Ya en la calle el nº 1040

El tambor en Mula se puede considerar un superviviente en el tiempo

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Paco Verdú

Ha perdurado a pesar de persecuciones, prohibiciones, incomprensiones de gran parte de la ciudadanía, que en ocasiones consideró un atentado a la moral, las buenas costumbres, una carnavalada, se llegó a calificar como ‘asnada’.

Sea como fuere, ha llegado a nuestros días en la forma que la conocemos, nada tiene que ver, desde hace muchísimos años con sus orígenes.

Ya no tiene nada de protesta, de anticlericalismo, de acto reivindicativo o desafío.
La Noche de los Tambores se ha convertido en el ritual favorito de los muleños, su tradición por derecho propio, inimaginable su no existencia.

Se ha sabido buscar la convivencia del ruido de los tambores y el recogimiento que algunos demandan para los días de Semana Santa. Los que zurren los tambores portan los pasos de los desfiles procesionales, con lo cual ambas costumbres cohabitan en el mismo espacio, sin ninguna interferencia.

No existen pruebas escritas de su origen hasta el siglo XIX, ni en colecciones privadas ni en la documentación del Archivo Municipal, aún teniendo en cuenta
que en el XXVIII todo se orientaba desde el Gobierno, con el fin de preservar la salud moral del pueblo, luchando contra creencias extrañas a la fe religiosa, por lo que, de haberse producido algún acto de esta naturaleza, aparecería en las actas del concejo, con toda seguridad.

Según el historiador Juan González, son hijos de alguna protesta, contra la íntima unión del poder civil y el religioso, tras la firma del Concordato de 1851, ya que a partir de esa fecha la iglesia recuperó su derecho a velar por la pureza de la doctrina de la fe y de las costumbres.

Con altibajos, con muchas anécdotas y más detractores que seguidores, hemos sido capaces de conservar una tradición, casi 150 años: Martes Santo, metidos en una túnica negra, tapados por un capirote del mismo color y un tambor, reunirnos en la Plaza Mayor y con la primera campanada de las 12 de la madrugada, del Reloj de la Villa (BIC), comenzar a tocar nuestros tambores, ininterrumpidamente hasta la tarde del miércoles. Si bien en sus orígenes debió de tocarse del miércoles al jueves, viernes o cualquier otro día, ya que la protesta era espontánea y sin reglar, pero de algún modo se trasladó al día miércoles, posiblemente para no interferir con las Procesiones, que comienzan a partir de ese día.

Algún que otro sacerdote intentaron acabar con esta malsana costumbre, evidentemente no lo consiguieron, ya que la respuesta de los tamboristas fue
estar toda la madrugada, hasta el amanecer, en su puerta tocando sus tambores.

A principios de los 60, un Alcalde sugirió acabar con esta ruidosa costumbre, pero de nuevo la respuesta fue la misma, una revuelta pacífica pero muy sonora, en la puerta de su casa toda la madrugada del Martes Santo. Curiosamente uno de los cabecillas de la tamborada era un hijo del Alcalde.

Hasta un impuesto por tocar el tambor se impuso desde el Ayuntamiento, cobraban 25 ó 50 pesetas, según el tamaño del instrumento, algo caro teniendo
en cuenta que hablamos de los años 60/70. Los zagales pasábamos todo el día sorteando la mirada de los municipales, cinco duros era mucha pasta.

Una de las más sonadas protestas ocurrió en abril de 1908, según relata el diario ‘Región de Levante’, debido a la prohibición de que saliesen vestidos de nazarenos el jueves y el viernes, los denominados ‘Nazarenos de la broma’, personajes muy arraigados en las costumbres populares y que los muleños no consintieron obedecer lo ordenado en los Bandos Municipales, prescribiendo lo oportuno para
la celebración de la Semana Santa. Detuvieron a nueve jóvenes y cerca de 3.000 personas se dirigieron al Ayuntamiento a pedir que los excarcelaran, cosa que consiguieron, ya que en el pueblo solo había tres Guardias Municipales y una pareja de la Guardia Civil, los cuales se vieron impotentes para sujetar a la muchedumbre.

Por acuerdos tácitos, nunca hubo consenso pleno, por conveniencias y compatibilidades con las procesiones, desde el primer cuarto del siglo XX, hasta los primeros años de la democracia, se mantuvo esta costumbre, de martes a las 12 a miércoles después de mediodía, a partir de 1980 se amplía a Viernes Santo y más adelante se autoriza también hacerlo el Domingo.

Hoy tenemos, sin duda, una de las más peculiares fiestas de las que se celebran en la Región, declarada de Interés Turístico Nacional en 2009.
Reúne todos los requisitos para dar la bienvenida a la primavera, con una explosión de sonido y alegría, porque es lo que contagia esos minutos que preceden a las 12 de la madrugada, a propios y visitantes, los cuales ya se cuentan por miles.

El resultado del mestizaje entre esa misma costumbre en Moratalla, con sus particularidades claro, ha sido el Tambor Murciano, instrumento único en el Mundo, construido con materiales autóctonos, por las expertas manos de artesanos de ambos pueblos, y una manera de tocar, con muchos matices y peculiaridades, pero qué también es producto de la simbiosis de la manera de tocar de Moratalla y Mula.

Si no se hubiese prohibido y perseguido quizás hoy no tocaríamos el tambor.

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