FRANCISCO MARTÍNEZ LÓPEZ
Desde el inicio de la partida la dama blanca había llevado la iniciativa, y ya en los primeros movimientos se había revelado como la pieza más poderosa del tablero. La dama se movía a través de las casillas con una soltura inusitada, las demás piezas murmuraban desconcertadas aunque ninguna se atrevía a alzar la voz. El rey estaba como hipnotizado por aquella pieza de estilizadas formas que despertaba en el monarca las más bajas pasiones. Peones, alfiles y caballos se apresuraban a interponerse en el camino de la dama blanca e intentaban persuadir al rey para que cambiase de casilla.
Sin embargo, el soberano permanecía como hechizado ante los movimientos de su oponente que avanzaba y retrocedía moviéndose voluptuosamente en cualquier dirección del tablero. Finalmente la dama se acercó hasta el oído de su majestad y le susurró con voz pausada y silabeante: ja-que ma-te. El monarca de las figuras negras, vencido y humillado se dirigió hacia las piezas que se apiñaban vencidas y expectantes al borde del tablero y les dijo con semblante apenado y cariacontecido: lo siento, me he equivocado, no volverá a ocurrir.