Ya en la calle el nº 1037

Heliodora, una vida de superación

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ANA GAMA

Mi abuela, Heliodora Sánchez Álvarez, más conocida como Lola, tiene 95 años, (pero ni los aparenta en aspecto, ni en su gran energía y vitalidad). Nació el 3 de Julio de 1927 en un cortijo llamado “la Casa Serrano”. Este cortijo se hallaba en La Rogativa, pedanía de Moratalla. Allí eran casi autosuficientes al cien por cien. Criaban todo tipo de animales y cultivaban avena, arroz, trigo, cebada, centeno, patatas, zanahorias, legumbres en general, lechuga, tomates…Vino al mundo como la última de 7 hermanos. Por orden, todos ellos eran: Dominica, Daniel, Amado, Pedro, Felicita, María y Heliodora. Y sus padres, José Víctor Sánchez Gómez y María Jesús Álvarez García. Pasó su infancia en el campo. Allí se dedicaba a observar la naturaleza, el cielo, los animales, las estrellas… 

Más adelante su padre decidió abandonar el cortijo para irse a vivir al pueblo de Caravaca de la Cruz. Ella se mudó allí, aunque su padre falleció antes de llegar a instalarse. Se encontró ante una nueva vida. En Caravaca la gente iba a su casa con las manos vacías, pues consideraban que eran ricos, aunque para entonces ya no tenían finca. Dada su hospitalidad no tenían más remedio que atender a todo el mundo. “Una mujer no puede decidir a qué edad ennoviarse”, comenta. De joven tuvo buenos pretendientes, pero no le interesaba el noviazgo ni el compromiso. En aquella época si hubiera estudiado, (aunque no a todas las mujeres se les permitía estudiar), podría haberse mantenido por ella misma. Como no era el caso llegada a cierta edad debía de casarse. “Decían antes: la ciencia del hombre está en saberse casar. ¿Y la mujer qué, la mujer no?”, exclama mi abuela. 

Volvió a trasladarse para vivir en Cehegín tras su casamiento. Cuando la gente del pueblo pasaba hambre la clase pudiente entraba al Casino de Cehegín. Emblemático edificio del siglo XVII, centro social, político y cultural de la clase alta ceheginera. Por aquel entonces mi abuelo, Pedro Martínez, se encargaba del servicio del bar. Las mujeres no podían entrar al casino, solo los socios varones y mi abuela como excepción. Durante los antiguos bailes de carnaval solía venir su cuñado a ayudar, pero una de aquellas noches no apareció. Se formó una cola desde el mostrador a la calle, donde se ponía la Guardia Civil. “Me puse en la barra y estuve sirviendo hasta las siete de la mañana. Y es que no se puede decir de esta agua no beberé o esto no lo haré, ¡si se te presenta qué vas a hacer!”, cuenta. Cosas que te vienen de pronto y tienes que salir de ellas de la mejor manera posible. 

Heliodora, una vida de superación

Cuando empezó a haber más movimiento por la zona nueva, mi abuelo decidió abrir un nuevo establecimiento. El Bar Iris. Tras la compra de un local y una vivienda, mi abuela se preocupó por las facturas. No tenía más remedio que madrugar y trabajar frente a una barra de quince metros. Lidiaba con los clientes para quedarse con los que le convinieran. Se deshizo de la gente que buscaba problemas. “No te metes a ello eligiéndolo. A veces, se te vienen las cosas encima y no tienes más remedio que luchar”. A las seis y media estaba en pie para abrir el local hasta la noche. No había más remedio que echar horas. 

Conciliaba el trabajo duro sin descanso con el cuidado de la casa y sus hijos. “Ellos estaban en la planta de arriba haciéndome trastás”. Yo escuchaba desde aquí los golpes que daban y lo que hacían. Subía de vez en cuando para verlos, llevaba las tareas y hacía las comidas. “Dice la televisión que la mujer se ha superado, monta negocios y trabaja. Pero el hombre no se queda en la casa…”. Y es que muchas mujeres continúan trabajando además de llevar las tareas del hogar. 

Innovó en la cocina, buscaba hacer tapas que no hicieran otros. Al principio servía caracoles, pero en poco tiempo se encontraban en mal estado. Entonces le vio salida al pulpo. Un viajante le traía la materia prima. “Un día vino a venderme. ¿Cuántos pulpos quieres?, preguntó. Digo no, si es que me quedan. No me digas eso, que vengo de Almería sólo para venderte a ti, contestó. Y le compré”, concluye. Al principio los clientes no querían probar su pulpo al horno, al tratarse de un marisco nunca visto, pero luego acabaron yendo solo por el pulpo. Y los otros bares deseaban conocer su receta secreta. 

Heliodora, una vida de superación

Este es el ejemplo de una gran luchadora, un referente y un pozo de saber vital. Todas sus anécdotas, por desgracia, no caben entre estas líneas. Pasó por diferentes etapas y dificultades, como la guerra o el hambre y el cumplir con los deberes que se le asignaban a una mujer en aquella época, más el arduo trabajo de la hostelería. 

Heliodora, una vida de superación
Heliodora, una vida de superación

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