Ya en la calle el nº 1041

Francisco Salzillo y la escuela de escultura de Caravaca

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

INDALECIO POZO/Coautor de Francisco Salzillo y la Escuela de Escultura de Caravaca

El grupo de escultores se inicia con la figura de don Ginés López Pérez, un joven que en 1703, con tan sólo 15 años y huérfano de padre, entró como aprendiz en el taller que el artista capuano Nicolás Salzillo había creado en la ciudad de Murcia. Tras su etapa de formación regresó a su villa natal donde casó y abrió taller propio realizando obras destacadas como la Virgen del Rosario y la Magdalena de la parroquial de Cehegín. Su mano probablemente también se adivina en las tallas de San José y San Francisco de Asís de la Concepción de Caravaca. De su segundo enlace matrimonial con doña María Navarro nació hacia 1735-1737 don José López Pérez, principal artista de esta escuela caravaqueña.

Como ya sucediera con su padre, siendo un mancebo de 15-17 años y también huérfano de padre, José López ingresó en 1752 en el taller murciano del escultor Francisco Salzillo, hijo de Nicolás Salzillo. Bajo la tutela y amparo del gran maestro murciano se instruyó en el Arte de la Escultura hasta convertirse, junto a Roque López, en su discípulo más destacado. En 1765 retornó a la villa que le vio nacer para recuperar el taller familiar, vacante desde la muerte de su padre en 1751. No obstante, aquel periodo de tiempo entre ambos López Pérez fue ocupado por el escultor José Ortega, un artista oriundo del obispado de Sigüenza que se avecindó en Caravaca y colaboró muy estrechamente con los hermanos Blas y José Sáez, maestros tallistas de retablos, y cuya obra llegó a las villas de Moratalla, Caravaca, Cehegín, Bullas y Cuevas. El trabajo de Ortega como escultor es perceptible en las imágenes exentas y de medio relieve de los retablos mayores de la Compañía de Jesús y la Concepción, pero también en los colaterales de las Monjas Descalzas de San José y el templo de la Santa Cruz, todos en Caravaca.
Pero volviendo al maestro José López Pérez, su retorno a la villa de Caravaca coincide con el óbito del checano Ortega y con la trascendental llegada del vicario santiaguista don Pedro Becerra y Moscoso. Avalado por su aprendizaje y estrecha colaboración con su maestro Francisco Salzillo, proseguirá la labor iniciada por su padre Ginés López. Desde la villa de la Cruz realiza imágenes muy destacadas como la cúpula de la Asunción de Molina, Nuestra Señora de la Asunción y el San Juan Bautista de Moratalla o la Purísima Concepción de los franciscanos de Lorca. Para su villa natal seguramente realizó el programa escultórico del retablo mayor de las Carmelitas Descalzas de San José, Nuestra Señora del Coro de ayuda de Milagros y Misericordias para el cenobio de franciscanos observantes de Nuestra Señora de Gracia, una Purísima para el convento de Santa Clara y especialmente la Virgen de las Angustias y el extraordinario Prendimiento de Cristo, ambas en el Salvador de Caravaca, obras que como se demuestra en nuestro análisis, están estrechamente ligadas a la fundación de la cofradía de Nuestra Señora de las Angustias en 1770 y la celebración del Miércoles Santo, y que hasta ahora habían sido atribuidas a Marcos Laborda o Nicolás de Bussy.
Acotar y encuadrar la figura del gran escultor caravaqueño José López Pérez no ha resultado tarea fácil debido a un nombre y apellidos tan comunes en aquella época, pero ya sabemos la fecha probable de su nacimiento (con un error de 2-3 años) y, sobre todo, la de su óbito en mayo de 1781.
La muerte le sorprendió en la villa de Mula pero antes, al menos desde 1770 o quizás algún año atrás, ya tenía en su taller como aprendiz a Marcos Laborda, el siguiente artista de esta escuela. Marcos Laborda García nació en 1752 en el seno de una familia de plateros y alquimistas y comenzó su andadura como escultor independiente en 1782, justo tras el fallecimiento de José López Pérez al que siempre consideró como maestro. Durante una década fue el único escultor presente en su villa natal y desde aquí hizo obras como un San Blas para la cofradía homónima radicada en la ermita de la Soledad, una Santa Bárbara para el colateral de la epístola del templo de la Santa Cruz o el San Pascual que entregó de limosna a la parroquial, todos en Caravaca. Para Cehegín consta que realizó la Virgen de las Angustias para la ermita de la Sangre, obra inspirada sin duda en la que su maestro José López hiciera para Caravaca. Marcos Laborda igualmente realizó diversas obras durante sus frecuentes estancias en Lorca como la Dolorosa del Paso Morado, además de otras tallas menores dirigidas al ámbito personal o familiar como el busto de la Dolorosa del hospicio de Santa Florentina de Murcia o el Buen Pastor de la colección Jiménez de Cisneros. Gracias a Laborda sabemos que el segundo hijo de su maestro, de nombre Felipe Ramón López Pérez, también andaba inmerso en el Arte de la Escultura aunque desconocemos qué obras pudo hacer. Marcos Laborda falleció en 1822 aunque para entonces ya hacía bastantes años que había tomado el testigo el oficio el último eslabón de esta escuela, el escultor Fernández Caro.
Francisco Fernández Caro nació en 1760 y posiblemente tuvo sus primeros contactos con la Escultura a través del taller de José López Pérez. Sin embargo, la temprana muerte del gran maestro caravaqueño cuando apenas contaba 45 años de edad, debió trastocar su proceso de aprendizaje. Hasta ahora se había venido considerando una y otra vez a Fernández Caro como uno de los discípulos más sobresalientes de Francisco Salzillo, incluso se había afirmado que se formó en su taller. Gracias a nuestra investigación, hoy sabemos que Fernández Caro no fue discípulo del gran imaginero murciano, sino que su saber y conocimientos principales fueron adquiridos en las aulas y salas de la Real Academia de Nobles Artes de San Fernando, en Madrid. Allí ingresó en 1784 para conseguir un título que le facultaba para trabajar como escultor y donde consiguió algunos premios y reconocimientos en las convocatorias anuales que convocaba la docta institución de las Artes. Una vez instruido adecuadamente, regresó a su villa natal a finales de 1791 donde coincidió con Laborda, pero éste carecía de formación académica y del título de meritorio que exhibía Fernández Caro, de manera que muy pronto debió oscurecer la figura y el trabajo de Marcos Laborda. Ya en Caravaca realizó la espléndida Purísima de la iglesia de la Concepción y otra Inmaculada para los religiosos franciscanos de Vélez Rubio, ambas de 1792. Poco después renovó cuatro de las seis imágenes de la ermita de Santa Elena y Jesús Nazareno de Caravaca. Para finales de siglo comenzó su andadura en las cofradías y parroquias de la ciudad de Lorca, para las que hizo el San Homobono, patrón de sastres, San José o San Julián, entre otras. Tras el fin de la Guerra de la Independencia hizo El Resucitado para la villa de Bullas. Trabajaba entonces en el taller familiar su hijo y también escultor Casiano Fernández Caro. Los primeros programas desamortizadores impulsados durante el Trienio Liberal y la Desamortización de Mendizábal causaron un fuerte impacto negativo en las cofradías, ermitas, iglesias y órdenes religiosas, a la postre los principales y casi únicos clientes de los escultores. Las circunstancias forzaron a Francisco Fernández Caro a aceptar encargos impropios de un artista de su categoría. Y así lo encontramos esculpiendo lápidas conmemorativas para la plaza Mayor de Caravaca y para los Santos Médicos de La Junquera, o dorando unos simples tornillos para la custodia de la Santa Cruz. Su prestigio se mantuvo intacto pero la clientela iba desapareciendo. El problema fue a más y su hijo Casiano Fernández se vio obligado a reciclarse especialmente como pintor de profesión, quizás siguiendo la estela de otro gran artista caravaqueño como era Rafael Tegeo, que por entonces triunfaba en la Villa y Corte de Madrid retratando a la aristocracia y burguesía de la época. Con el fallecimiento de Casiano Fernández Caro en el verano de 1855 con motivo de la terrible epidemia de cólera concluye el ciclo de esta importante Escuela que durante más de 100 manutuvo a Caravaca como un sobresaliente centro del Arte de la Escultura en el antiguo reino de Murcia.

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