Ya en la calle el nº 1037

Francisco Marín y la Tienda de la Cruz

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José Antonio Melgares Guerrero/Cronista Oficial de la Región de Murcia

Hubo un tiempo, en las postrimerías del pasado siglo, cuando en la Real Basílica no había tienda de recuerdos y sólo Juan, el sacristán, satisfacía las demandas de peregrinos y turistas que acudían al encuentro con la Stma. Cruz con postales, estampas y cruces de diverso tamaño y material, siendo Hermano Mayor de la Cofradía de la Patrona José Nevado Medina, en que se produjo el primer intento serio de abrir un lugar en que el gran público pudiera adquirir recuerdos de Caravaca, vinculados a la Stma, Cruz de forma adecuada, con carácter comercial y actividad profesionalizada. Fue en 1987, cuando de manera provisional y temporal, durante los días de las Fiestas, en mayo, se abrió un local en la Gran Vía, que se pudo considerar como el germen de la actual “Tienda de la Cruz”.

Francisco Marín Marín, con su familia
Francisco Marín Marín, con su familia

El Hermano Mayor, quien se había dedicado a la actividad comercial desde su niñez, encargó a Francisco Marín Marín su empleado de confianza en el negocio familiar de mobiliario doméstico y empresarial, que se hiciera cargo de un bajo en el Hotel Central, durante los días de las Fiestas, para atender al público que masivamente acudía, como sigue haciéndolo en la actualidad, para vivir entre nosotros los días mayores del año natural.

Francisco Marín era chofer de la empresa, y también carpintero en la fabrica. Como conductor eran habituales sus desplazamientos por toda España, ocupándose, además del transporte, del montaje de la mercancía en destino. Conocía el oficio desde que se formó, como aprendiz en el taller de Primitivo Olgar, en Madrid, donde trabajó hasta su incorporación al servicio militar. Sus padres, Antonio y María lo trajeron al mundo en 1947 en las “Casas del Rubio”, un caserío de La Almudema y, tras haber trabajado en Francia y Suiza regresó a Pinilla, comenzando a trabajar en la empresa Nevado a donde le llegó la jubilación.

En 1965 contrajo matrimonio con Carmen Cava, fruto del que nacieron sus dos hijas: Encarna y Carmen.

Como ya he dicho, el Hermano Mayor José Nevado Medina, con buen criterio comercial, encargó a Francisco la gerencia de una provisional tienda de recuerdos a beneficio de la Cofradía de la Vera Cruz, en lugar cedido de forma altruista por una firma local, inicialmente en los bajos del Hotel Central y más tarde junto a la cafetería Dulcinea. Francisco percibió el primer año por su trabajo 75.000 pts, yendo a parar el resto del margen comercial, a los siempre escasos fondos de la Cofradía, encargada, como es sabido, de sufragar gran parte de los gastos de las Fiestas de la Cruz. Entre los objetos que Francisco ponía a la venta del numeroso público (local y forastero), tuvo mucha importancia del “Vino de la Cruz”, en sus momentos de transformación de la distribución a granel a hacerlo debidamente embotellado, complementándose con la venta de fajas y pañuelos caballistas, alpargatas, la “Revista de Fiestas”, yemas, petardos para la diana, medallas y hasta objetos de joyería de mayor valor, que le facilitaban los comercios y fabricantes del ramo.

Como ya he dicho, Francisco percibió por su trabajo, el primer año, quince mil “duros”, que empleó en la adquisición de una acción del polideportivo local “La Loma”. El resto de los años su actividad fue a comisión del 10% de las ventas; permaneciendo en ello durante los mandatos de los hermanos mayores Andrés López Augüy, Antonio Romera y Paco Pim, siendo con este último cuando oficialmente comenzó a funcionar la tienda del Castillo. Francisco recuerda con agrado aquel antiguo y provisional punto de distribución y venta, ahora que con 75 años y jubilado anticipadamente desde 2009, contempla la vida desde la terraza de la experiencia y los años vividos. Revive con frecuencia momentos de aquella actividad paralela al trabajo como mueblista. Recuerda la ayuda que le prestaron en los primeros momentos Antonio Marín y Carlos Roca en el montaje y preparación de la tienda. El apoyo de Carmen, su mujer, e incluso de sus hijas, entonces con 5 y 3 años respectivamente. Y cuando su mente lo permite rebobina hacia su niñez, recordando sus años en el campo, pues llegó a conocer la siega del cereal a mano y la trilla en la era con animales de tiro. También recuerda la escuela unitaria y con separación por sexos de La Almudema, donde fue alumno del maestro D. Arsenio, a quien sustituyó D. Juan Antonio Aznar. Y también sus desplazamientos a Caravaca, primero en burro y luego en bicicleta, para vender sus productos en el mercado de los lunes. La parada obligada en la “Posada del Picaor” , hasta donde se llegaba por carretera de tierra, aun sin asfaltar, y por la que tan pocos vehículos transitaban, pudiéndose contar entre ellos el correo de La Almudema y el de “Daniel”.

Entre tanto recuerdo transcurren los días de Francisco Marín, acompañado del cariño y atenciones de sus “tres mujeres” y el añadido de sus dos nietos; contando a quien quiere escucharlo, un pasado aún muy reciente, que a muy pocos ya interesa.

 

 

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