Ya en la calle el nº 1040

Isabel la Bordadora

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

JOSÉ ANTONIO MELGARES/CRONISTA OFICIAL DE LA REGIÓN DE MURCIA

Durante la segunda mitad del S. XX, la víspera de nuestro tiempo, quienes se dedicaban al bordado en la ciudad solían ser mujeres, con la excepción de Jesús Jiménez. A ellas acudían frecuentemente las familias de economía acomodada, para la elaboración de ajuares femeninos, las cofradías y asociaciones piadosas para la elaboración de atuendos de imágeIsabel la Bordadoranes sagradas, y para el ajuar litúrgico del altar; y las peñas caballistas para el atalaje de los Caballos del Vino, entre otros. El bordado era una actividad eminentemente femenina, que muchas mujeres practicaban en sus respectivos domicilios en tareas de envergadura menor. Sin embargo, a la hora de acometer trabajos de cierta categoría se acudía a la bordadora profesional para llevarlos a cabo.

Entre las bordadoras caravaqueñas, durante la época referida, destaca, por la calidad de sus trabajos y por la dificultad física para llevarlos a cabo Isabel Bermúdez Campoy, manca del brazo derecho desde los seis años quien, lejos de amedrentarse por su minusvalía, se abrió camino en una actividad laboral que aún continúa.

Nació Isabel en Tarragoya, siendo el primer fruto del matrimonio formado por Miguel Bermúdez y Antonia Campoy, en el seno de cuya familia se engendró, también, a su hermana Catalina. Agricultor de profesión, el cabeza de familia fue requerido en 1935 para hacerse cargo de la finca El Jardinico, propiedad entonces de la Condesa Carmen Owens y Pérez del Pulgar, permaneciendo al frente de la misma con los dueños sucesivos: D. Rosendo y Dª. Caridad Guerrero.

Su formación primaria tuvo lugar en la Escuela del Salvador (entonces en la calle del Teatro o de Alfonso García), con maestras como Dª. Gloria Carasa, Dª. Esperanza, Dª. Carmen Ortega y Dª. Manuela Espinosa.

A los seis años, una estiomilitis provocó la amputación de su brazo derecho, operación quirúrgica que tuvo lugar en el entonces Hospital Provincial de Murcia, permaneciendo varias semanas en la Sala de la Milagrosa del centro hospitalario.

Se inició en el bordado con la referida Dª. Manuela Espinosa, y a los diez años, a instancias de Dª. Caridad Guerrero, entró en el taller de ropa de confección que en la C. Mayor regentaba Julia la de las Máquinas, quien la inició en el bordado a máquina, adquiriendo entonces la que aún conserva. Cuatro años más tarde ya trabajaba para la calle, recibiendo encargos de ajuares para familias acomodadas de la ciudad, y trabajando para la fábrica de alpargatas de Fernando Marranas, bordando lonas para zapatillas femeninas de verano, en cuya actividad coincidió con Ascensión La Calañesa.

Su verdadera maestra en el arte del bordado, reconocida y querida como tal, fue Dª. Ascensión Rosell, con quien comenzó a trabajar, por 300 pts mensuales, a los 18 años, ocupándose de la enseñanza del bordado a las niñas de la escuela y aprendiendo en aquel que puede considerarse el primer taller de bordado caravaqueño, bajo la atenta dirección de la gran dama que fue Dª. Ascensión, en la C. de las Monjas, donde también trabajaban Carmen Ruiz Mulero, Delfina Clemente y Cruz Azorín entre otras.

El primer trabajo que recuerda Isabel salido de sus manos, fue una colcha para Carmen Ruiz, en la que ella misma intervino. Luego bordaría el ajuar religioso para el sacerdote Jesús Montoya y una mantelería de 12 cubiertos, en tul, para Carmen Carrasco Pajarón.

La obra bordada de Isabel Bermúdez podríamos clasificarle en tres apartados diferentes: la religiosa, la de ajuar doméstico y la festera. En la primera hay que mencionar (aunque fue obra de conjunto), el manto de la Virgen de la Soledad (de la cofradía pasional de los Negros), que quedó inconcluso a la muerte de Dª. Ascensión, y que ella misma costeó. Un manto para la Virgen de la Rogativa (Moratalla), el estandarte de la también cofradía pasional de Los Azules. Los ornamentos para un sacerdote cantamisano. 21 capuchones para una cofradía de la Semana Santa de Huercalovera y las túnicas para la cofradía de Los Blancos de Bullas. Además diversos manteles de altar para la basílica de la Stma. Cruz, el Carmen, S. Francisco y la parroquia de Los Royos. Entre los múltiples ajuares de novia: los de Loli López Battú, Maruja Asturiano, María Encarna Robles Oñate, las hijas de D. José Moya (M. Carmen y Fefi); Angelines Álvarez Hortigüela, Mari Carmen Martínez (la de Nestor), las hijas del Conde de Reparaz, Ester Castillo y Maruja la Papirusa, entre otros muchos. Además de trajes de novia, juegos de cama y mantelerías de decenas de personas, siendo los dibujos, en su inmensa mayoría, de propia invención.

Desde el punto de vista festero, en 1959 bordó la indumentaria de la primera reina mora Ester Castillo Guerrero y, con posterioridad la primera bandera del Bando Cristiano, la primera bandera del grupo cristiano Caballeros de S. Juan y los escudos de sus capas. El primer estandarte de la cábila mora Halcones Negros y el halcón de sus primeras chilabas. En 1979 la indumentaria del rey cristiano José Antonio González. Así mismo cuenta con 14 atalajes de Caballos de Vino, siendo el primero el del caballo Jabato, que pusieron en la calle José Moreno Martos y sus empleados de la fábrica de baúles del camino de Mairena. También bordó El Estudiante de la peña de José Antonio López (el Jata), el Malacara de los Perlas y el Caballo de Oro del Gamba, entre otros. A manera de anécdota, el año que bordó la bandera del Bando Cristiano, se llevó los dos primeros premios de enjaezamiento.

Otros trabajos, fuera de la clasificación anterior, fueron: un capote de torero y dos banderas nacionales (una para la Guardia Civil de Caravaca y otra para el grupo de Coros y Danzas).

Nunca tuvo taller propio por razones de espacio. Siempre trabajó en su casa, primero en El Jardinico, luego en la C. Mairena y, finalmente, en la Gran Vía, donde le llegó la jubilación.

Convivió, sin rivalidad de ningún tipo, con otras bordadoras locales contemporáneas, como las Hermanas Barreras (María Luisa y Paquita), quienes tuvieron taller primeramente en las Esquinas del Vicario y luego en el Puente Uribe. Encarna Martínez Sánchez (en la Esquina de la Muerte) y las Hermanas Valdivieso.
Se jubiló en el año 2000, llena de dolencias corporales, por causa de los esfuerzos continuados a que se vio sometida su espalda y extremidades. Ello no ha sido obstáculo para que, de forma relajada, pausada y sin obligaciones, siga haciendo trabajos de envergadura menor. Como los que acaba de concluir para Mari Cruz Torres Boneu y Carmen Montiel.

Isabel Bermúdez, que ha sido objeto de atención por los medios de comunicación en múltiples ocasiones, por la rareza de su profesión en persona con minusvalía tan agresiva, no se cree la mejor sino una bordadora más. Recuerda a diario a su maestra Dª. Ascensión y a la persona que, desde la amputación de su brazo derecho, siendo niña, luchó para que no fuera una inválida: Dª. Caridad Guerrero Rodríguez; y vive su jubilación rodeada de recuerdos físicos e inmateriales, habiéndole considerado la Concejalía de Obras Sociales del Excmo. Ayuntamiento local, hace pocos años, como ejemplo de mujer trabajadora.

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