Ya en la calle el nº 1040

Jesús, el Sacristán

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

JOSÉ ANTONIO MELGARES

Una de las habituales profesiones perdidas en el sistema laboral español contemporáneo es la de sacristán, otrora frecuente en nuestros pueblos y ciudades, pues en cada uno de los cuales había uno, o varios que la ejercieron hasta el último tercio del S. XX.

Jesús el Sacristán precede a la Cruz, al fondo el Ayuntamiento iluminado
Jesús el Sacristán precede a la Cruz, al fondo el Ayuntamiento iluminado

La Iglesia Mayor de El Salvador de Caravaca contó siempre con este apoyo laboral, siendo recordado por los mayores la figura del célebre José Martínez Segura (José el Sacristán), como también lo fue la recordada Nicolasa en La Concepción. A la muerte de José el Sacristán y tras muchos años sin cubrirse la plaza, ocupó su puesto, a partir del mes de septiembre de 1961 Jesús Torres Sánchez, contratado para ello por el párroco José Barquero Cascales, quien desempeñó su función a tiempo completo (pues se trataba de un empleo que ocupaba 24 horas de todos los días del año, incluidos festivos que eran las jornadas de mayor intensidad laboral), hasta el 7 de julio de 1979 en que se jubiló, anticipadamente, por enfermedad.

Jesús Torres, el Sacristán, nació en la calle Olivericasa las siete de la tarde del 5 de octubre de 1937, siendo escolarizado a los cuatro años en la escuela de El Salvador, primero con sede física en la calle del Teatro y luego en la del Dr. Alfonso Zamora. De su época escolar recuerda a sus maestros D. Francisco García Zapata, D. Francisco Reina, D. Juan Sanmartín y D. Enrique Richard, quienes se ocuparon de su formación hasta los 14 años, edad en que se inició en la sastrería, en el taller de los Hermanos Caparrós, primeramente con José Manuel, en la C. Mayor y después con Eduardo (en la cuesta de las Herrerías). La fiebre catalana se apoderó de él y marcho a Barcelona a hacer fortuna en septiembre de 1960, donde trabajó solo unos meses en el taller de sastrería que dirigía Francisco Bueno, donde trabajó junto a otros tres compañeros. A comienzos de 1961, la morriña de la tierra le hizo regresar a Caravaca, siendo contratado por el ya mencionado párroco, permaneciendo como sacristán de El salvador durante 22 años, hasta su jubilación.

Jesús recordaba que su trabajo al frente de la Iglesia Parroquial no tenía horario. Durante los primeros años la faena de un día laborable comenzaba con el toque de Oración a las siete de la mañana desde la torre del templo, a donde había que subir cada vez que debía accionar las campanas. Luego ayudaba a las misas de ocho y nueve. Si había que doblar por la muerte de un feligrés pasaba las mañanas en la citada torre con frío en invierno y calor en verano, empalmando con el toque del Ángelus, siempre a las doce. Durante la tarde se ocupaba de los novenarioso el rosario.Si había entierro, bautizo o boda ayudaba a su celebración, finalizando con el toque de Ánimas al anochecer.

Con el tiempo se instauró la costumbre de la celebración vespertina de la Eucaristía, trasladándose la misa de las nueve de la mañana a la tarde, en horario que variaba según la estación de año.

Los días de fiesta el horario de trabajo se ampliaba, pues había que tocar a las 5´30, avisando con el primer toque a la Misa de Ánimasque se celebraba a las seis todo el año, a la que solían acudir los más madrugadores, gentes que guardaban luto, quienes salían de viaje y los aficionados a la mañana.

Los domingos y festivos ayudaba, después de aquella, a las misas de 8 y 9 (que era la Misa Mayor). A las 11 (la de los niños de las escuelas) y a las 12; yendo entre ellas a la misa de la ermita de Sta. Elena (dependiente de El Salvador), que tenía lugar a las 10. Durante los meses de mayo y octubre al trabajo habitual se añadía el Rosario de la Auroray una vez al mes la Adoración Nocturnadurante la noche del sábado al domingo.

Ni que decir tiene que Jesús, atendía también el Archivo Parroquialdurante los ratos libres que le permitía la mañana, proporcionando partidasde bautismo, matrimonio y defunción a quienes le requerían para ello, cobrando por cada una de ellas la cantidad de cinco ptas. ocupándose por la tarde en dar catequesis a los niños que preparaban su primera comunión, entre las 5 y las 6, cuando éstos salían de la escuela, utilizando para ello el célebre Catecismo de Ripalda que los de mi generación y anteriores aún recuerdan.

Asimismo actualiza en el tiempo Jesús que los entierros eran diferentes según la categoría social y sobre todo económica del difunto. Los había de cura y sacristán con cruz menor (los más modestos), los de tres capasy los generales, con asistencia de tres sacerdotes o todos los de la localidad respectivamente, portando entonces la Cruz Mayor Parroquial el recordado Ico, omnipresente personaje que encabezaba con dicha cruz (joya de la orfebrería murciana), todos los cortejos religiosos, bien fueran fúnebres o festivos. También el aviso de la muerte era diferente según la categoría del difunto y la edad del mismo. El óbito de un niño se anunciaba foliando, el de un adulto doblandoy la de un sacerdote, obispo o papa volteando las campanas  a medio vuelo.Las vísperas de fiesta y durante las mismas se repicaba, para lo que había que echar mano de amigos que, desinteresadamente colaboraban. En ello siempre estuvieron presentes los hermanos Firlaque, Pepe Azorín, los Mochuelos y los vecinos del templo, entre quienes me cuento junto a mi hermano Gustavo.

La cercanía de la Semana Santa y las Fiestas de la Cruz llevaban consigo una atención especial del Sacristán. Jesús se encargaba de cubrir, con paños morados, las imágenes de vírgenes y santos en los días previos a aquella (los cuales se descubrían de nuevo durante la noche de Pascua, en los oficios de la Resurrección), participaba en las distintas procesiones, confeccionaba el monumento de Jueves Santo (siempre con ayuda) y hasta viajaba a Murcia en la mañana del Viernes Santo para hacerse cargo de los Santos Óleos bendecidos por el Obispo durante la Misa Crismal que tenía lugar en la mañana del día anterior en la Catedral. En las Fiestas Patronales preparaba y participaba en el Pontifical que tenía lugar el 3 de mayo, para lo que pasaba gran parte de la noche anterior preparando ornamentos y los útiles necesarios para la misma y compartiendo esas horas con los Armaosy la Guardia Civil que cuidaban de la integridad de la Reliquia cada noche durante su estancia en El Salvador.

Para terminar diré que Jesús, el Sacristán conoció durante su tiempo en activo cuatro obispos y al Abad Mitrado del Valle de los Caídos, así como a otros tantos curas coadjutores, recordando con especial cariño a Antonio Sánchez López, Francisco Sánchez Abellán y Pedro Ballester Lorca. Tuvo relación con los floristas de Murcia cuando aún no los había en Caravaca, le honró la amistad de su colega Luís, sacristán de Cehegín y participó en cientos de bodas, bautizos y entierros de caravaqueños en muchas de cuyas fotografías figura. Así mismo en su tiempo tuvo lugar la restauración del templo de los primeros años setenta, siendo el descubridor de la columnata de la fachada sur, cuya existencia era desconocida para nuestra generación, cuando los albañiles picaban el revoco interior de las salas altas de la Parroquial.

Casó con Indalecia Martínez Martínez, de Barranda, quien le dejó viudo el 27 de febrero de 2004.

Hombre popular, dispuesto siempre a la colaboración, servicial, generoso y honrado. No se hizo rico con su trabajo pero disfrutó de la mayor de las riquezas que para él fueron sus amigos.

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