Pedro Antonio Hurtado García
La suciedad que ofrecen calles, avenidas, plazas y paseos de nuestros pueblos y ciudades, es culpa de quienes no se sienten comprometidos para evitar determinadas cochinadas. No busquemos otras responsabilidades.
Injusto resulta que los dueños de canes no retiren sus excrementos indolentemente, que pintadas en edificios emblemáticos u otras fachadas se sucedan despiadadamente, colillas lanzadas al suelo, escupitajos repentinos en la calle sin pensar ni respetar a los demás viandantes que han de “tragarse” tan impropias acciones, papeles arrojados al pavimento, basuras destinadas a los contenedores públicos que se dejan, en ocasiones, alrededor de esos recipientes, incluso sin estar llenos.
Pensemos que la recogida se realiza con camión automatizado, habitualmente gestionado por una única persona, que no puede ir retirando las existencias en el perímetro del contenedor, amén de que obstaculiza el tráfico durante la tarea y debe invertir el menor tiempo posible. Es cuestión de mentalización, responsabilidad, solidaridad y sentido social.
Una de las actitudes más imperdonables y graves, que están ensuciando y dejando marcadas nuestras aceras y el propio asfalto, son los chicles que el usuario se cansa de masticar y escupe sobre el suelo, pisotea, bien él o el viandante que, posteriormente y, quizás, de forma involuntaria, lo deja pegado al pavimento y, luego, la maniobra de arrancarlo resulta costosa.
Se podría evitar, todo ello, agudizando el compromiso, fortaleciendo el sentido social e incrementando las ganas de que nuestros espacios públicos, aceras, paseos y demás, ofrezcan aspectos más decentes y agradables, amén de evitar que el “caprichito” de “pegar el chicle” suponga un coste de retirada, nada despreciable, para las arcas públicas del lugar de que se trate. Un poquito más de civismo, por favor. Buenos días.