Ya en la calle el nº 1040

Ignacio Ramos. I Parte

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

José Antonio Melgares Guerrero/Cronista Oficial de la región de Murcia, de Caravaca y de la Vera Cruz.
Hay personas que, sin estar aparentemente presentes en la primera fila de la actividad local, sin haber ostentado cargo alguno de representación en la sociedad caravaqueña, y casi pasando desapercibidos por andar de puntillas por la vida, sin hacer ruido porque el ruido no va con ellas, han aportado, sin embargo, desde el silencio y el aparente anonimato, la sensatez, el sentido común, la serenidad y la bonhomía necesaria para que en la cámara de enfriamiento del acontecer cotidiano nazcan y maduren proyectos que, convertidos en realidades, dan lustre a una época y a las generación que la protagoniza. Es el caso de Ignacio Ramos Sánchez quien, desde la perspectiva que permite la contemplación de la vida caravaqueña desde la redacción de un medio de comunicación nacional, durante muchos años en la capital de la Nación, ha aportado al devenir local de una parte muy importante del S. XX mucho más de lo que él mismo cree haber hecho.


Nació en Barranda en 1936, cuando España comenzaba a teñirse de sangre por culpa de la sinrazón humana. Y lo hizo en el seno del matrimonio formado por Juan Pedro Ramos Morcillo y Silvina Sánchez Fernández, siendo el segundo de los cuatro hijos fruto de aquel: Paco, él mismo, Silvina y Rosa.
Su primera formación primaria, como la de tantos niños de su época en el campo, corrió a cargo de maestros ambulantes ó ruleros, entre los que recuerda a Juan (de Benablón), o el maestro del cuello torcío (de Topares), quienes iban en bicicleta, o andando, impartiendo su saber, y a la vez comiendo el plato caliente que se servía en la mesa de sus pupilos. Con el tiempo, las cosas cambiaron a mejor y asistió a una escuela unitaria, instalada en inhóspito y viejo caserón de tres plantas, que acogía a las hembras en la segunda y a los varones en la tercera, y donde una estufa de aserrín mitigaba los rigores del invierno. Allí impartían clases D. Eduardo Flores y su esposa Dª. Matilde Ruiz, haciendo aquel de practicante en el pueblo durante sus horas libres.
La secundaria transcurrió, como alumno interno, en el Colegio Cervantes que dirigía D. José Moya en Los Andenes, tras convencer a sus padres pues en los planes de aquellos no entraba el dar estudios a los hijos, sino aprovecharlos en el cuidado de la tierra y el ganado, como tradicionalmente siempre se había hecho.
Del internado recuerda, entre otras cosas, su amistad con Antonio Bódalo Santoyo (de Nerpio) quien con el tiempo fue alcalde de Murcia, y de Fernando Sola (de Benablón, entre otros; así como las colonias en las que se agrupaban los internos, según su procedencia, siendo las más numerosas las de Moratalla y Calasparra.
Entre los compañeros externos recuerda a Jesús y Manolo Moreno Espinosa. Amancio Robles Muso, Luís Martínez-Carrasco Alegre, y los generales Tortosa de Haro y Bravo (este último de la Guardia Civil).
Al terminar el bachiller y habiendo simultaneado el preuniversitario de Ciencias y Letras, obtuvo, por oposición una beca de Sindicatos entre treinta aspirantes a cinco plazas, para cuyo examen hubo de enterase muy bien de la situación política y sindical del momento; beca que le sirvió para cursar la carrera de Ciencias Químicas en Madrid, que simultaneó con la de Periodismo, en la que enseguida vio su camino hacia el futuro.
Inició su vida profesional en la empresa Sanders de piensos animales (en la localidad madrileña de Pinto), y luego en Cauchos de Levante de material para el calzado, en Murcia, recalando en el periódico La Verdad de Murcia, donde comenzó a trabajar en su redacción el 18 de julio de 1936, siendo director del periódico el recordado Venancio Luís Agudo Ezquerra. Previamente había tenido una oferta del gallego Faro de Vigo, pero La Verdad era entonces un periódico más sólido y había comenzado la ofensiva contra su colega murciano Línea.
El diario La Verdad tenía su sede entonces en la murciana plaza de Los Apóstoles y antiguo Colegio de San Leandro, caserón del S. XVIII mandado construir por el obispo Belluga como colegio para los niños cantores del coro de la Catedral, en cuya planta baja se ubicaba la imprenta y, sobre ella la redacción. Su jefe inmediato fue Antonio Crespo y el jefe de redacción Antonio González Conejero. Eran a la sazón jefe de deportes Mariano Carles, de toros José Antonio Ganga y en la información general compartía mesa de trabajo con Ismael Galiana, Montesinos y Baldomero Ferrer (Baldo), quien se ocupaba de la ilustración gráfica.
Pasado el tiempo, la agencia Europa Press le propuso irse a Madrid, donde Luís Apostua, director de El Alcázar lo captó para el citado periódico cuya edición era vespertina, y por tanto «más peleona» que los medios matinales como Pueblo, Informaciones y Madrid. Allí trabajó junto a Apostua con Juan Luís Cebrián y Arcadio Baquero Goyanes.
Desde El Alcázar se promovió el nacimiento de un nuevo medio de edición matinal: Nuevo Diario, al que se incorporó Ignacio con doce compañeros, haciendo inicialmente información de todo tipo, desde sucesos a local, ascendiendo pronto a jefe de reporteros y compartiendo trabajo con el venezolano Alberto Otaño Quintanilla, Miguel Ángel Nieto, Martín Blanco, José María Iñigo y Pardo. Eran los tiempos en que fue presidente del Gobierno Carlos Arias Navarro y en que la censura era atroz pues había que enviar los textos originales firmados, previamente a su publicación, al Ministerio de Información y Turismo, utilizando continuamente motoristas ya que entonces ni se intuía el uso posterior de las modernas tecnologías.
Siendo ministro del ramo Manuel Fraga Iribarne se comenzó a suavizar la censura mediante lo que se denominó censura previa en la que, los encargados de llevarla a cabo tachaban y añadían a su antojo, sellando el texto definitivamente aprobado, que era de obligada publicación.
Desde Nuevo Diario Ignacio partió con Cebrian a la revista La Actualidad Española, publicación vinculada a la Universidad de Navarra, a la que se incorporó en prácticas un joven periodista entonces, de origen riojano y formación Navarra: Pedro José Ramírez (quien pedía a los colegas le llamasen Pedro Jota). También tuvo por compañeros en La Actualidad (una especie de Paris Match a la española), a Pilar Urbano y Miguel Ángel Mellado.
Tras un tiempo en la revista mencionada regresó a Nuevo Diario ocupándose de la dirección del mismo cuando el medio fue adquirido por la familia Oriol y hasta que se hizo cargo de la dirección Pedro Orive. Allí coincidió entonces con María Antonia Iglesias y también con Juan Ramón Martínez, que luego fue director de Eguin.

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