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El toque tradicional de guitarra, camino de convertirse en patrimonio inmaterial

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Por Julio Guillén (etnomusicólogo)

Fotografías: J. Javier Tejada y Julio Guillén

El pasado 27 de octubre, el Consejo de Patrimonio que reúne periódicamente a cargos del Ministerio de Cultura y de las Comunidades Autónomas decidió aprobar la incoación del expediente para que los “toques tradicionales de guitarra en el marco de las fiestas participativas” sean considerados Manifestación Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial. Esta denominación tan extensa de “toques de guitarra…” es la que en el sureste peninsular asociamos a las cuadrillas, pero adopta distintas formas y denominaciones a lo largo de las distintas áreas de la geografía española.

El toque tradicional de guitarra, camino de convertirse en patrimonio inmaterial
Juan Montiel Vila. Aut J. Javier Tejada

La guitarra como instrumento rasgueado existe, al menos, desde mediados/finales del siglo XVI y ya desde entonces posibilitó la interpretación de determinados repertorios musicales en reuniones de todo tipo. Pero su excesiva facilidad de ejecución (tanto como un cencerro, según detractores como Sebastián de Covarrubias) también atrajo a muchos músicos mediocres, lo que le llevó a ganarse una muy mala reputación.

Desde el siglo XIX y XX, los estudios sobre la guitarra en España han alabado al instrumento y también a sus intérpretes más destacados en el ámbito de la guitarra clásica y la flamenca. Pero se han olvidado, de forma deliberada, de la mayoría social que, sin tener conocimientos avanzados ni leer música, usaba el instrumento para todo tipo de actividades a lo largo del año. La guitarra rasgueada ha sido sin alguna duda objeto del olvido, el desprecio y la omisión por parte de estudiosos, musicólogos, teóricos, eruditos y folkloristas.

En este momento es cuando toca volver la mirada a nuestro entorno más inmediato. De todas las zonas de España que conservan toques tradicionales, el sureste peninsular es la zona más privilegiada en cuanto a número de intérpretes y también calidad y variedad de las prácticas musicales. Más allá de las cuadrillas como formaciones rituales, se pueden encontrar en la zona elementos patrimoniales de gran valor atesorados a menudo por personas sencillas que nunca se han dado importancia. Afinar una guitarra “sin máquina afinadora”; conservar instrumentos que vienen de la guitarra barroca -y saber como se afinan-; templar una guitarra de muchas maneras distintas en función de las necesidades; puntear en un instrumento para formar un baile con un solo músico; estas y muchas otras cosas son parte del patrimonio inmaterial y merecen ser prácticas documentadas y revalorizadas.

El toque tradicional de guitarra, camino de convertirse en patrimonio inmaterial
Toque de guitarra. Autor Julio Guillén

Pero no es solamente la música lo valioso de esta manifestación que estamos tratando de revalorizar. La fiesta participativa -la que asociamos a las aldeas- es el entorno idóneo para estas prácticas musicales, por lo que podríamos decir que es casi tan importante como el toque en sí. Quedar para hacer un baile, una carrera de ánimas, un rosario o “echar una música” es, de alguna manera, una práctica cultural ciertamente “revolucionaria”, porque va contra el omnipresente sistema capitalista en el que todo se convierte en un producto comercializable; por el contrario, la fiesta comunitaria fomenta los lazos de unión entre personas y propicia momentos irrepetibles entre todos los participantes, algo difícilmente sustituible. A día de hoy, y en el contexto actual, pocas cosas hay más revolucionarias que formar parte de una comunidad.

A pesar de las bondades de la fiesta aldeana con su música, el panorama actual no es del todo alentador, con el imparable ocaso de la vida rural y de todo lo que a ella iba unido. Como afirma Juan Montiel Vila, de los Animeros de la Posá de la Compañía (Caravaca), “a veces nos sentimos como comparecencias desamparadas”, ya que cada vez es más difícil que la gente entienda qué hace un grupo de músicos intentando montar baile en medio de una romería, cantando unas auroras, pidiendo por las ánimas de casa en casa o acompañando una misa. Pues sí, algo tan aparentemente inocuo como eso, pronto se considerará patrimonio. La primera piedra ya está puesta.

 

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