de la población es el mismo que tiene todo el año”, información que contradice la publicada en La Paz de Murcia ese mismo día: “Desde el 20 de junio al 18 del actual se han registrado en Caravaca 116 invasiones y 58 defunciones. Desde el 10 del actual ha entrado allí la epidemia en el periodo de avance. Con este motivo han abandonado muchas familias aquella ciudad y, entre ellas, algunos Tenientes de Alcaldes y Regidores”.

A finales de julio parecía que comenzaba a remitir: “estacionada la epidemia algunos días, hoy parece que ha tenido un descenso bastante considerable. Todas las autoridades están en su puesto, cumpliendo con su deber. La plaza es la que está poco vigilada y se consiente vender mucha hortaliza que quizás sea la causa de los casos que se dan. Los médicos también ocupan sus puestos, y las juntas de barrio visitan a los coléricos y les prestan todo su auxilio. Hoy ha hecho un día fatal de calor y se creía que esto iba a aumentar, pero por el contrario, ha disminuido”; sin embargo en agosto se intensificó, siendo durante este mes cuando se produjo mayor número de enfermos y fallecidos. Desaparecieron las medidas preventivas adoptadas para evitar el contagio al considerar “inútil el gasto que representa el acordonamiento de la población” y se abrió una suscripción popular para atender a los gastos, alcanzándose el 4 de agosto la cifra de 4.786 pts. y 88 ctms., a la que se sumaron otras 1.000 pts. enviadas por el Ministerio de la Gobernación correspondiente al fondo de calamidades. El día 8 se publicó una extravagante noticia sobre los intentos de elevar la moral de la ciudad: “Dícesenos de Caravaca que un gran número de jóvenes de lo más escogido de la sociedad, organizó hace noches, con objeto de distraer la opinión pública, aterrorizada con motivo de los graves estragos que causa allí, según se dice oficialmente, la epidemia, un música nocturna que fue disuelta por los serenos y multados al día siguiente por el Alcalde cada uno de los músicos en una peseta”. Las noticias comenzaron a mejorar a mediados de mes; el 11 se informó que los casos habían disminuido considerablemente en el casco urbano, continuando con fuerza en La Encarnación, La Almudema y Barranda y el 19 se confirmó el descenso de los casos de cólera, aumentando curiosamente las enfermedades comunes, “afortunadamente la epidemia colérica trata de marcharse a pasos agigantados de nuestra comarca”, excepto en Archivel, donde se agravó extraordinariamente, por lo que el médico de los distritos rurales se trasladó allí para prestar la asistencia necesaria “con la mayor eficacia y abnegación”. Poco a poco el contagio fue remitiendo, estando a fines de mes la situación casi controlada: “la epidemia decrece en magnitud e intensidad; lo que hace suponer que en breve nos veremos acaso libres del terrible azote”, elogiándose la labor realizada por el alcalde D. Francisco Sánchez Olmo y el Subdelegado de Medicina, D. José Martínez Villalobos, “las dos autoridades, unidas siempre, con un mismo pensamiento, vienen combatiendo con acertadas disposiciones y con una rapidez y energía inexplicables la formación de focos de infección, atendiendo a la vez a los enfermos para que no carezcan de la asistencia moral y material que tanto necesita. Han tenido que improvisarlo todo; vehículos para la conducción de enfermos y cadáveres, conductores, un barracón modelo para Hospital, enfermeros; todo se ha hecho con la mayor precisión, y ni por un momento se ha detenido tan urgente servicio”.

El 6 de septiembre el Ayuntamiento acordó la celebración de un solemne Te deum cantado “en acción de gracias al Todopoderoso por la terminación de la epidemia colérica en esta ciudad”, que tuvo lugar el martes 8. La epidemia remitió en su totalidad a finales de septiembre, dejando un balance final de 196 fallecidos y habiéndose destinado a combatirla 5.038 pts. y 90 ctms.

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