Ya en la calle el nº 1040

Juanito Atocha

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

JOSÉ ANTONIO MELGARES/CRONISTA OFICIAL DE LA REGIÓN DE MURCIA

Para comenzar he de aclarar que ATOCHA no es apellido en Caravaca, sino el sobrenombre o mote popular y cariñoso por el que se conoce a una familia de acreditados carniceros locales, que comenzó con Juan Pedro Robles Sánchez quien, dedicado a la agricultura y a la ganadería, se las hubo de ingeniar para sacar adelante a sus ocho hijos, uno de los cuales Jesús Robles Muñoz, se dedicó al comercio de la carne utilizando la materia prima facilitada por su propio padre, en un puesto que, cada mañana abría en la Plaza Nueva, donde a diario se celebraba el mercado hasta la inauguración de la Plaza de Abastos, en 1929.

Jesús abrió posteriormente carnicería en la C. Mayor, esquina al Pilar (donde luego se estableció el negocio de orfebrería de Miguel “el Platero”), hasta la apertura del mercado de abastos, donde abrió caseta propia ayudado por su mujer y, ocasionalmente, por alguno de sus hermanos (Antonio y Joaquín).

Contrajo matrimonio Jesús en 1944 con Rosa Sánchez de la Rosa Elbal, estableciendo el domicilio familiar en la C. de Los Ciruelos, donde vinieron al mundo sus tres hijos: Rosa (que falleció prematuramente), Josefina y Juan. Con el tiempo la familia trasladó su residencia a Poeta Ibáñez 45, donde vivieron los hijos hasta que cada uno de ellos formó su propia unidad familiar.

El menor de ellos, Juan, que nació en 1944, se incorporó al negocio familiar tras regresar del servicio militar, realizado como voluntario en la Academia General del Aire de San Javier. Relevó a su madre en el trabajo y fue asumiendo paulatinamente las responsabilidades del oficio, mientras su padre simultaneaba el trabajo en la carnicería con el comercio de corderos adquiridos a los ganaderos de Nerpio, Santiago de la Espada, Puebla de D. Fadrique y todo el campo de Caravaca que, estabulados en gran corral ubicado en la C. Junquico, eran trasladados después a Barcelona (primero en tren y luego en camiones), donde los recibían los comerciales y corredores que suministraban el producto a las carnicerías que lo demandaban. La descarga tenía lugar en la estación de Sants, desde donde se trasladaban los corderos hasta un matadero cerca de la Pl. de España. Entre los comerciales que recibían los corderos en la Ciudad Condal se recuerda a Juan Torrelló Miralpaix, y un tal Cortés, quienes dejaron de trabajar para Jesús Atocha cuando abrió Mercabarna y desapareció el matadero de la Pl. de España.

En la plaza de abastos caravaqueña era el alma del puesto Rosa, quien trataba con el público y conocía por su nombre a todas las clientas, sabiendo y satisfaciendo los gustos de cada una de ellas. Allí acudían las amas de casa pidiendo muchas de ellas “algo para hacer un cocido, un guiso o una tartera”, mientras Jesús y su hijo Juan hacían el trabajo “recio” de despiece y corte del canal.

Los Atochas, sin despreciar otras carnes, fueron los mayores suministradores de carne de ternera, la cual costó lo suyo introducir, en una sociedad habituada tradicionalmente al cerdo, al cordero y al ave de corral. La oferta de ternera exigía una infraestructura de almacenaje de la que otras carnicerías locales carecían, siendo ellos quienes montaron el primer frigorífico que hubo en la plaza. de abastos, lo que les permitió la venta de carne de ternera no sólo a escala local sino comarcal, llegando clientes incluso de Murcia.

Las terneras para el despiece y venta de carne eran facilitadas en Caravaca por el corredor “Martequieres”, y también por ganaderos de Riopar y la Sierra del Segura, hasta que se montaron cebaderos en Lorca y Talavera de la Reina, desde donde se traían los animales al corral que los Atocha tenían en la Cuesta de los Molinos. También Jesús fue empresario taurino, festejo al que era muy aficionado y al que sacaba rendimiento haciéndose con las reses sacrificadas en las plazas de toros de la comarca, para la venta posterior de su carne.

Tras la jubilación de Jesús y Rosa, siguió sus pasos, amplió y modernizó el negocio su hijo Juan, como antes dije, quien contrajo matrimonio en 1972 con Ladi Sánchez Álvarez, estableciendo el domicilio familiar primero en la Cuesta de la Plaza donde nacieron tres de sus cuatro hijos (Jesús, Raul y Rosa) y luego en la C. Cartagena, lugar urbano donde nació David, el último de ellos, y donde abrió carnicería en 1982, siendo ayudado ocasionalmente por su mujer y siempre por Conchi Pérez Muñoz (Conchi la de Atocha), apoyada en ocasiones por Maruja “La Chireta”, sobre todo cuando se pusieron de moda las hamburguesas, que originariamente se llamaron “salchichas planas”.

El espíritu inquieto y emprendedor de Juan impuso un nuevo ritmo al negocio, abriendo la oferta a restaurantes y espacios de celebración (como Venta Reales en Calasparra, el Bar Sol de Cehegín y el de Fernando en Valentín, entre otros), llegando hasta Puebla de D. Fadrique en Granada y “Los Abades” de la Gineta, en Albacete. En el traslado en furgonetas frigoríficas isotérmicas (la última de ellas una Volkswagen “Cadí”, que vendió en 2010 a la fábrica de embutidos del Campo de S. Juan), le ayudaron sus hijos varones.

Como su padre, Juan simultaneó la manufactura y comercio cárnico con otras actividades paralelas de gestión. Fue vocal de alimentación de la Asociación de Comerciantes de Caravaca y presidente de la Asociación Provincial de Cárnicas, desde donde promocionó el “cordero segureño” que tanto rendimiento aporta en carne y sabor; y desde donde se luchó y se obtuvieron ventajas en temas laborales y de horarios de apertura y cierre.

Finalmente Juan se implicó, y mucho, en la empresa “Carnimed” (“Cárnicas del Mediterráneo”), para competir con las grandes superficies comerciales, y nunca abandonó a su muy específica y asidua clientela, tanto de bares y restaurantes locales como de particulares, que fueron compradores de su padre y nunca dejaron de serlo suyos.

Llegada la edad reglamentaria de jubilación, en el año 2010, y habiendo optado sus hijos por otras ocupaciones en el mundo laboral, cerró el negocio en dicho año, disfrutando en la actualidad del merecido descanso y rodeado del cariño de su esposa, sus hijos y sus tres nietos, quienes no pasa día en que alguien los pare por la calle con recuerdos alusivos a los buenos sabores con que siempre adornaron y mimaron los Atocha en general y Juan en Particular, la buena mesa caravaqueña y comarcal.

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