Ya en la calle el nº 1037

La clave del desorden

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SE VA LA TARDE

Pepe Fuentes Blanc

Se va la tarde a trompicones. Los resplandores de la noche se alinean sobre escuálidos perfiles de hormigón. La ciudad se dibuja en cuestión de segundos bajo un cielo tímido moteado de pecas blancas que iluminan. El miedo se intuye al fondo, más allá de las luces. Este es el escenario de mi encuentro de hoy con el teclado electrónico. La memoria hace estragos calculados y acaecen sobre mí imágenes vivas de emociones sentidas con la gente.         

La gente. Hoy he estado con la gente. Con mucha gente. Yo, antes, necesitaba darme baños de gente. Hace tiempo que la mucha gente no me atrae. Pero hoy he estado con la gente, con mucha gente. He pasado el día en una feria de organizaciones e iniciativas juveniles. Muchos, muchos jóvenes. Pero no me he sentido, para nada, como uno de ellos. Tampoco lo deseo. Yo ya no soy joven. Al menos, no me siento joven tal como se sienten la mayoría de jóvenes que me encuentro. Muchos jóvenes de hoy me preocupan. La acomodación materialista ha hecho nido en gran parte de la juventud: no se rebelan contra nada. Ni yo tampoco ¡Si al menos nos rebeláramos contra la manipulación!

MA-NI-PU-LA-CI-ÓN.  Esta es la clave del desorden. Esta es la técnica y el instrumento esencial que utiliza el poder. Tiene como objetivo, como punto de mira, la confusión y la inversión de las cosas: la manipulación consagrada como técnica tirana que torpedea continuamente la libertad humana. La mayor manipulación consiste en hacernos creer que somos libres, que tenemos opciones, que podemos elegir, mientras nos atarragan de estupidez formalizada que nos aboca sin remedio a ir andando pesadamente y de continuo sobre el légamo de la tontería y de lo trivial. Sólo es libre quien consigue desprenderse de la manipulación de la conciencia. Sólo a unos pocos no les ha quedado enganchada la manipulación. A algunos jóvenes, como a tantos adultos, se les nota la manipulación en la cara, cuando andan, cuando hablan, cuando gorjean.

La sociedad de hoy está aboyada de manipulaciones y mentiras. ¡De eso hay que defenderse! Muy lejos quedan los currículos —aquellos que dictan los sistemas educativos— de contemplar entre sus objetivos el preparar a los jóvenes a defenderse de las amenazas que merodean. Amenazas de los mandarines y benefactores de turno que trastocan la realidad con el claro propósito de que cada vez se piense menos en libertad. La manipulación no tiene siglas, no es cosa de ideología. Se hace urgente propiciar destrezas y habilidades con las que repeler las agresiones a la libertad. La manipulación es la más sanguinaria de las esclavitudes porque se presenta con piel de hecho consumado, de verdad verdadera que no se discute, de sensación de ser retrógrado si no se sigue en el rebaño, de convencimiento de que eres raro si no cacareas ni te deslumbran los slogans que vomita el asfalto.

El recuerdo también se va con la tarde. Con esta tarde que se insinúa plena de sol desentronizado y sin desagravio, posada sobre la peana de luz que se va, avenida a recibir indecisas columnas de sombras que se extienden, al fin, contagiando todo de noche. A pesar de la luna que se hace de rogar pendiente de ser investida de haces de luz ajena. A pesar de la luna crecida, el recuerdo se va con la tarde. Aún queda, sin embargo, la memoria acechante, morigerada y frugal, a veces inoportuna, solícita de otro día coronado que me vuelva a inquietar.

Yo creo en el estupor vívido de cada día. Cada mañana me asombro del misterio que es la vida. Hay una cosa en la que sí que me asemejo a los jóvenes: en que a cada momento, tal como ellos, no tengo más remedio que defenderme de la manipulación que me busca, me amenaza y me ronda buscando la manera de devorarme.

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