Ya en la calle el nº 1040

Falsos poetas

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

PASCUAL GARCÍA

Me ha sorprendido siempre de un modo negativo la falta de respeto que mostramos a veces con asuntos en los que no estamos versados y en los que nos sentimos con todo el derecho de opinar de una manera libre y, a menudo, descarada. Me pregunto si aceptarían nuestros juicios peregrinos en el interior de un quirófano, en el obrador de un horno o en el despacho de una firma de abogados, y ya que estamos, si aceptarían nuestros consejos los viejos y sabios agricultores acerca de la siembra, la poda o cualquier otra ciencia propia del campo. Es posible, casi seguro, que nos mandaran a paseo.

En cambio todos opinamos sobre arte y sobre literatura, y lo que es más grave, todos tenemos al alcance de nuestras manos, un pincel, un bote de pintura, un bolígrafo y un papel para ensayar unos cuantos garabatos y enseñarlos por ahí con aires de soberbia y actitud de maestros en el arte del ripio y del ridículo. Y, si al caso viene, no nos arredramos ante la posibilidad de insultar a los que saben, a los que llevan toda una vida leyendo y escribiendo y sufriendo para decir con su escritura lo que han venido a decir al mundo.

No creo que mi tío Eugenio, El Carpintero, hubiese permitido que nadie entrase en su taller y le enmendase sus finos trabajos de ebanistería ni que a mi padre le calentase nadie la cabeza con vanas teorías sobre cabras y otros animales, a los que él conocía a la perfección y con los que se estuvo ganando el sustento toda su existencia. A eso se le ha llamado siempre intrusismo y, en algunas profesiones es un delito.

En realidad, todo esto se cura con un poco de cultura, un mucho de educación y bastante de humildad. Pues tenemos que empezar a respetar al otro, al que sabe lo que hace, porque lleva mucho tiempo haciéndolo y ha dedicado a ello muchas horas de estudio.

Es importante desechar la idea de que solo la inspiración nos permitiría construir un puente, escribir El Quijote o sembrar una era de patatas, pues la inspiración vale de poco si no nos proveemos de los conocimientos necesarios, de la práctica suficiente y del genio misterioso y obligatorio para acometer ciertas empresas.

Escribir, escribir con calidad, con respeto y con gracia es una tarea que no se alcanza siempre y que, a lo mejor, no se alcanza nunca, pues los que estamos en esto de juntar palabras con altura de miras y con seriedad no lo hacemos para desahogarnos, para divertir a los más cercanos o para pasar el rato; si me apuran, ni siquiera sabemos bien para qué lo hacemos, aunque, eso sí, estamos seguros de que no podríamos dejar de hacerlo y de que en su día fuimos condenados a perseguir el sueño nebuloso de las palabras y de las ideas, la fábula cervantina de los sueños como lo fue el propio Alonso Quijano, aunque de otro modo, claro.

Escribo todo esto, porque me cabrea cada vez más que algún indocumentado con motivo de cualquier reunión o fiesta nos abrume y nos aburra con su espesa, insulsa y estúpida melopea poética y que, encima, se arrogue el valor de pertenecer al universo de las letras, que es un territorio casi sagrado y exclusivo para los que sufrieron y sufren las penas de la soledad, el desengaño, la insistencia desagradecida y, muchas veces, el anonimato.
Este oficio se gana con sangre y tiempo y vida. Absténganse de entrar en él los que se aburren y lo consideran fácil y llevadero.
¡Vade retro los falsos poetas!

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