Ya en la calle el nº 1040

¡Felices Fiestas!

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

PASCUAL GARCÍA/FRANCISCA FE MONTOYA

Como suele ocurrir con los vecinos, entre los pueblos contiguos y a corta distancia gravitan desde antiguo rancios pleitos sin nombre y, tal vez, también sin causa, que no permiten la empatía absoluta entre ellos; la envidia, el carácter cerrado y terruñero y el recelo constante por el buen rumbo del otro impiden un entendimiento adecuado y levantan estúpidos prejuicios cuyo origen nadie recuerda debidamente. Entre Moratalla y Caravaca sucede algo así.
Confieso que en muy pocas ocasiones he acudido a las fiestas de la capital de la comarca; cuando era joven y estudiaba en su instituto, porque ni tenía dinero ni me sobraba el tiempo para dilapidarlo en fiestas, antes bien nos venían de perlas aquellos días a principios de mayo para poner a punto los últimos exámenes del final del curso. Eran unas vacaciones inesperadas en un momento decisivo, y tal vez nos conformábamos, me conformaba (que yo he sido siempre de buen conformar, como mi madre) con el hecho de que muy pronto, a finales de junio, llegarían las verdaderas fiestas, las del Santísimo Cristo del Rayo, que los que las vivíamos en la calle, solíamos denominar las Fiestas de la Vaca. Después, las diversas ocupaciones laborales, la fecha fuera del calendario turístico, tan difícil de encajar , incluso para los que son de allí, no me han permitido recrearme en los muy variados actos y en el bullicio callejero de la festividad de Moros y Cristianos de la localidad donde precisamente se edita este periódico cada semana en el que vengo colaborando desde hace casi una década.

PASCUAL GARCÍA/FRANCISCA FE MONTOYA

¡Felices Fiestas!Como suele ocurrir con los vecinos, entre los pueblos contiguos y a corta distancia gravitan desde antiguo rancios pleitos sin nombre y, tal vez, también sin causa, que no permiten la empatía absoluta entre ellos; la envidia, el carácter cerrado y terruñero y el recelo constante por el buen rumbo del otro impiden un entendimiento adecuado y levantan estúpidos prejuicios cuyo origen nadie recuerda debidamente. Entre Moratalla y Caravaca sucede algo así.
Confieso que en muy pocas ocasiones he acudido a las fiestas de la capital de la comarca; cuando era joven y estudiaba en su instituto, porque ni tenía dinero ni me sobraba el tiempo para dilapidarlo en fiestas, antes bien nos venían de perlas aquellos días a principios de mayo para poner a punto los últimos exámenes del final del curso. Eran unas vacaciones inesperadas en un momento decisivo, y tal vez nos conformábamos, me conformaba (que yo he sido siempre de buen conformar, como mi madre) con el hecho de que muy pronto, a finales de junio, llegarían las verdaderas fiestas, las del Santísimo Cristo del Rayo, que los que las vivíamos en la calle, solíamos denominar las Fiestas de la Vaca. Después, las diversas ocupaciones laborales, la fecha fuera del calendario turístico, tan difícil de encajar , incluso para los que son de allí, no me han permitido recrearme en los muy variados actos y en el bullicio callejero de la festividad de Moros y Cristianos de la localidad donde precisamente se edita este periódico cada semana en el que vengo colaborando desde hace casi una década.
Pero ninguno de nosotros ha osado dudar nunca de la grandeza, la espectacularidad y la algazara que se viven durante los días de la Fiesta de los Caballos del Vino, más bien al contrario, pues una mezcla muy humana de pelusa y admiración nos ha invadido siempre por estas fechas, en la certidumbre de que los caravaqueños han sabido venderse, en el mejor sentido de la palabra, muy bien, mejor que el resto de la comarca y difundir con eficacia el mensaje de estos días de asueto, cuyo alcance ya tiene dimensiones internacionales. Y eso solo se consigue con trabajo, entusiasmo y buen hacer. Pero no, no quiero ser cicatero en mi ponderación, también con inteligencia, con mucha inteligencia, qué duda cabe.
Tengo pendiente, pues, pasarme por Caravaca uno de estos días y sumergirme en la corriente de la fiesta que llena sus calles, y unirme a su gente y a su gozo. La fiesta es igual en todas partes, aunque nos empeñemos en poner obstáculos, levantar diferencias y establecer rangos. El ser humano trabaja a diario, si tiene suerte, y lucha por sacar adelante a su familia y por cumplir algunas metas, que en ocasiones se quedan por el camino; de vez en cuando celebra cualquier cosa, sagrada o profana, terrestre o celeste, y se queda quieto, es decir, reposa, o se mueve a un ritmo difente, porque la labor cotidiana no puede ser una condena ininterrumpida y, porque a lo mejor algunos trabajamos por el placer de descansar, es decir, por el orgullo de habernos ganado un respiro, un pretexto para saborear la vida y quedarnos para siempre con esa sensación única de libertad y de plenitud.
La faena de cada día nos acerca más a nuestra condición humana pero a veces nos aleja de otros asuntos verdaderamente importantes y nos aliena, como si quisiéramos escondernos de nuestros propios problemas en el afán de las horas invertidas en hacer algo, cualquier cosa, en compañía de colegas y sujetos a un ritmo laboral constante y concreto. De repente vemos acercarse en el calendario las jornadas del ocio, las que en realidad nos pertenecen porque en ellas somos libres en absoluto y disponemos a nuestro antojo de cada minuto del reloj que nos esclaviza el resto del tiempo. Son, digámoslo ya, la vida auténtica y su gozo inseparable.
Lo dicho, en fin, un día de estos me paso por Caravaca. ¡Felices fiestas a todos!

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