Ya en la calle el nº 1040

El Tines

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

José Antonio Melgares Guerrero/Cronista Oficial de la Región de Murcia

Hubo un tiempo, durante las décadas de los 60 y 70 del pasado siglo, en que las gentes del Noroeste y otras muchas de muchísimos lugares de España, emigraron en busca de trabajo a Holanda, Alemania y Francia, fundamentalmente en el extranjero, y a Cataluña en el territorio nacional. Otras migraciones, en este caso temporales, se producían cada año al sur de Francia, durante el otoño, con motivo de la vendimia gala. En uno y otro caso funcionaba el denominado efecto llamada pues los primeros que marcharon tiraron muy pronto de familiares y amigos menos decididos.

El Tines
El Tines

Uno de los emigrantes a Francia, paradigma de la emigración por razones laborales, a la que tantas familias se acogieron como solución al paro y los bajos salarios que habían en España, fue Joaquín Muñoz Azorín, popular y cariñosamente conocido por EL TINES (y no Tinez, según afirmación familiar), sobrenombre que le venía por el tino o habilidad demostrada en su niñez, en el juego infantil de las bolas (o  canicas).

El Tines, además de bracero y jornalero eventual, fue un gran jugador de fútbol y mejor caballista, en una época en que ni el fútbol era lo que es hoy, ni el festejo de los Caballos del Vino lo que es en la actualidad.

Joaquín, que era de la familia de los Calamañas, nació en el número 41 la caravaqueña calle de la Cruz, el 12 de septiembre de 1926, siendo el quinto de los siete hijos que trajeron al mundo el matrimonio formado por Juan Muñoz y Cruz Azorín quienes, además, tuvieron a Lucía, Juan José, Josefa, Adolfo, Antonio y Cruz.

Sólo asistió quince días a la escuela, donde aprendió poco más que a escribir su nombre. Las necesidades económicas familiares le obligaron a iniciarse muy pronto en el mundo del trabajo, en oficios eventuales ya mencionados, con cuyo jornal colaboraba a que la familia saliera adelante. Entre otros patronos, a quienes siempre recordó con agrado, tuvo a Pericoel de Mariquita y a Valentín el de las Patatas.

Caballista empedernido, hasta la médula, llevaba el festejo en la sangre, sacando, junto a otros, cada dos de mayo, el entonces Caballo de la Calle Larga (cuando no había peñas caballistas y los Caballos del Vino eran de familias o barrios), que con el tiempo se convirtió en el Panterri. Cuenta su familia que, de regreso de mili, un treinta de abril, fue al encuentro de su íntimo amigo El Arturo, antes que a visitar a los suyos, para concretar con él la salida del Caballo dos días después, en las fiestas de la Cruz.

En enero de 1956 contrajo matrimonio con Encarna Rebollo Martínez, su novia de toda la vida, fruto de cuya unión nacieron sus hijos: Juan y Cruz.

Con el Caravaca CF
Con el Caravaca CF

Su afición al fútbol activo le llevó a formar parte del entonces Caravaca Club de Fútbol en la década de los cincuenta, cuando el equipo local jugaba en el campo del Cabecico, donde hoy se ubica el grupo escolar Santísima y Vera Cruzy, aunque se le recuerda como portero, sólo fue alineado en la portería ocasionalmente por el entrenador, pues su lugar en el campo fue la extrema derecha. Era entonces presidente del equipo, como recordarán los lectores aficionados, el sastre Amadeo Caparrós, y los jugadores solo cobraban algo cuando ganaban y en las salidas fuera de la localidad.

En 1961, agobiado por la situación económica local, e influido por su hermana Cruz, que ya se había decidido por la aventura migratoria, emigró a Francia, instalándose en la localidad de Charleval, departamento marsellés de Bouches du Rhône, donde hizo de todo, empleándose fundamentalmente en la agricultura. Al año siguiente, necesitado de la compañía de los suyos, se llevó con él a la familia aunque nunca abandonó el recuerdo de Caravaca y sus gentes, a pesar de los 1.200 km que separaban su origen de su destino, desplazándose todos los años hasta aquí, para compartir, con vecinos y amigos, los días de las Fiestas de la Cruz (a las que entonces denominábamos como El Día de la Cruz). Aquí se reunía con los amigos de toda la vida: el Arturo, el Tomate, el Caravana, el Gamba, Valentín y hasta en una ocasión (en 1975) se trajo consigo a un amigo de allí, también emigrante español: Antoine Abellán, quien tanto había escuchado del Tines hablar de Caravaca, que se movió entre nosotros como si hubiera estado aquí toda la vida. Antoine conoció entonces, no sólo a sus amigos de Caravaca, sino sus bares preferidos: El Comunicando y Dulcinea, ambos en la gran Vía. Y sobre todo conoció el festejo caballista, que en absoluto le defraudó a pesar de haberlo magnificado Tines en la distancia y en el recuerdo.

Seguidor incondicional del Atlético de Bilbao como tan frecuente era entre las gentes de la Caravaca de su juventud, practicó el fútbol en su residencia francesa, integrándose en equipos de pueblos cercanos al suyo. Entrenaba los miércoles por la tarde, tras la conclusión de la jornada laboral, y jugaba los domingos por la mañana hasta que una lesión de rodilla le retiró de los campos. También actuó como árbitro en equipos locales, dejándolo todo cuando su hijo Juan irrumpió, muy fuerte, en el mundo del fútbol, donde habría tenido un buen futuro de haberse dejado guiar.

Enfermó de cáncer en el colon, no dando a conocer su dolencia a la familia para evitarle sufrimientos. Falleció, seis meses antes de llegarle la reglamentaria edad de jubilación, el 18 de diciembre de 1978, constituyendo su entierro una manifestación popular no conocida hasta entonces en la localidad francesa de residencia anteriormente citada. Su funeral fue celebrado en francés y en castellano, y sobre su féretro lució una Cruz de Caravaca fabricada con claveles rojos, la misma que, en piedra, permanece aún sobre su tumba en tierra francesa.

El Tines, a pesar de haber obtenido la nacionalidad gala, nunca quiso renunciar a la española, y al referirse a su lugar de origen, siempre lo mencionó como mi Caravaca.

Hombre de fuerte carácter, educó a sus hijos con dureza pero en la tolerancia, siendo comprensivo y justo con los demás, entre quienes nunca hizo prevalecer su autoridad. Enamorado hasta la muerte de su mujer, era quien siempre animaba el grupo en que se encontraba con sus chistes y ocurrencias. Sin embargo, no pudo cumplir sus últimos deseos: morir en Caravaca y ser enterrado aquí, junto al Arturo, su amigo inseparable hasta considerarle un hermano, autor de las ideas que El Tines llevaba a la práctica.

Entre los suyos, familiares, amigos y conocidos, se recuerda la frase del Tines, que tantas veces repitió en su voluntario exilio francés: No hay que decir que eres caravaqueño. Hay que sentir Caravaca en las venas. Sólo cuando se te pongan los pelos de punta al avistar el Castillo y adentrarte por la alameda de acceso a la ciudad, bajo los árboles centenarios que la flanquean, podrás decir con propiedad que eres caravaqueño. Evidentemente El Tines no pudo ver ni disfrutar del nuevo acceso a la ciudad por la moderna autovía abierta en 2001.

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