Ya en la calle el nº 1040

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

PASCUAL GARCÍA

El duelo les vale fundamentalmente a los familiares, a ellos hay que consolarlos, pedirles insistentemente que nos cuenten cómo ha pasado todo, si estaba en realidad tan enfermo el finado, si se esperaba el fin de un modo tan inminente, cómo fueron sus últimos minutos y otros cien mil detalles que constituyen la materia de la que se habla en los velatorios. Era Cortázar el que ironizaba de esa forma tan inteligente como solía hacerlo sobre este asunto tan serio en su texto Comportamiento en los velorios. El caso es que inevitablemente también en estas circunstancias tan respetables se ríe mucho y es raro que no se cuenten historias chocantes, tal vez porque necesitamos un margen para respirar y para vivir y no podemos andar todo el día con las lágrimas y los suspiros en la cara. Recuerdo el velatorio de mi abuela Rosa, al que acudieron, como es lógico, todos sus hijos, entre los que destacaban mi tío Julián, alto, rubio y muy bien parecido y mi tío Ramón, alto, moreno y fornido, nada que ver desde luego con su sobrino, el que esto escribe; digo destacaban porque en algún momento presencié con agrado un leve y muy inteligente intercambio de ironías, tan propio de esa rama familiar y que yo creo haber heredado, esto sí, por fortuna. No los vi reírse del todo, pero la sorna era evidente y a mí me pareció tan humano y tan noble que no he podido olvidarlo nunca. En la muerte de mi madre fue mi prima Rosa, que tanto la quería, quien contó alguna de esas historias de buen tono que terminaron despertando nuestras ganas de reír, y todo esto con una naturalidad apabullante, porque nosotros no teníamos por qué aparentar nada, la queríamos tanto que daba la impresión de que también ella se sumaba desde la otra parte a la chanza.

Hace pocos días que enterramos a mi padre, en esta ocasión el sepelio sucedió en el moderno tanatorio sito en la carretera de Caravaca. Fueron dos días agotadores que culminaron en una misa y en el posterior enterramiento en el cementerio de la localidad. Tampoco le faltaba a mi padre sentido del humor y lo que no escaseó en todo el día fue la gente, un río constante de hombres y mujeres, de amigos, compañeros del trabajo y familiares, no obstante la familia es larga, que personalmente me sorprendió de un modo muy favorable, porque a pesar del aturdimiento, de esas fatiga intensa en estos casos, sobre todo de los familiares más directos, reconozco que debo agradecer a todos y cada uno de los que fueron pasando por aquella sala, su cariño, su complicidad y su cercanía. He necesitado varios días para recuperarme del todo, no de la muerte de mi padre, porque de la muerte de un padre o de una madre no se recupera uno nunca, sino de aquel continuo tráfago de hombres y mujeres acompañándonos en nuestra pena, a mi hermana y a mí, interesándose por nuestro estado de ánimo y por las razones del repentino deceso, aunque teniendo en cuenta los noventa y dos años de mi progenitor, parecería natural e incluso deseable, yo al menos lo querría para mí, que su fallecimiento estuviese muy cercano.

El caso es que en mi retina quedan las imágenes de mucha gente, que tan bien me hablaron de mi padre, a mí y a mi hermana, y me ha parecido indispensable corresponderles a todos ellos, con estas palabras de agradecimiento.

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