Ya en la calle el nº 1041

Gregorio de Latín

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

ANTONIO F. JIMÉNEZ

Nunca fuimos a Grecia. ¿Y qué? A veces no hace falta irse a los lugares originarios para apreciar el valor de una cultura. Tampoco fuimos a Roma. ¿Y qué? Ya iremos alguna vez. Que no hay prisa, hombre. Ya lo dijo el griego Constantino: …mGregorio de latín, con sus alumnosas no hagas con prisas tu camino; mejor será que dure muchos años, y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla. Aunque la verdad es que en estos tiempos uno lleva la tensión de la locomotora muy adentro, con esto del Internet. Y como todo es más fácil pues viajar también. Lo que pasa que nos han tocado unos tiempos paupérrimos y la cosa no salió. Que si al final qué pasa con el viaje, Gregorio, sale o no sale. Calma, auriga. Memento mori (recuerda que eres mortal). Tampoco salió la asignatura de Griego en segundo de Bachiller cuando había unos barbilampiños de toga y banquete que apostamos por ella. Bueno, ¿y qué? Ya iremos a Grecia. Pero oigan, que es que sí salió una clase no recuerdo de qué especialidad de ciencias con cuatro zagales de bata y gafa, y la nuestra de Griego no. A ver por qué. En fin. Ya iremos a Grecia. Allí, al menos, estaremos con el discóbolo bajo el brazo, retenido durante siglos, sosegados en ese mediterráneo azul y blanco de dioses lujuriosos que nos miran beodos y a escondidas desde el Olimpo. Allá, Gregorio, hacia allá partiremos aunque el canto de las sirenas (que las hay en todas las épocas) intenten sujetarnos. Así que da igual si no fuimos a Grecia o a Roma. Te hubiéramos puesto el laurel de todas formas. Aunque yo hubiera apostado más por un casco romano, porque lo tuyo era el ímpetu, lo titánico, el tridente. Golpeabas la pizarra cuasi con la furia del rayo todopoderoso y se oía el escándalo hasta en la Andalucía profunda. A mí se me pegó esta emoción en uno de tus exámenes cuando traduje lanza en vez de pluma, y de acariciar la campanilla del romano yo pasé a meterle la lanza hasta el galillo. Qué tiempos. Ya lo recuerdo como si hubiera pasado todo un milenio. Como si toda una nueva cultura universitaria hubiera desbancado aquellas clases de latín, aquellos engranajes para la comprensión del lenguaje. A veces pienso, Gregorio, qué hubiera sido de nosotros si te hubieras quedado en las Canarias, si otro Augusto hubiera venido a gobernarnos. Nos hubiéramos quedado como aquellos gemelos abandonados que luego fundaron Roma, aunque nosotros, ya digo, no hubiéramos fundado nada. Gozamos en tus clases como gozó el golfo de Zeus con la joven Europa. De vez en cuando, en mitad de clase, en mitad de una corrección, cambiabas el ritmo y voceabas aquella ópera: ¡Eeego, Eeego, sum Abbas! Qué barbaridad. Aunque los bárbaros no eran de los nuestros. Fueron las clases un tronar constante de palabras, de construcciones, de viveza de lenguaje. A mí y algunos se nos quedó grabada aquella escena en la que tú explicabas emocionado una oración sintáctica donde el nombre del hijo iba delante del de la madre. ¡El hijo va delante porque la madre lo lleva aún en la barriga! Eso era un filólogo. Eso era un apasionado. Eso era un gran profesor. Hubo ya un Gregorius Magnum en la historia, pero a nosotros esos nominativos de la segunda us/um nos recordarán siempre y únicamente al profesor que vapuleaba las pizarras y tiraba por los aires el diccionario. Ave!

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