Ya en la calle el nº 1040

Elementos peculiares en la arquitectura de la comarca del Noroeste

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

FRANCISCO SANDOVAL

A menudo, la visita a monumentos o edificios de interés histórico o artístico viene acompañada de una descripción y una clasificación por época o estilo. Sin embargo, no son pocas las obras en las que encontramos elementos que no podríamos clasificar en una rígida lista de los cánones principales del arte, son quizá particularidades o licencias que se concede el maestro de obras en la arquitectura popular. Incluso, lo que nos encontramos a veces son edificios enteros que no corresponderían con la corriente estilística predominante de su época. Vamos a verlo.

En Caravaca, uno de los elementos que más llaman la atención tanto a visitantes como a autóctonos son los capiteles de la arcada superior en la iglesia del Salvador, recayente a la Calle Mayor. Estos se hicieron en etapas diferentes. De los cuatro primeros arcos, los más próximos a la cabecera del templo, no conocemos autor ni fecha exacta. Los otro cuatro fueron realizados en 1655 por Juan Garzón Soriano sobre la portada de la iglesia, la cual además terminó de edificar el mismo autor.

El primer tramo de la galería tiene capiteles historiados, al modo que se hacía en el Románico. Aparecen cabezas que parecen querer transmitirnos alguna historia o idea, pero desconocemos cuál en la medida que no sabemos quién ni por qué los trazó de esa manera.

En Cehegín, quiero referirme al edificio del Antiguo Concejo (actual Museo Arqueológico), pues su fachada presenta dos arcos de medio punto, soportados por columnas de orden toscano, que abren un porche a modo de galería. En el piso superior, sobre los arcos, tenemos huecos adintelados con frontón triangular. Este sabor inconfundiblemente renacentista (sigue muchos de los cánones del Hospital de los Inocentes de Florencia) ha sido enmascarado por algunas descripciones que aluden a su entorno barroco. Sin duda, lo más llamativo es que este edificio se construyó en pleno auge del estilo barroco en Cehegín y pueblos aledaños.

El edificio se construyó en 1676, aunque ya existía el proyecto desde 1625 (gracias a la información facilitada por D. Francisco Jesús Hidalgo). El arquitecto quiso dejar patente un clasicismo que contrasta con su vecino, el barroco Palacio de los Fajardo. No obstante, lo particular del diseño llega hasta el hecho de que la logia presente dos arcos, un número par, lo que obliga a elegir entrar por derecha o izquierda, algo que los clásicos no hubiesen contemplado, quienes acostumbraban a diseñar un número impar de huecos para que hubiese uno central por el que acceder.

En Moratalla, el elemento del que vamos a hablar es precisamente el más característico de su perfil urbano después del castillo. La heterogeneidad de las torres y espadañas en Caravaca y Cehegín no se manifiesta en Moratalla, donde la torre de la iglesia mayor de la villa tiene un remate almenado que parece componer un todo junto al castillo. Inclasificable en estilo, la torre se erige como un prisma sobrio y rectangular al igual que en otros pueblos serranos (Letur, Yeste…) pero su inconfundible remate le otorga una imagen peculiar, que parece aludir al pasado fortificado del pueblo.

La iglesia de la Asunción se erigió en el siglo XVI, como otras tantas iglesias principales de la comarca que surgieron de la pujanza de aquel siglo. Sin embargo, la torre fue edificada entre 1929 y 1932. Es indudable que su imagen singular destaca como hito en el conjunto urbano, aunque el precio a pagar fue la destrucción de un corredor que guardaría una esencia dieciochesca.

Todos estos son detalles que no encajarían en las corrientes principales que nos ha narrado la Historia del Arte. Distinto es el ejemplo de la Casa de los Melgares, en Bullas, que mezcla el modernismo y los “neos” que habían surgido hacía unas décadas (en este caso al gusto neomudéjar) y que, pese a su singularidad, sigue un estándar de la época.

En fin, animo al lector a descubrir esos detalles que en muchas ocasiones van más allá de la anécdota. Conocer los edificios no es cuestión de memorizar datos de su estilo, fecha o apariencia, pues todos tienen una historia detrás, una circunstancia que los hizo así y no de otra manera. Y esa historia puede ser tan vívida como aquellas que nos rodean en nuestros días.

 

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