Ya en la calle el nº 1040

Forjadores de la Fiesta: Manolo Caranegra

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

José Antonio Melgares Guerrero/Cronista Oficial de la Región de Murcia
Durante el presente año 2009 celebran su medio siglo en el renovado Cortejo Festero de la Cruz mesnadas cristianas y cabilas moras que, emulando a los «héroes del 59» se inocularon del virus festero de aquellos al concluir las primeras Fiestas reconvertidas. Uno de estos grupos cristianos fue el de los Caballeros de Aragón, al frente del cual estuvo siempre, hasta su muerte en 1982, el popular Manuel Portaceli Asturiano, quien ya tenía antecedentes en el mundo de la Fiesta, pues había sido Rey Moro hacia 1956, cuando sólo salían los reyes el día 3 para oficiar el Parlamento.

Manuel Portaceli (foto Pedro Antonio)
Manuel Portaceli (foto Pedro Antonio)

Manolo Caranegra, como popular y cariñosamente era conocido entre las gentes, (no sabemos muy bien si por el natural color de su piel o porque hizo de Rey Baltasar en una Cabalgata de Reyes durante sus años jóvenes), nació en Caravaca el 20 de noviembre de 1925. Hizo sus estudios primarios en la ciudad, y el bachiller en la Alianza Francesa de Valencia. Cuando regresó se incorporó al mundo del trabajo como contable en la banca privada que D. Pedro Antonio Moreno tenía en la C. Mayor, frente al domicilio del arcipreste D. Tomás Hervás y la Librería Nueva de Pedro Montoya. Allí tuvo por compañeros a Perico el Alto, a Fernando Moreno y a Pepe Hervás entre otros. Luego, en el mismo oficio de contable, trabajó en la fábrica de conservas de Martínez Martínez de la carretera de Moratalla; en la de alpargatas de Manuel Campos Magán, frente a la taberna del Tío Garrampón y, finalmente, en el despacho del abogado Amancio Marsilla Marín, en la calle del Poeta Ibáñez, donde ésta se encuentra con la plaza de Sta. Teresa y hoy es Casa Parroquial de La Concepción.
Contrajo matrimonio el 14 de diciembre de 1952 con Maravillas Medina Nogueras, trayendo al mundo con ella a sus cuatro hijos: Manuel, José Antonio, Francisco Javier y Carlos. El matrimonio vivió inicialmente en la Cuesta del Castillo y calle cerrada frente a la entrada lateral del Ayuntamiento, hasta su traslado definitivo a la Cuesta de las Monjas, que desde la C. Mayor conduce a la placeta del Santo. Maravillas falleció allí, de cáncer, el 20 de mayo de 1980 y Manolo, de tristeza, poco tiempo después, el 4 de febrero de 1982.
En 1959, tras el sorpresivo obsequio que hicieron a la Cruz y al pueblo de Caravaca Templarios, Abul-Khatar y Arqueros, así como aquellos primeros reyes y reinas y sus correspondientes cortes, Manolo Caranegra, hombre ingenioso, inquieto y de gran inteligencia natural, se ilusionó con el proyecto de un grupo festero en cuya gestación inicial tuvo parte muy importante su amigo y compañero de trabajo Perico el Alto, quien diseñó la primera indumentaria que habrían de vestir los componentes del nuevo grupo: Los Caballeros de Aragón, en recuerdo de aquellos aragoneses presentes en la reconquista de nuestra comarca, cuando el rey Jaime I ayudó a su yerno el rey Alfonso X (el Sabio) de Castilla, con motivo de la rebelión de Las Alpujarras en 1266.
Portaceli contagió su propia ilusión a un grupo de dieciséis jóvenes caravaqueños, que le siguieron con los ojos cerrados, encargándose de la fabricación de la primera indumentaria el sastre y pintor Eduardo Caparros (quien tenía su sastrería en la Cuesta de las Herrerías), las botas el zapatero Tacón (frente al Casino) y las lanzas y espadas el herrero Mariano Calín, quien abría su fragua en la Plaza Nueva, por cuyo trabajo cobró éste último 100 ptas. la unidad, niquelándose en el taller de Rafael Orrico de la calle de Las Monjas. Las mallas, sin embargo, fueron alquiladas en aquella primera ocasión en la casa Cornejo de Madrid, presentando algunos problemas que aún recuerdan quienes las «sufrieron» durante las Fiestas del año 60.
Por el completo opúsculo que publicó el Grupo en 2006, con texto de Mariano Martínez-Iglesias Reyna, sabemos de la sana rivalidad inicial entre Arqueros y Aragoneses, de la instrucción nocturna, desde S. José a mayo. De su punto de encuentro cada noche, sobre las diez y media junto a la fuente de hierro de la calle de Mayrena, junto al chalet de Manuel Hervás. De los ensayos a ritmo del silbido de un pito, y más tarde de un tambor que tocaba Bartolo Caparrós, quien lo pedía prestado al maestro Jesús Fernández, director entonces de la banda de Música local. De los posteriores diseños de indumentarias, ingeniadas por Pedro el Levi y cosidas por Maruja, modista cuñada de Caranegra, ayudada por su hermana Maravillas. De los dibujos que presentaba la formación en las calles con motivo de sus desfiles, además de tantos detalles y anécdotas que componen e ilustran la vida del grupo Aragonés.
Desde el año 59 la pasión de Manolo Caranegra fue la Fiesta. Su domicilio familiar, en la Cuesta de las Monjas, fue almacén siempre abierto, a donde cada uno acudía para abastecerse de lo necesario en indumentaria y armamento, aunque las salidas del grupo durante las Fiestas se hacían desde la casa familiar de su madre, Maruja Asturiano, en la C. Canalejas.
Pero Manolo Caranegra, que siempre fue un niño grande, también tuvo otras vertientes humanas y sociales. Gran aficionado a la lectura, leía cuanto caía en sus manos, siendo consultado por muchos sobre materias a leer según sus gustos. Enseñó a firmar a mucha gente, entre ellos a Los Garrampones, que sin saber leer ni escribir, precisaban de su rúbrica en escritos y documentos. Participó, junto a Pedro Guerrero y otros, en la refundación de la Peña Taurina (entonces en La Canalica), y también en el grupo teatral de aficionados que dirigía el abogado D. Cristóbal Rodríguez (que puso en escena, entre otras obras Don Juan Tenorio), junto a Amancio Marsilla y María Teresa Godínez (que fueron los protagonistas en los personajes de D. Juan y Dª. Inés), Perico el Alto, Mario Moreno, Antonio Ros y Dª. Encarna Guirao entre otros.
Amante de la conversación y amigo de sus amigos, visitaba con ellos las tabernas de Tirantes y el Tío Garrampón, el Bar 33 y tantos otros, en un recorrido vespertino diario de las habituales «estaciones», a las que tanta gente era muy aficionada en la Caravaca de los años sesenta y siguientes.
El Cronista no quiere dejar pasar más tiempo sin reconocer, en la persona de Maravillas Medina Nogueras, esposa de Caranegra, la importancia que tuvo la mujer caravaqueña durante los primeros años de la reconversión de la Fiesta y antes de su incorporación activa a la misma. Su abnegación, silencio y soledad, no sólo durante los días de las Fiestas, sino durante el largo período de preparación de las mismas cada año, únicamente motivadas por la ilusión de ver llegar a los suyos en el transcurso de los desfiles, bien merece el reconocimiento de los festeros de hoy. Con el tiempo llegarían los refugios, que las liberaron de comidas y atenciones familiares, y luego la participación activa que propició su indiscutible y propio protagonismo. Sin embargo, su abnegado sacrificio inicial bien merecería que alguien se preocupara de organizar algo en reconocimiento a la mujer caravaqueña de los primeros años de la actual andadura festera. Personalmente les rindo mi modesto y particular homenaje desde aquí. En el aire queda, sin embargo, la propuesta para hacerlo de manera corporativa.

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