Ya en la calle el nº 1039

Gollarín publica “El viaje hacia el olvido de Teófilo Fernández” de Jesús López García

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

La historia de Teófilo Fernández, de su familia y de su entorno, es la del declive y extinción de una comunidad rural, de la diáspora de sus componentes, y de sus diversos destinos.

“El viaje hacia el olvido de Teófilo Fernández”, de Jesús López García, es un relato lleno de vida, que muestra los lugares como si los recorriésemos en compañía de sus personajes, y que transmite la emoción de experimentar en uno mismo los sentimientos de su protagonista.

Gollarín publica la tercera novela de Jesús López García tras “Y también se vivía” (Gollarín) y “Viejos caminos, viejas historias”

Aunque no se repitan personajes pero sí lugares en tus tres libros, ¿podemos hablar de que cierras con esta obra una trilogía?

Aunque no hubo una intención previa, a lo largo de los trabajos de campo, documentación y recogida de testimonios, sí se puede afirmar que las tres novelas se complementan y constituyen un bloque de pensamiento. Y también se vivíaes una reflexión y una recuperación emocional de las aldeas y cortijos a partir de los testimonios de quienes los habitaron. Viejos caminos, viejas historias pretende rescatar la trama espacial de aquella civilización rural, así como los actores que le daban vida y las cosas que pasaban.  El viaje hacia el olvido de Teófilo Fernández es una larga reflexión sobre el final de esta vieja cultura rural y sobre alguna de sus causas… Pero el colofón siempre es el mismo: aquel “se fueron” del epílogo del primero de los libros.

En la geografía que habitamos no resulta extraño el regreso del emigrante en sus últimos años al lugar que lo vio nacer y, con él, en fechas señaladas como Navidad o fiestas patronales, la llegada por unos días de sus descendientes, tú que has investigado y te has basado en testimonios de los protagonistas, ¿cómo suele ser ese regreso?

El regreso… siempre el regreso. Esos retornos temporales, en vacaciones, para las fiestas, para reencuentros familiares, ha permitido que aún se mantengan en pie algunas construcciones, algunos caminos, algunas viejas instalaciones, esa especie de rescoldo.  Tu pregunta viene muy a propósito de El viaje hacia el olvido de Teófilo Fernández, sobre todo de su segunda parte, porque en realidad esta especie de “cierre” de la trilogía -aunque las cosas nunca se cierran del todo- es una reflexión permanente sobre la marcha forzosa y el ansia de retorno, aunque solo sea un retorno emocional. Al fin y al cabo, una batalla contra el olvido. Batalla que pocas veces se gana.

¿Daría para otra novela que cerrara el círculo el convertir en protagonistas a esos nietos y cómo contemplan esa tierra y esas labores que eran propias de sus abuelos?

Bueno… La creación literaria tiende al infinito, sobre todo cuando se ramifica. Pero en este momento no me lo planteo. Sí anticipo que los últimos capítulos se mueven entre la melancolía del olvido, el epílogo de la vida, y la esperanza en esos jóvenes que pese a todo han conservado el apego a la tierra que les vio nacer, a ellos o a sus padres.

En tus novelas hay una voluntad de no romantizar la vida en el campo, ¿te ha resultado complicado no caer en los estereotipos, sean estos positivos o negativos, sobre el mundo rural?

Es que yo creo que los estereotipos han dañado a nuestra vieja cultura. Quizás no tanto el romanticismo o el “bucolismo”, que al fin y al cabo constituyen un refugio frente a la desazón que tantas veces trae el vértigo de la vida urbana, aunque en efecto yo he huido de esa idealización, porque la realidad es dura, a veces muy dura.   Sí que ha sido dañina, en mi opinión, la reducción estereotipada del campesino a la condición de paleto ignorante y bruto, lamentablemente asumido por algunos de sus actores, e incluso por determinados presuntos defensores “de lo rural”, que ahora proliferan en Youtube y sitios así. Contra ese estereotipo siempre he luchado. En la literatura y en la vida.

La ausencia de estereotipos no excluye sin embargo una mirada que dignifica aquel tiempo y aquellas gentes.

Es que creo que estamos obligados a dignificar esa cultura en su riquísima diversidad, así como a sus protagonistas. Es más, la desaparición del viejo mundo rural está suponiendo una terrible pérdida de patrimonio material e inmaterial. Las últimas generaciones depositarias de la vieja sabiduría se están yendo irremisiblemente. Creo que hay que devolverles la dignidad que se les ha quitado. Ese es el primer paso para que podamos construir una hipotética nueva cultura rural arraigada en los valores que permitieron a nuestros antepasados convivir con la naturaleza, haciéndole frente con nobleza e ingenio.

Allá por el verano de 2016, cuando comienza a darle forma a “Y también se vivía”, ¿por qué se decide utilizar como herramienta la literatura y no la ciencia, por su formación como geógrafo e historiador, para expresar sus ideas?

Durante toda mi vida profesional he trabajado con herramientas científicas, y vengo de ahí. Estos libros de ahora tampoco se entienden sin esa formación. Tienen un método, parten de hipótesis, intentan concluir, se expresan en detalles, describen técnicas…. Aunque los registros literarios que he utilizado tengan como base la oralidad, esa especie de grafismo de la expresividad de nuestras gentes, y alguien pueda confundirlos con el costumbrismo, nada más lejos del trabajo que he intentado llevar a cabo. Es, en cierta manera y humildemente, construir lingüística. Pero, es cierto, sin la dosis de creación que aporta la literatura era imposible este intento de comunicar en su globalidad este universo natural y humano en el que nos asentamos, así como su declive, que es de lo que se trataba.

La literatura ha permitido que estos libros hayan retornado a sus propias fuentes, a personas procedentes de los lugares que son sus escenarios, que los han leído con interés y con alguna dificultad, o que se los han leído sus hijos o sus nietos. Eso, para mí, ha sido suficiente recompensa a tanto trabajo.

He de decir también, que en el caso de “Y también se vivía” no ha sido solo la literatura. Ha sido también el dibujo. Los frutos del trabajo de Pascual Adolfo López Salueña han sido muy valiosos.

Un mundo que desaparece, pero también un vocabulario, incluso un lenguaje que se extingue con él. ¿Cómo ha trasladado ese habla al papel? ¿En unos años necesitaremos un glosario para entender algunas palabras de sus novelas?

Ya hay muchos glosarios publicados por ahí. A mí me ha interesado dotar de un registro literario a la oralidad, como antes dije, a su expresividad. Los glosarios son como los museos. Son útiles, pero constituyen un trabajo diferente. Ahora bien, no estaría mal que en los colegios y en los institutos se trabajara con nuestra habla. Sin afectación, ni amaneramiento. Seriamente. Material hay todavía y es mucho lo que los chavales aún pueden recoger de sus abuelos, abuelas, e incluso bisabuelos y bisabuelas. Destaco las mujeres, que, por lo que sea, sobresalen en el aprovechamiento de los recursos que proporciona el habla.

En la segunda parte de su novela, el protagonista se marcha a Cartagena, ¿cómo ha sido el proceso de documentación?

Pues muy prolijo. He manejado toda la documentación que me ha requerido el desarrollo de la trama. También me han sido útiles otros materiales audiovisuales y testimonios de personas que han visto el cambio de ese territorio desde los años ochenta del pasado siglo que es cuando Teófilo se ve obligado a emigrar desde Nerpio y a llevar a cabo esa especie de viaje hacia el olvido. Especialmente laborioso me ha resultado entrar en el devenir de la Sierra Minera, que por extraño que pueda parecer se termina asociando al de estas tierras altas que todos tenemos en la retina.

¿Cómo transcurre el tiempo, el paso de las estaciones, la diferencia entre el día y la noche…, puede ser una de las grandes diferencias entre vivir en el campo o en la ciudad?

Las percepciones, ese conjunto de emociones que transmite el paisaje. Vivir dentro de una atmósfera abierta. Quizás sea eso lo que diferencia un espacio de otro. Y más en estos tiempos, en los que todo pasa por una pantalla, de la televisión, del teléfono móvil, del ordenador.

Cuando pienso en la emigración a la ciudad, me viene a la mente la película Surcos (1951), de José Antonio Nieves Conde. ¿Usted ha encontrado referentes cinematográficos o literarios que le hayan ayudado a plasmar ese abandono obligado del campo por la ciudad?

He buscado y he encontrado. En el cine y en documentales. Y me han servido como fuentes para este libro, incluso más que para los anteriores.

Usted ha presentado sus anteriores novelas en los lugares que se describen en ellas y ante las personas que le han dado su testimonio, ¿cómo ha sido esa experiencia nada habitual en un escritor?

Gratificante. Pero sobre todo después. Ya que como dije ha habido bastantes lectores entre ellos. También ha sido emotiva la presencia en esas presentaciones de las personas que me dieron su testimonio.

En general, ¿qué le parece el contacto con el lector que se produce en las presentaciones o en Ferias como la próxima de Murcia?

Útil y emotivo. Sobre todo, en estos lugares próximos.

¿Qué le ha llevado a confiar en Gollarín para esta novela?

Gollarín edita muy bien. Quizás sea una de las pequeñas editoriales que mejor cuida la edición. La experiencia de “Y también se vivía” fue extraordinaria.

No ocultaré mi amistad con Paco Marín, el editor, que en cierta manera ha sido el que me ha impulsado a llevar a cabo estos trabajos. Y parece que el resultado de los mismos ha encajado en sus exigencias. Así que, una experiencia recíproca y enriquecedora.

 

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