Ya en la calle el nº 1037

Ignacio Velázquez

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José Antonio Melgares Guerrero/Cronista Oficial de Caravaca y de la Vera Cruz.

Ejemplo de persona activa, dinámica, leal, siempre al pie del cañón cuando se requiere su ayuda, omnipresente e imprescindible en la vida social caravaqueña a lo largo de la mayor parte del S. XX fue Ignacio Velázquez Robles.

Ignacio, en cuya figura se personifican dos actividades locales de tanto interés como el fútbol en sus inicios, y la industria alpargatera cuando el esplendor de la misma es hoy, en el atardecer de la vida, una persona instalada en el mirador del presente, desde donde contempla con serenidad el pasado e intuye con fino olfato el futuro.

Nació el 11 de junio de 1923 en la calle Larga y en el seno de una familia dedicada a la industria alpargatera. Su padre, Eusebio Velázquez, viudo y con varios hijos del primer matrimonio, casó en segundas nupcias con Sofía Robles, teniendo con ésta, además de a Ignacio, a Engracia y María.

Su formación primaria tuvo lugar en el colegio de las Monjas de la Consolación, y parte de la secundaria en el instituto que dirigía el recordado D. Ángel Dulanto, abandonando los estudios tras el primer ciclo de la misma, para incorporarse al mundo laboral en la empresa familiar de fabricación de alpargatas (cuya firma era Velázquez) que abría en el número 8 de la calle Larga, hasta que cambió su ubicación urbana a la calle Frente a Gradas en el barrio del Egido. En la empresa aludida también trabajaban, entre otros, algunos de los hijos del primer matrimonio de su padre, como Encarna, Gloria y Pascual (que era viajante), siendo contables de la misma Prudencio León Villajos de Aragón y como apoyo en horas extraordinarias, a partir de 1931, Manuel Sánchez Ruiz.

Su afición activa al fútbol comenzó a los catorce años, alineando en el Caravaca C.F. y luego en el SEU. Era el tiempo en que se jugaba en el denominado Campo de la Muerte (en las inmediaciones del Cementerio Viejo existente al final de la ya referida Calle Larga.), y en el solar que hoy ocupa el Hospital Comarcal donde, según recuerda, no tenía lugar concreto en el campo pues todos los jugadores corrían tras la pelota.

Durante su época militar alineó en el equipo del Regimiento de Infantería de San Fernando de Alicante (donde hizo el Servicio, primero en el campamento de Rabasa y luego en el acuartelamiento mencionado y compañía de ametralladoras), jugando habitualmente en el campo de Altabix.

Incorporado de nuevo a la vida civil, simultaneó el trabajo en la fábrica de su padre con su pasión futbolística. En la fábrica fue supervisor de viajantes, desplazándose frecuentemente a Madrid y otras ciudades españolas, unas veces acompañando a Mariano Mayorga (que era quien visitaba La Mancha y también Ávila, Zamora, Salamanca y Valladolid) y otras haciéndolo con Francisco Espinosa a las ciudades del Norte (Asturias, Cantabria y el país Vasco). Otros representantes suyos fueron Manuel Pastor, Juan Elum, Ángel Celdrán y Paco Gómez Bermejo: el Brigada.

Recuerda, tras el mencionado Campo de la Muerte, el que se ubicó donde hoy se encuentra el Hospital Comarcal e Instituto San Juan de la Cruz, al que se accedía por estrecho camino junto al entonces complejo de Las Delicias, en el inicio del Camino del Huerto, y el que sustituyó a éste al pie del Cabecico (donde hoy se ubica el C.P. Santa Cruz), en terreno cedido al Ayuntamiento por Mateo el de la Pesquera en 1943, durante los años en que fue alcalde mi tío Antonio Guerrero Martínez y presidente del club el sastre Amadeo Caparrós, de cuya inauguraciónda cuenta una de las ilustraciones de este texto, en el momento de la bendición de la instalación deportiva por un padre carmelita del convento del Carmen y la presencia de las tres personas mencionadas. En el acto inaugural se enfrentó una selección de juveniles al equipo titular, ganando aquellos como no podía ser menos.

Y entre sus recuerdos también tiene muy presente a los alpargateros: empresarios y obreros, que tiraron con fuerza de la economía local entre los años 20 y 50 del pasado siglo hasta que, primero el vulcanizado y luego el zapato, desplazaron a la antigua alpargata de cáñamo sin que la industria caravaqueña se reconvirtiese adecuadamente, cediendo terreno a Elche, Elda y Novelda, entre otras ciudades hoy zapateras.

Recuerda las salidas con los viajantes a los lugares mencionados en dos épocas del año natural: las campañas de verano (en mayo-junio) y la de invierno (septiembre-octubre), a todo el territorio nacional. A los proveedores de lona: López Ferrer y Meseguer, de Murcia; así como los fabricantes de Elche, que suministraban complementos tales como cintas, cordones y ojetes, mientras que el cáñamo era suministrado por empresas locales (entre otras la de Pablo Celdrán) que cultivaban la fibra natural en el 80% de la superficie cultivable de la huerta.

En su mente aún están presentes las hacinas de cáñamo en el horizonte caravaqueño, material luego cocido en balsas de agua; el agramado e hilado en las Carreras Altas y Bajas, además de otros muchos sitios en la calle o a cubierto, con niños que daban a la rueda y hombres que hilaban mientras insultaban a los niños cuando, exhaustas las fuerzas físicas, bajaba el ritmo de trabajo. Ya hilado el material las fábricas se encargaban de trenzar. Entre otros muchos fabricantes recuerda a Antonio García Navarro, Francisco y Ángel Pozo, Fernando Navarro, Pedro Asturiano, Romualdo López, Manuel Montiel, Antonio el Mulas, Manuel Ruiz, Manuel campos, Tomasín, Juan el Tubos, Mariano y Antonio Martínez-Reyna, el Firma,el Chairo y tantos otros cuya nómina excede la extensión de este texto.

Las fábricas daban trabajo a hombres y mujeres, como se ha dicho. Aquellos cosían las suelas en bancos de alpargatero, en la calle o a cubierto, ayudados de un instrumental específico en el que no faltaba el chamarí  y la almará;  y las mujeres cosían la lona tras concluir las faenas domésticas, robando horas al descanso e implicando a las niñas aún de corta edad. Todo ello a destajo, ocupando día y noche en la labor, para sobrevivir a la penuria económica de la época.

En los años veinte hubo una agrupación de alpargateros denominada El Católico, una Caja de Compensaciónpara suplir carencias económicas y sociales y un retiro obrero: El Sovi.

Ignacio casó en 1957 con Sacramento Navarro Asturiano, fruto de cuyo matrimonio nació su único hijo Eusebio, en el seno de una nueva generación que ya no se dedicó a la alpargatería. Enviudó en 1986 y cerro la fábrica al cumplir la edad reglamentaria de 65 años.

Aficionado al fútbol activo desde la infancia, como se ha dicho, también fue miembro de la directiva del equipo en tiempos en que Paco Fuentes fue su presidente.

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