Ya en la calle el nº 1041

La casita “harto pobre” de San Juan de la Cruz

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

   José Antonio Melgares Guerrero/Cronista Oficial de la Región de Murcia.

Como ya sabe el lector, hace pocos días se firmó un compromiso entre la propiedad del inmueble y el promotor del proyecto, para la restauración y rehabilitación de la tradicionalmente conocida en Caravaca como “Casa de S. Juan de la Cruz”, en la plaza del Templete, donde se inicia la subida a la Cuesta de la Cruz. Con este acuerdo comienza la conclusión de una etapa vergonzosa para el tejido monumental de la ciudad, entendiendo este en el amplio sentido de la palabra.

Cuando en los últimos años, cada tarde del tres de mayo, asistíamos “in situ” o desde las pantallas de la TV a la celebración del Parlamento, Batalla y posterior Baño de la Cruz, los caravaqueños sentíamos vergüenza al ver el edificio envuelto en la bandera local, que a manera de sudario cubría el cadáver del inmueble, cuya descomposición paulatina no queríamos que vieran los demás.

La recuperación de la “casita harto pobre” que S. Juan compró a unos moriscos (según sus propias palabras), para iniciar la fundación carmelita en 1586, que por fortuna ha llegado hasta nosotros, ha sido proyecto de varios partidos políticos locales, plasmado incluso en sus respectivos programas electorales, sin éxito hasta hoy en que, gracias a la gestión municipal, a la innegable habilidad del P. Pascual Gil Almela (prior del convento), a Luís Melgarejo y también a la generosidad de la propiedad (la familia Zulueta y Sanchís), comienza a ser una realidad.

A mediados de diciembre de 1586, el propio S. Juan de la Cruz, procedente de Granada, llega a Caravaca. “Viene a la fundación de los Descalzos” (afirma el P. Crisógono de Jesús O.C.D. en su libro “Vida y Obras de S. Juan de la Cruz”. B.A.C 1964. Pag 266. Y años después el P. Dionisio Tomás Sanchís y Guillermo Sena Medina). “Comprada una casita que habitan unos moriscos, y acondicionada como convento, toma posesión el día 18 de diciembre de dicho año”.

La conocida secularmente en la ciudad como “Casa de S. Juan de la Cruz”, en el lugar ya referido, no sabemos con seguridad si fue la primera célula urbana del primitivo convento, o si fue la que habitó el carmelita durante el tiempo que duraron los trámites administrativos y legales de la fundación…” a un tiro de piedra del actual convento e iglesia”… o las dos cosas. En cualquier caso es lugar que él mismo pisó y donde vivió, aunque sólo fuera una breve temporada. Tampoco sabemos si fue la edificación que hoy conocemos como tal, u otra en su entorno inmediato, en un barrio cuyo urbanismo actual dista mucho de lo que entonces debió ser, a las afueras de la población, donde se iniciaba, y aún hoy se inicia, el camino de Andalucía. Sin embargo, la tradición (y la tradición es una fuente de la Historia), así lo afirma. Y también lo afirmaba en el S. XIX, cuando con motivo de las celebraciones del IV Centenario de la Fundación, en 1586, una solemne procesión conmemorativa “se detuvo a las puertas de la Casa de S. Juan de la Cruz…” en cuya fachada una lápida conmemorativa, que ha sobrevivido al paso del tiempo, afirma ser ese el lugar adquirido por el Santo Carmelita a “los moriscos que la habitaban”. Hasta el momento no se ha encontrado la escritura de compra, u ”obligación notarial”, suplida ésta por la tradición oral y escrita caravaqueña, que pasa de generación en generación, llegando intacta a la nuestra, ya en el S. XXI.

Tras su restauración y rehabilitación, para lo que se destina la cantidad de 70.000 euros, el lugar podría dedicarse a centro de interpretación carmelita, exponiéndose allí copias de las cartas del Santo a las monjas del Convento de S. José (que fueron quienes propiciaron la fundación masculina), y objetos y mobiliario de la época del Santo, e incluso recuperar la escenografía de la “Celda de S. Juan” que, hasta no hace tantos años podía visitarse en el convento y  bien conocíamos los niños de mi generación que hicimos nuestra “primaria” en el desaparecido Colegio “Niño Jesús de Praga”, ubicado en parte de lo que hoy es hospedería de peregrinos. No faltarán ideas para convertir el lugar en sitio de acogida carmelita, precisamente donde se inicia el recorrido urbano de los peregrinos y turistas que llegan a la ciudad con la mirada puesta en el Castillo, al pie de la Cruz.

Aprovecho para sugerir a los responsable de la obra, encargar la dirección de la misma a arquitecto ducho en restauración monumental, capaz de leer y entender  el mensaje que el edificio guarda entre sus muros, y capaz también de asesorarse de historiadores y arqueólogos (que no faltan en la ciudad), que le ayuden a descifrar ese mensaje que a nuestra generación puede ofrecer el inmueble, barroco popular, al que se deben enfrentar con humildad y sabiduría.

Sea ésta la casita “harto pobre” que S. Juan compró a los moriscos que la habitaban, a un tiro de piedra del actual emplazamiento del convento, o una muy parecida en sus inmediaciones, lo realmente interesante es que se trata de una edificación de finales del S. XV, de arquitectura popular, con carpintería barroca posterior, que la tradición afirma ser la primera célula de la fundación carmelita que tantos y tan buenos frutos, materiales y espirituales, ha reportado a Caravaca durante cinco largos siglos, a la que deseamos un futuro próspero entre nosotros.

La recuperación de la Casa de S. Juan de la Cruz podría ser el comienzo de una serie de restauraciones  necesarias en la ciudad, ya con la mirada puesta en el “Jubilar 2024”. El viejo Palacio de la Encomienda, el Convento de S. José, el Hotel Victoria y otros inmuebles de aparente menor interés, aguardan su turno, sin importarle la pandemia de “coronavirus” que acosa a nuestra generación. Los caravaqueños hemos sido capaces de recuperar “La Compañía”, de restaurar parte importante del tejido monumental urbano y suburbano. Ahora toca el turno a la “Casa de S. Juan de la Cruz”; pero no debemos detenernos ahí, ni mucho menos complacernos con lo realizado, sino seguir trabajando en el surco de la recuperación de nuestro pasado, en beneficio del futuro de los hijos.

 

 

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