Ya en la calle el nº 1037

Gonzalo, el de las Gaseosas

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José Antonio Melgares Guerrero/Cronista Oficial de Caravaca y de la Vera Cruz.

Hubo un tiempo, durante la mayor parte del S. XX, en que había coches de línea con origen en Caravaca, a Cehegín, Huéscar, Lorca y Nerpio, además de las recordadas Alsina a Murcia y Solvit a Valencia. De Huéscar (Granada), como empleado de la em
presa Fernández Picón, concesionaria de la línea, llegó a Caravaca en los primeros años de aquel siglo Gonzalo Muñoz García, quien contrajo matrimonio aquí con Consagración López Sánchez Cortés, quienes establecieron el domicilio familiar en la Pl. Nueva donde trajeron al mundo seis hijos: Manuela, Dolores, Cruz, Luís, Gonzalo y Manuel.

De todos ellos, el quinto Gonzalo Muñoz López, fue quien siguió los pasos del padre en dos actividades profesionales diferentes: el trabajo en la línea de autobuses mencionada, y la fabricación de gaseosas y sifones para consumo doméstico e industrial.

Gonzalo nació en el verano de 1917 en la Pl. Nueva y edificio en cuyos bajos, los de mi generación conocimos la herrería de Mariano Calín, incorporándose muy pronto a la plantilla del personal asociado a la línea de autobuses mencionada, primero como cobrador y luego como administrativo.

Su padre, de natural inquieto y audaz en el trabajo, ya había simultaneado la actividad automovilística con una cervecería en la C. del pintor Rafael Tejeo, donde hoy abre sus puertas el establecimiento de tejidos de José Molina Arcas (el Tío Amarillo), y con la fabricación de bebidas gaseosas, de acuerdo con viejas fórmulas escritas en una libreta que, desgraciadamente, no conserva la familia.

A Gonzalo le sorprendió la Guerra Civil haciendo el servicio militar, por lo que hubo de repetirlo tras la contienda, como sucedió a todos cuantos estuvieron en su misma situación geográfica, conocida como zona roja.

Al concluir la Guerra contrajo matrimonio con Josefa Sánchez Córdoba, estableciendo el domicilio familiar primero en la C. de La Aurora, donde nacieron sus cinco hijos: Consagra, Maria José, Mari Cruz, Gonzalo y Conchi, y luego en la Pl. Nueva, donde siguió con el negocio paterno de fabricación de gaseosas y sifones, que acabó regentándolo su mujer, con la ayuda de empleados de toda confianza como Abelardo, Alonso y el Cuco, siendo clientes todos los bares de Caravaca, incluidas las cantinas del Thuillier y el Cinema, y cuantos particulares se acercaban al establecimiento para adquirir la refrescante bebida, a precios que hoy nos parecerían irrisorios.

La materia prima para la fabricación era muy simple: agua sobre todo y levaduras, esencias y gas que traía cada día de Murcia la agencia Sabater, este último en bombonas apropiadas para ello. Las botellas de vidrio, debidamente grabadas con el nombre de la empresa, las suministraba, en diferentes colores, la fábrica de cristal de Santa Lucía de Cartagena, llegando envueltas en material aislante y estropajoso que gentes de condición humilde utilizaban para relleno de colchones.

El producto fabricado se distribuía por los empleados en carro de madera y ruedas de goma, tirado a mano, al que luego se le incorporó una bicicleta para mayor comodidad. Carro que tantas veces sirvió para cargar los alimentos y bebidas, camino del paraje de Las Fuentes en días de excursión no sólo de la familia sino de las gentes de la Pl. Nueva, tan hermanadas y bien avenidas siempre, entre las que hay que mencionar a las Catalinas, Leandro Salinas y su esposa María Manero. Tomás Romera y Antonia, su mujer; Simón el de la Panza, Ascensión Miranda y Alfredo, Pura y Antonio (del bar Los Yemas), las Lineras, Ginés García Andreu, Juan el Marajuña, Mariano el de la Peña y Alfonso el Pili entre otros.

La competencia de otras marcas que llegaron al mercado, como La Casera, La Pitusa y La Caravaqueña de Pedro Díaz, junto a la necesidad de atender a los hijos, motivó el cierre de la empresa a comienzos de los años sesenta, tras la negativa de Gonzalo a aceptar ofertas para representar bebidas como Freixenet entre otras.

Gonzalo no dejó nunca la empresa de la línea de viajeros entre Caravaca y Huéscar (el célebre Correo de Huéscar), cuyo autobús hacía la ida por la mañana y el regreso por la tarde parando en todos los pueblos, aldeas y hasta caseríos que el lector puede imaginar, ya que era el único medio de transporte público para los vecinos de los mismos, en tiempo en que aún no se había generalizado el vehículo particular.

En los mismos años sesenta, tras cesar la actividad en la fabricación de bebidas gaseosas, como ya he dicho, y aprovechando la infraestructura de la empresa de autobuses, en compañía de su amigo Pepe Lasanta, comenzó a organizar viajes domingueros a las playas cercanas a Caravaca, partiendo de la ciudad muy temprano y regresando por la noche. Eran excursiones de día (que aún hoy se llevan a cabo por otros), gracias a los cuales mucha gente conoció el mar; y todo el que quería, por módicos precios, pasaba el día de fiesta en las playas de Bahía (Mazarrón) Terreros y Calabardina (Águilas), Torre de la Horadada y La Albufereta (Alicante), yendo a veces a las playas del Mar Menor.

Había clientes abonados a todos los viajes, y otros que lo hacían de manera ocasional. Gonzalo proporcionaba a los usuarios no sólo el desplazamiento, sino sombra en cobertizos que él mismo montaba a la orilla del mar, y mobiliario de playa, casi desconocido de manera generalizada por entonces.

De vuelta, cada domingo por la noche, el conductor del autobús, que siempre eran Agustín Sánchez Campoy o Manolo Ansón, detenían el vehiculo en el paraje de Las Casas de D. Gonzalo para que la clientela se refrescase en una fuente pública en la que aquella se dejaba parte de la sal pegada al cuerpo durante la larga y abrasadora jornada estival.

Estos viajes, organizados discreccionalmente por Gonzalo, alquilando los vehículos a su propia empresa los días en que ésta no hacía servicio por ser festivo, también se hacían a Murcia, en primavera y otoño, para asistir a acontecimientos futboleros o taurinos, contando siempre con la ayuda de sus amigos los conductores mencionados, y sus vecinos Alfonso El Pili y Tomás Sánchez Cameo.

Forofo caballista. Más forofo seguidor del Real Madrid y empedernido fumador, contrajo una diabetes que se le complicó con un efisema pulmonar que le llevó primero a la jubilación en 1979, con 65 años, aprovechando el cambio de empresa de Fernández Picón a Brugarolas, y luego a la muerte el 14 de mayo de 2001, con 84 años.

Su recuerdo, como el de tantos que configuraron la Caravaca actual, sigue vivo en la memoria de las gentes que le conocimos, formando parte del virtual álbum donde se conservan tantas vivencias con las que ilustrar la historia reciente, tan cercana, y tan lejana a la vez en el tiempo presente.

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