Francisco Navarro Sánchez
Aquella tarde de primeros de agosto, cuando el calor declina con la puesta de sol, en compañía de mi mujer, iniciamos una caminata jalonada por cipreses, encinas y pinos, plantas aromáticas y el silencio…, con esa calma contemplativa que se apodera y te sobrecoge. Y allí estaba “La Bastía”, una casa en la cima de la montaña, habitada en otro tiempo, con ventanas y puertas abiertas a la soledad de la tarde, alzada como mirador del Campo de Béjar. En su interior se había detenido el tiempo: unas sillas desvencijadas de anea, una tela mugrienta colgaba de una balda de la alacena y una mesa pequeña de rústica madera donde comían los nueve hermanos, el matrimonio y el abuelo.
Desde allí, bajaban tres niñas y dos niños con edades escalonadas, andando una hora de camino a la que fuera mi primera escuela rural en “La Pava”. Eran niños despiertos, siempre llegaban puntuales, sin reparos a las inclemencias del tiempo. Como recuerdo de una vivencia extrema, me viene a la memoria aquella tarde que empezó a caer una fuerte nevada e intenté llevarlos a su casa con mi viejo Seat 600. Al empezar a subir la cuesta de muy difícil acceso, mi viejo coche me dijo: basta y, desde allí subieron a su casa caminando. Uno de ellos, Miguel, ha formado una familia en EE.UU. y trabaja en la NASA.
Otros niños llegaban de distintos lugares del Campo de Béjar, alejados de la escuela: Casa de Eras, la Pava, Casa del Pobre, el Pajarejo, Casa Soria, los Álamos, las Tablas, Casa Nueva, la Venta y Benamor. Lugares alejados del Centro que los niños y niñas hacían caminando, a veces más de media hora. También mi coche llegaba al colegio lleno de niños que recogía a lo largo del trayecto. Uno de ellos, Paco, lo recogía en Benamor y aparecía cuando estaba llegando al lugar porque su madre le decía: “ no salgas a la carretera hasta que no veas el coche del maestro”.
Era una escuela unitaria con treinta niños y niñas de todas la edades. En la actualidad en el Campo de Béjar no hay ningún niño y sólo quedan de forma permanente menos de diez personas mayores, lo que refleja el abandono del medio rural, y que tiene como consecuencia la despoblación.
Historia reciente, real, no escrita, llena de dificultades y de carencias y también de convivencia y respeto con el entorno natural que nos acerca a la situación económica, social y cultural que ha vivido y persiste en el medio rural de Moratalla.
Como pequeño homenaje a la que fue mi primera escuela todos los domingos, con la grata compañía de mi amigo Nicolás, damos largos paseos por aquellos entrañables lugares. Después vamos a reponer fuerzas con holgura a la que fuera mi primera escuela, hoy transformada en un bar familiar y acogedor que regentan Loli y Paco, dos de mis antiguos alumnos.
Escuela unitaria, hoy bar.