ANTONIO F. JIMÉNEZ
Ahora que ha salido un nuevo libro de Francisco Umbral, el segundo póstumo, voy a la librería y pregunto por primera vez en mi vida por lo último de pacumbral. El señor me dice que sí, que les llegó ayer. Diario de un noctámbulo recoge artículos de hace casi sesenta años: los que firmaba y leía un tal Francisco Pérez por las noches con una voz grave y afectada en la radio de León. Ojeo el prólogo del escritor leonés Luis Mateo Díez, quien dice tener un recuerdo más o menos «vagoroso» de la voz de Umbral. En casa, antes de pasar a la lectura de los artículos, decido oír antes esa voz en algún vídeo de You Tube. Pincho en el más reciente: una entrevista quizá de las últimas que le hacían. Pero ya sólo oigo un laconismo del aburrimiento y de la vejez; palabras repetidas tantas veces, ahora ya suspiradas, quebradas, sin aliento. Mi abuelo me dijo una vez que a la gente le cambia dos veces la voz en su vida: la primera para dejar la niñez y la otra para morirse. Umbral estaba en las postrimerías de la vida. Como tenía reciente el hospital, el entrevistador le preguntó si se puede soñar durante un sueño artificial, de anestesia. Umbral dijo que sí, que él soñó que su compañero de habitación había construido un avión de cartón que iba de Madrid a Majadahonda. Tuvo que hablarlo con el protagonista para contrastar. Llevo unos días que no me quito la anécdota de encima: un Umbral viejo, con el barrunto de su muerte relampagueando en los gallos de su voz. Ése no es el último Umbral que he comprado en la librería. Me podría haber quedado con lo de «vagoroso» de Mateo Díez y punto. La realidad lo desbarata todo, se ensaña hasta con un bonito avión de cartón.