Ya en la calle el nº 1040

La caravaqueña, la más antigua Semana Santa de Murcia

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

JOSÉ ANTONIO MELGARES GUERRERO/Cronista oficial de la Región de Murcia

El pasado doce de marzo tuve oportunidad de asistir a la conferencia pronunciada por el académico y archivero Vicente Montojo, titulada “Las hermandades surgidas de las Órdenes Religiosas en la región de Murcia”, dentro del ciclo organizado por la Real Academia Alfonso X el Sabio para conmemorar el 75 aniversario de su nacimiento.

Vicente Montojo, archivero en el Archivo General de la región de Murcia, es un riguroso investigador de larga y fecunda trayectoria, especializado en cofradías y hermandades religiosas en las tierras de la antigua Diócesis de Cartagena, por lo que sus afirmaciones tienen el valor histórico de quien conoce en profundidad el tema que trata. En el transcurso de la conferencia, y ante la sorpresa del Cronista, afirmó Montojo que las primeras manifestaciones de la representación de la Semana Santa en la región de Murcia, tal como ha llegado configurada a nuestros días, a través de las procesiones en que plásticamente se representa la pasión y muerte de Cristo, a la luz de la documentación histórica conocida hasta el momento, tuvieron lugar en Caravaca a mediados del S. XVI. Se trata de documentación que alude a procesiones suscitadas por los frailes franciscanos, que salían a la calle desde la entonces ermita de la Concepción.

Como se sabe, los franciscanos fundaron su primitivo convento en Cara vaca en el mes de febrero de 1571, en lugar incierto en las inmediaciones del Templete (o “Bañadero”) de la Stma. Cruz, desde donde trasladaron su convento al definitivo emplazamiento en El Ejido, en que edificaron convento e iglesia (bajo la advocación de Ntra. Sra. de los Ángeles), habitado hasta 1835 en que la desamortización de Mendizábal acabó con la vida del mismo, edificándose años después sobre sus ruinas, la Plaza de Toros que se inauguró en 1880.

La configuración plástica de la Semana Santa, a base de cuadros escénicos e imágenes de bulto que representaban la pasión y muerte de Cristo fue ideada por los franciscanos (como también lo fue el montaje de belén navideño) para acercar y hacer comprensible al pueblo los misterios de la Redención. Aunque la fundación franciscana caravaqueña se materializó en 1571 como se ha dicho, los frailes debieron andar por las tierras del Noroeste Murciano años antes empleándose en la predicación y evangelización de unas gentes muy islamizadas por su proximidad a la frontera con el reino nazarita de Granada. En esa evangelización emplearon los medios habituales para hacer comprensible al gran público los misterios de la Redención de manera plástica y tangible, asequible a los sentidos.

No es extraño pues, que años antes a su definitivo emplazamiento, en las inmediaciones del Templete como también he dicho, ejercieran su apostolado, y propiciaran las primeras procesiones como afirma Vicente Montojo, las cuales llegaron a la documentación conocida años después, y a los libros de cuentas de la antigua y desaparecida cofradía de “Ntra. Sra. de la Concepción y S. Juan de Letrán” en 1587.

Los frailes franciscanos sembraron la semilla de la Semana Santa antes de 1550, organizándose por la citada cofradía, en esa fecha, una procesión muy sencilla y rudimentaria, en la que sin duda, ante la falta de imágenes se representaría algún cuadro escénico con escenas de la Pasión. De inmediato el interés semanasantero prendió en la sociedad local de la época, y fue la mencionada cofradía la que asumió su organización de inmediato y corrió con los gastos de la misma.

En mi libro: “Crónicas para la Historia de Caravaca” (1991) ya di noticia de la “procesión de disciplina” organizada por la cofradía aludida la tarde del jueves santo de 1587, (que recuérdese se celebraba desde 1550) y que a partir de 1598 tenía lugar antes del anochecer para evitar posibles desmanes amprados por la oscuridad de la noche. Los nazarenos vestían túnicas negras y participaban en el cortejo la orquesta y coro del Salvador. Dos pasos figuraban ya en el cortejo: Cristo con la cruz a cuestas y María Dolorosa. Antes de iniciarse la procesión un predicador (seguro que franciscano o jesuita), enfervorizaba los ánimos de los penitentes participantes, y unos severos regidores cuidaban del orden y recogimiento del desfile.

Otra procesión (también de origen franciscano) organizada por la cofradía de Ntra. Sra. de la Concepción y S. Juan de Letrán y antigüedad parecida a la anterior (años después de 1550) era la del Domingo de Pascua, ya desaparecida como se sabe, cuya documentación por mi conocida data de 1596. Partía al amanecer de la ermita de la Concepción y llegaba al espacio urbano donde hoy se encuentra la Plaza del Arco. En ella tomaba parte la imagen de la Virgen del Refugio, que al llegar a la Plaza aguardaba la llegada del Santísimo Sacramento de la Eucaristía, que era trasladado por un sacerdote en artística custodia desde la cercana iglesia del Salvador. En el momento del encuentro se despojaba a la imagen de la Virgen de su indumentaria de color negro, quedando al descubierto su túnica blanca. Lo mismo sucedía con el pendón de la cofradía y con las capas de los nazarenos. El sacerdote daba la bendición con el Santísimo al pueblo allí congregado, se retiraba la Eucaristía y la imagen de la Virgen regresaba a La Concepción entre la alegría de la Resurrección.

Siempre he defendido que en Caravaca no concluimos la representación plástica de la Semana Santa. Nos quedamos en la muerte y entierro de Cristo, y evitamos el último y más importante capítulo que es su Resurrección (sin duda por la influencia de la época barroca, tan arraigada en nuestras costumbres), lo que sí hacían nuestros antepasados desde mediados del S. XVI hasta fecha incierta seguramente del S. XIX. La Procesión del Resucitado, y la recuperación de la “Carraca” como sonido de la Semana Santa local, son dos asignaturas pendientes que nuestra generación no puede dejar sin acometer, en la seguridad de que si no lo hacemos nuestros descendientes nos lo recriminarán en el futuro. Casi quinientos años de Semana Santa en Caravaca bien merece el reconocimiento de nuestra sociedad a la misma.

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