FRANCISCO ROMERO
Hace 9 años que el Padre Pascual llegó a este pueblo y hace unos 4 que lo conocí por medio de otro amigo, muy relacionado con el Carmelo y el camino de San Juan de la Cruz. Sucedió al Padre Eduardo, un carmelita de tesón, con el que yo apenas tuve trato, pero del que supe hace poco tiempo que gracias a él no se abandonó el convento del Carmen, pues cuando en el capítulo de la Orden Carmelita, dado el mal estado del lugar y los pocos frailes que quedaban, estaba decidido cerrar este espacio, él, consciente de que no era un convento cualquiera, sino una fundación directa de San Juan de la Cruz, se levantó voluntariamente y pidió que lo dejasen intentar salvar este tesoro espiritual y arquitectónico, y vaya que si lo consiguió, lo cual fue una suerte para este pueblo, pues imagínense este imponente edificio también cerrado y dejado en el olvido. El padre Pascual cogió su testigo y pronto se notó el esfuerzo dinamizador, véase la implicación total en los premios Albacara, en el nacimiento y puesta en marcha del Camino de San Juan de la Cruz, camino que cada año atrae a más andariegos, o en la Asociación Místicos, que no intenta otra cosa sino expandir el conocimiento de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz: los premios de pintura Místicos o el gran concierto de Haendel ofrecido en la Iglesia del Salvador, son unas de las tantas actividades que se han llevado a cabo por esta asociación no solo para beneficio del Carmelo, sino de toda Caravaca.
La suerte de haber coincidido con José Francisco, un alcalde que tanto ha hecho por recuperar el patrimonio arquitectónico del Carmelo, tras muchos años de olvido-véase la adquisición del Convento de San José y la casa de San Juan de la Cruz, cuya rehabilitación exterior es un hecho y la interior está pendiente de los fondos Líder- también ha movido a este padre a ofrecer todos los recursos a su alcance para que estos enclaves pudieran ser un foco de atracción para el turismo religioso, que se verá también beneficiado de seguro en los años jubilares.
Podría seguir enumerando muchas más iniciativas, como el patrimonio bibliográfico carmelita que ha llegado a nuestra ciudad, la cual también será una sede de la Catedra Juan de Yepes por la que tanto ha luchado. Pero, sobre todo, me admiró siempre su categoría humana y religiosa. Cuando nos embarcábamos en un proyecto siempre repetía con entusiasmo que lo importante es la intención, ir sin dobleces, cumplir “el undécimo mandamiento: no estorbar”, ante los tropiezos, fe en que si Dios lo quiere, se hará, si no dejamos que entren los “yoismos”, como llaman ahora a nuestros egocentrismos; nunca tuvo pereza cuando le pedía que me acompañase a visitar a quienes nos podían ayudar en proyectos importantes o para entrevistarnos en la televisión local u otros medios.
De su caridad darán cuenta tanta gente a la que ha abierto sus puertas, a la que ha ayudado a salir de oscuridades y padecimientos grandes; siempre abría la puerta, por preocupaciones que tuviese, con una sonrisa; jamás permitía en su presencia que se hablase con desprecio de nadie, aunque, a veces, se intentase calumniarlo, pues como nos enseñaba en sus viajes, más padeció la Santa en sus fundaciones y, ni que decir tiene, las que padeció San Juan, que hasta cautiverio sufrió. Siempre tuvo una mano tendida a la comprensión y a la acogida, sin juzgar al que incluso se declarara enemigo de la Iglesia o, simplemente, fuese de otra religión o no creyente, jamás, jamás le ha cerrado sus oídos y apoyo. Sin duda, nos deja usted un grato recuerdo y el consuelo de que seguirá vinculado, aunque sea desde un poco más lejos, a proyectos que inició. Muchos consideramos que Caravaca de la Cruz y usted han contraído una deuda imborrable de mutua gratitud.