Ya en la calle el nº 1040

Juan Montoya

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

José Antonio Melgares Guerrero/Cronista Oficial de la Región de Murcia, de Caravaca y de la Vera Cruz.
Otro de los iconos vivos de la sociedad local, cuya presencia irradia caravaqueñismo allí donde se encuentra, y cuya actividad se ha proyectado en diversas direcciones a lo largo de los años, siempre al servicio de la sociedad caravaqueña, es Juan Montoya Rico, un XL en el mundo de la Fiesta, de la Política y de la profesión, cuyo anecdotario es tan amplio como su largo talle físico.
Nació en Caravaca durante la canícula estival de 1929 (año del crac económico que conmocionó al mundo), en el seno de la familia formada por Manuel Montoya Sánchez y Ana María Rico Martínez, quienes fijaron su domicilio en la C. de La Aurora y casa denominada de la Reja, donde vinieron al mundo los cuatro hijos fruto del mismo: Encarna, Paco, Carmen y Juan.


El padre regentaba un comercio de ultramarinos y coloniales en El Pilar , barrio al que acabó trasladándose la vivienda familiar, prolongándose en el tiempo aquel negocio de alimentación en otras manos, tras la muerte de Manuel.
Comenzó su formación en el Colegio de los Frailes, junto al recordado P. Amado y la siguió en el colegio El Salvador con maestros como D. Enrique Richard y D. Antonio Reina. Se incorporó a la vida laboral con dieciséis años, haciéndolo en Abastos Municipales y se libró de cumplir el servicio militar por ser hijo de padres mayores a quienes atendía económicamente puesto que sus hermanos ya habían salido del nido familiar. En 1950 entró a formar parte de la plantilla de empleados del Banco Español de Crédito, siendo director de la oficina D. Pedro Antonio Moreno, en los bajos de cuyo domicilio vino funcionando la entidad bancaria hasta su traslado a la Gran Vía; con acceso desde la C. Mayor frente a la confitería de La Pilarica, haciendo esquina a la Cuesta de D. Álvaro. En BANESTO transcurrió toda su vida laboral, (hasta su jubilación en 1994), habiendo pasado por diversos puestos de responsabilidad y comisiones de servicio en las oficinas de Bullas, Calasparra, Cehegín y Moratalla. Fueron aquellos otros tiempos y otras condiciones de trabajo, todas ellas irrisorias en nuestros días, como recoger personalmente el dinero de los clientes del campo, en billetes que él mismo empaquetaba y envolvía en papel de periódico, encargándose de trasladarlos al Banco de España en Murcia, acompañado siempre de una pareja de la Guardia Civil, en su propio coche, un SEAT 600 gris, matrícula MU 64752, que con el tiempo sustituyó por un Renault 8 color blanco y después por otro de la misma marca encarnado.
En 1955 contrajo matrimonio con Encarnita Peris Asturiano, estableciendo el domicilio familiar en la misma calle del Pilar y edificio de sus padres, ya fallecidos entonces. Allí nacieron sus tres hijos: Ana María, Mari Cruz y Manuel, y allí falleció su esposa, pasados los años, en agosto de 2010.
Vinculado a la política de su tiempo, fue concejal de Orden Público durante los mandatos como alcaldes de Manuel Hervás Martínez y Amancio Marsilla Marín, época de la que tiene anécdotas imposibles de narrar en un texto de extensión limitada como este.
Vinculado, también, a la cofradía pasional del Silencio donde, entre un grupo de amigos prendió la chispa de la reconversión de las Fiestas de la Cruz en 1958. Con aquellos, fue uno de los héroes del 59 que en la mañana del dos de mayo de aquel año sembraron la ilusión festera que con tanto vigor creció en adelante, en el seno de la cábila Abul-Khatar del Bando Moro. Como tal miembro fundador participó en las reuniones previas (a las que era preceptivo asistir con algún detalle moro en su indumentaria), en el bar de Bartolo tantos años abierto al público en la Cuesta del Cinema, o en la taberna de Tirantes de la C. Balazote. Las noches de instrucción (tras consumir entre todos una caja de quintos de cerveza) en el Camino del Huerto, provistos de un palo como única arma bélica. Los Partes de guerra retransmitidos por la Emisora Parroquial que dirigía el sacerdote José Freixinós Villa. Las razias nocturnas callejeras en las que simulaban un secuestro camelístico como el de la Srta. Paule (que se hizo cristiana siendo mora por su origen argelino). Los apodos, también camelísticos con que se conocían y denominaban entre ellos, tales como Alí Comodón, Alí Cañamón, Alí Grillí, ó Alí Caillí (cuya identificación dejo a la buena memoria de los lectores mayores). Todo abocó a la espléndida mañana del ya citado dos de mayo de 1959 en que, con atuendo alquilado en la casa Cornejo de Madrid, perillas pegadas a la piel y botas que a casi todos venían pequeñas, inocularon el entusiasmo en la población caravaqueña que abocó a la gripe festera cuyos efectos aún perduran.
Los supervivientes de los doce del 59, entre ellos Juan Montoya, permanecieron en su cábila hasta que la edad les fue jubilando, pero la sangre khatar sigue aún vigorosa y potente en las venas de su cuerpos.
Juan Montoya no sólo fue un activista festero de primera división, sino que participó muy activamente en la gestión de la Fiesta formando parte de varias juntas representativas de la Cofradía de la Stma. Cruz con hermanos mayores como Luís Fernando Álvarez Pérez-Miravete, Juan Marín Fuentes, José González Martínez, José Moreno Martos y quien esto escribe, habiendo sido siempre un puntal decisivo en el cargo que ha desempeñado, y un todoterreno en el campo de actividad asignado.
A pesar de los intentos de sus hijas, nunca se ha planteado abandonar Caravaca, no concibiendo otro lugar para vivir ni morir que donde ha compartido amistad entrañable con Pepe Luís Melgares, Paco Ruiz, Pepe Alarte, Francisco Capitán y González, entre otros, junto a quienes cada tarde, durante muchos años, ha recorrido las estaciones y ha disfrutado y sufrido viendo ganar y perder al Real Madrid y al Valencia, equipos ambos de sus preferencias, en el Círculo Mercantil o en el Club La Loma.
Lealtad con quienes han compartido responsabilidades de cualquier tipo ha sido su lema de comportamiento vital. Su sentido del honor, de la amistad y su gran sentido del humor son virtudes que le han acompañado y acompañan a lo largo de su vida. Su comprometida actitud de servicio con Caravaca, los caravaqueños y las cosas que ocupan y preocupan a los caravaqueños, hacen de él una persona digna de figurar en el virtual cuadro de honor donde figuran los grandes que han hecho posible la sociedad actual.

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