Ya en la calle el nº 1040

Gil, el Sastre

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

JOSÉ ANTONIO MELGARES

Entre las profesiones que desaparecen paulatinamente del espectro social y económico de los pueblos y ciudades de España en estos primeros años del S. XXI, hay que mencionar la de sastre, y ello por culpa de la confección en serie de carácter industrial que propone el actual sistema comercial. Hasta no hace muchos años Caravaca, como las demás localidades del Noroeste Murciano, contaba con una nómina de sastres muy extensa, cuyos nombres forman parte del recuerdo individual y colectivo de la población entrada en años, a la que sugiero desde aquí hacer un ejercicio de memoria para actualizar sus nombres y ubicación urbana.

Gil el Sastre
Gil el Sastre

Uno de los sastres a que me refiero fue Gil López Zamora, un profesional de altura y no sólo física sino intelectual y visceral, cuya presencia en la sociedad caravaqueña del ecuador del S. XX nunca pasó desapercibida. Gil, cuyo nombre propio era suficiente para referirse a él sin necesidad de recurrir a los apellidos para su identificación, nació en Caravaca el 6 de diciembre de 1914, ocupando el cuarto puesto de los seis hijos que trajeron al mundo sus padres Adolfo López y Emilia Zamora, aquel natural de Barranda y tratante de ganados con cuadra propia en la actual calle caravaqueña del Dr. Alfonso Zamora, y ésta procedente del Puerto de Mazarrón.

Gil se inició en la costura (sin tradición familiar alguna), en el taller de Antonio Caparrós (padre), como aprendiz. Su interés por aumentar conocimientos en el oficio le llevó poco tiempo después a Barcelona y, posteriormente a la localidad madrileña de Navalcarnero. En la capital catalana tuvo como maestro a uno de los creadores del sistema de corte Aubele,con taller en la Vía Layetana, quien curiosamente hacía trajes sin pruebas.

Nostálgico por la lejanía del terruño, donde le reclamaban amigos y clientes, regresó a Caravaca en 1949, estableciéndose en al esquina de las calles Pilar y Balazote, desde donde, tres años después desplazó la sastrería definitivamente muy cerca del anterior emplazamiento, concretamente al número 8 de la citada Balazote, donde actualmente se ubica el bar Mata, en local propiedad de Manolita la de Coscorrones, por el que pagaba de alquiler trescientas ptas. en los últimos años sesenta cuando lo abandonó. Era aquel, entonces, un eje urbano lúdico-comercial que, partiendo del Bar 33llegaba a la Plaza del Arco pasando por la tienda de ultramarinos de Carricos, Calzados Mané, el almacén de plátanos de Alfonso Supremo,la tienda de cambio de novelas y tebeos,el zapatero Zurrones,la bodega de la Tía Pechuga, la taberna de Tirantes,el bar Los Yemas y la droguería Levi; con gran movimiento de paso de gentes, por el que también pasaban las mujeres con los pares a la hora vespertina de la entrega.

Gil, que tuvo siempre muy buenas relaciones con los colegas de profesión, gozó de una nutrida clientela que gustaba de su forma de trabajar, y también de la tertulia que animaba el trabajo del maestro. Nunca estaba la sastrería vacía pues siempre había alguien que compartía con él conversación mientras cortaba, cosía y armaba patrones, sobre todo en vísperas de Navidad y fiestas de la Cruz, cuando venían los emigrantes y la sastrería se convertía en punto de encuentro donde unos y otros contaban las penas y las alegrías vividas lejos de la tierra. Entre sus clientes asiduos recordamos al popular Antoñiles(de la tienda de Los Jiménez), Jaime Hervás, el torero Pedro Barrera, Gabriel Elbal, Mariano Tudela; Gustavo Melgares, Telesforo Baquero, Ramón Barrera, Pepe Carrasco, Rafael Orrico. Los Hermanos Pepe, Paco y Jaime Pozo. Paco Pim, Pepe Gómez, Enrique Jiménez. El poeta Elías Los Arcos, el escritor Gregorio Javier, el médico Cesar León y Mari Trini Pérez-Miravete entre otros cuya relación rebasaría los límites espaciales de que dispongo.

Entre sus ayudantes y colaboradores laborales se recuerda, también entre otros, a Severo, Isidro El Papiruso,Juan José y Paco (de la familia de Pacoel Churumbel), y a su propia mujer: Maravillas; además de Emilia, Cruz, la Socorro (de la Cuesta de la Cruz) y Fermina (mujer de José el Vacas), quienes se encargaban de los pantalones y chalecos.

La confección de Gil era perfecta. Fue el primero en sacar de un corte de traje: americana, chaleco y dos pantalones (cuando lo normal era un solo pantalón). Sus hijos conservan más de quinientas fichas con los datos y medidas de sus clientes, así como anécdotas acaecidas a algunos de ellos como Antoñiles y Jaime Talavera, quienes en Barcelona y Madrid respectivamente les alabaron la manufactura de sus indumentarias sin llegar a creerse que estaban cosidas por un sastre de pueblo.

Sus principales proveedores fueron fabricantes de Sabadell, recordándose firmas por él utilizadas como Tamburini, Miguel Mas, y Llonch y Salaentre otras, con cuyos tejidos elaboraba sus trajes por los que llegó a cobrar mil doscientas ptas. en los años sesenta y hasta cinco mil en 1966 a Paco Zapata (el más caro recordado de aquellas fechas).

Gil, quien tenía su residencia familiar en la actual calle Rifeños del Camino del Huerto, donde con su mujer Maravillas López Sánchez trajo al mundo a sus siete hijos, quiso ampliar sus horizontes laborales en los últimos años sesenta. Primero miró hacia Alicante, donde un maestro sastre de apellido Ferrández (establecido en la Rambla de Méndez Núñez 22), le ofreció en 1966 asociarse a su firma, permaneciendo poco tiempo en su compañía. Luego, la misma inquietud profesional le llevó a Murcia, a donde marchó con la familia el 30 de septiembre de 1967, estableciéndose en la Plaza Circular nº 8 y, posteriormente, en la C. Rambla nº 23. Hasta Murcia se llevó parte importante de su clientela, ampliándola con personas como el Conde de Montemar y especializándose en trajes de señora.

El sastre Gil falleció en Murcia el 30 de mayo de 1983, tras sufrir dos infartos cerebrales de los que no pudo recuperarse. Su recuerdo permanece inalterado a pesar del paso del tiempo; y con su recuerdo el de una actividad perdida que aportaba cada tarde a la calle caravaqueña un encanto especial, a la hora de la salida del trabajo, cuando las oficialas y empleadas de sastrerías y talleres se fundían con el resto de las gentes en el espacio físico de la Calle Mayor y la Plaza del Arco, en encuentros fortuitos o programados, antes de retirarse al domicilio para el descanso nocturno.

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