MAGDALENA GARCÍA/@garciafdez
magdalenagarciafdez.blogspot.com
Se sentó a esperar la llegada del tren… Fijó la mirada durante un largo tiempo en las vías… La madera, el fierro. Y se puso a pensar si esa vía era lo suficiente sólida como para soportar tantos viajes al día… No solo cargados de chapa, motores, asientos… También de historias tristes, alegres, dramáticas. ¿Cómo una vía del tren podría soportar tantas emociones?
MAGDALENA GARCÍA/@garciafdez
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Se sentó a esperar la llegada del tren… Fijó la mirada durante un largo tiempo en las vías… La madera, el fierro. Y se puso a pensar si esa vía era lo suficiente sólida como para soportar tantos viajes al día… No solo cargados de chapa, motores, asientos… También de historias tristes, alegres, dramáticas. ¿Cómo una vía del tren podría soportar tantas emociones?
Comenzaba a impacientarse, así es que decidió mirar a la pareja que estaba sentada en el banco de al lado… Cada uno llevaba una maleta. Quizás aquel era un viaje muy esperado, unas vacaciones, una visita a sus familiares… No se miraban la una al otro, más que para preguntarse la hora, y ver si así llegaba antes el tren… -“Deberíamos disfrutar más de cada momento. Nos pasamos la vida esperando a que pase el tren y nos olvidamos de donde estamos en este preciso momento”- pensó.
La historia le aburrió y decidió pasar a otro pensamiento… Miró el reloj y vio que todavía tenía tiempo para salir de la estación y dar un paseo por los alrededores. La estación estaba a las afueras de la ciudad, y caminando 500 metros ya te podrías adentrar en un pequeño bosque. Caminó, y encontró un lugar donde podía tumbarse. El suelo estaba lleno de hojas ocres del otoño, y se podía acomodar bien y descansar.
Aprovechó entonces para observar lo que le rodeaba. El viento movía las ramas de los árboles… haciendo caer las pocas hojas que quedaban. El sol se colaba, hermoso, radiante como de costumbre… Aunque en esas fechas ya no calentaba tanto, y tuvo que sacar de su mochila una chaqueta, y aliviar el leve frío.
Volvió a colocar la mochila bajo su cabeza y vió pasar a un pájaro… Esa historia sí que le gustaba. Ese pájaro volaba libre, de un lugar a otro, posándose en la rama que no le hiciera tambalear mucho… Pequeño, pero fuerte. Sus alas se movían al compás del sonido de las hojas al caer al suelo.
Cerró los ojos y pensó en la llamada de anoche.
–“Te extraño, y ¿quisiera saber si podría volver a verte?”- dijo ella, desde el otro lado del teléfono.
Intentó mantenerse en su posición firmemente. No quería volver a verla, quería ser como el pájaro. Libre, arriesgar, dejar de llorar, dejar de ser como aquellas dos personas sentadas en el banco que no se miran, ni se besan. Dejar de ser como las vías del tren que aguantan el paso de todos los trenes…
Al final, por la insistencia, accedió ir a verla. Preparó la maleta y salió de casa.
De repente, un fuerte estruendo la hizo salir del recordatorio de aquella llamada. Se levantó y vió pasar su tren. Corrió pero no lo alcanzó… Se quedó unos minutos mirando al horizonte, sin tren, sin pareja al lado, sin pájaro.
No lloró, no se lamentó, no se culpó… Ella agarró su maleta y volvió a casa. No hubo más llamadas, no hubo intranquilidad, y otro pájaro distinto pero igual de bello se posó en su ventana.