Ya en la calle el nº 1041

Jesús Martínez

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

ANA MARÍA VACAS

Conocí su poesía antes que su persona, nieto de Elías los Arcos, ha heredado sin ninguna duda la grandeza de este genuino poeta. De mirada huidiza, comportamiento nervioso, poco hablador y extremadamente atento, Jesús lleva grabada en el alma su poesía, integrada en su persona como parte indivisible de su ser y, como no podía ser de otra manera, ha llegado el momento de presentarla a un público más amplio. Ya no puede controlar cada poema que traspasa cada uno de los poros de su piel, debido a la necesidad de compartir su verdad tantos años adormecida.


A los once años quedó huérfano de padre y de palabras habladas, los diálogos cada vez más escasos influyeron en buscar otra forma de comunicarse más alejada de las miradas, marcando este suceso a fuego su carácter introvertido; así comenzó a escribir y expresar sus sentimientos en papel, guiados por la lectura de la obra, “El rayo que no cesa” de Miguel Hernández, sintiendo y haciendo suyo el texto en cada palabra.
Su visibilidad aumento al presentarse a concursos literarios en el Bachillerato, consiguiendo varios premios que le hicieron ser reconocido temporalmente por su poesía; después quedó dormida, latente en su pecho y en su mente, escribiendo íntimamente todo aquellos que surgía sin descanso y acumulando en algún estante, miles de poemas esperando ser leídos. Sin pretensión alguna y con un enorme talento que le viene de cuna, escribe siguiendo una estructura creada para reproducir como un eco y no olvidar palabra alguna, utilizando como conductora la musicalidad y la cadencia; cada poema contiene un desenlace que desboca su mirada, es lo que permanece, no tiene más que un destino, el sentido en su origen, en su pensamiento primario el cual respeta, sin dudas ni correcciones.
Quizás acostumbrado a su poesía, tolera la lectura breve, los finales próximos se asemejan más a su expresión propia, la cual reconoce embaucarle sin que lo distraiga en demasía de otros menesteres. Trabajador sin descanso, formándose para reconfortarse a si mismo, prefiere prescindir de horas de sueño para conseguir su propósito, ayudado por su familia, que le proporciona una hermosa estabilidad, y consigue que el día a día esté lleno de sueños por plasmar, como una hoja en blanco la cual va llenándose de vida como la suya propia.
Quien consigue leer su obra queda tremendamente sediento de continuar, se asombra de su enorme cercanía, de su calidad, de su profundidad y de que aún en su pueblo sea un verdadero desconocido, incluso para la mayoría de la sociedad cultural de la región. Señores tengo el gusto de presentarle a Jesús Martínez, un poeta con mayúsculas.

ESCAPAR A LA MEMORIA

I

¿Quién escapa a su mirada
cáustica?
El ambiente tiembla
o hierve
sobre los vagones.
Son las tres de la tarde:
la saliva es un trago
de cristales.
Duerme la hierba eternamente,
y duerme la humedad,
y duerme la mirada
su soledad insaciable.
Son las cuatro de la tarde:
el aire se mata
contra los cristales;
se prodigan las escaras
sobre los vagones
que sueñan
viajes agonizantes…

II
Has saciado tu sed
pero ya es tarde:
la memoria de las balas
se adhiere a ti
como musgo atropellado
por el Norte;
mueres de todas formas…
Recuerdas aquella sonrisa
que odiabas
desde la acera de enfrente,
aunque ya es tu mueca
irrelevante:
te acecha la Muerte,
te persigue la Muerte…
Estás en medio
de la libertad del domingo
pero las paredes de tu habitación
te cercan,
te quitan el aire,
te extinguen la luz,
te devuelven la compasión
que ya nunca
te tendrá nadie…

III

No podrás huir,
cerrar los ojos
o salir corriendo
sin mirar atrás:
ella sigue
sobre el precipicio
del olvido,
pegada a ti,
como tus huesos,
y no te librarás
ni apagando los párpados.
Pegada a ti,
como otra piel,
como tus sueños…
esa pesadilla,
ese pensamiento,
ese desatino de la vida…
No podrás huir.
Te seguirá como el viento,
penetrando sin pudor
entre cada hueco
que deje
tu apretado tiempo.

IV

La ceniza de la noche
entre sus dedos,
las cortinas corridas
y el humo aún huyendo
del frío entre las sábanas
que sueñan
otro tipo de Invierno.
El recetario de la vida
adormilado en la mejilla
del olvido,
la voz de la saliva
indiferentemente yerma
en la última canción
lanzada como una piedra
contra el hastío…
Y tarde; demasiado tarde
para despertar,
descorrer las cortinas
y hacer camino.

V

Que no se callen
los muertos;
que sigan teniendo
la certeza de la búsqueda
y la sensación de la lluvia
entre sus dedos…
Que no se callen los muertos;
que sigan gritando
su ausencia en silencio,
que reclamen su nombre,
que no se olviden
de que no están muertos…
Porque el recuerdo es perdón
y el olvido
es el cierre en falso
de todo recuerdo:
que no se callen los muertos…

 

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