Ya en la calle el nº 1037

El miedo

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PASCUAL GARCÍA

A Sofía

Para los que hemos nacido en Moratalla el miedo no puede tener otra forma que la de un toro o una vaca. El miedo es para nosotros un tropel de pezuñas contra el cemento de la calle, una estampida oscura de animales, que huelen a fiera, y que embisten a cualquier cosa, sin discernimiento ni maña ni acomodo; una bestia que cruza la calle principal de Moratalla y se para a la sombra a descansar, mientras otea alrededor y decide de un modo misterioso y arbitrario en qué instante preciso acometerá a los hombres y las mujeres que le importunan.

PASCUAL GARCÍA

A Sofía

Para los que hemos nacido en Moratalla el miedo no puede tener otra forma que la de un toro o una vaca. El miedo es para nosotros un tropel de pezuñas contra el cemento de la calle, una estampida oscura de animales, que huelen a fiera, y que embisten a cualquier cosa, sin discernimiento ni maña ni acomodo; una bestia que cruza la calle principal de Moratalla y se para a la sombra a descansar, mientras otea alrededor y decide de un modo misterioso y arbitrario en qué instante preciso acometerá a los hombres y las mujeres que le importunan.
Todos, alguna vez, hemos soñado ese miedo muy cerca de nosotros, el aire oscuro y criminal de dos pitones rozándonos casi nuestra cintura, a unos pocos centímetros del muslo, o ya en el suelo, magullados y heridos, acosados por el animal que maneja la escena y monta guardia muy cerca de nuestros restos lastimados y apenas moribundos.
Porque cualquier moratallero que se precie anda todo el año a merced del cornúpeta, sobresaltado, porque en cualquier instante o en cualquier esquina puede aparecer su fantasma y reanudar una persecución tan antigua como el hombre, tan bella como los mitos mediterráneos que explicaron la vida y dieron comienzo a nuestra cultura.
Nosotros, los que hemos nacido o vivimos en este pueblo, tenemos el orgullo de convivir con esa muerte mitológica que nos aproxima a los héroes y a los dioses antiguos, aunque la mayor parte de los años nos convertimos en Teseo y en Hércules y burlamos la fiereza brutal de la noble alimaña. Una fiesta así merece a un pueblo como éste, la representación de la lucha constante por la supervivencia y la algazara definitiva porque una vez más ha triunfado el ingenio de Ulises sobre la maldad del Cíclope, la inteligencia y la diversión sobre la tragedia y el destino.
El 11 de julio entran desde algún lugar remoto de la naturaleza, llegados de la sierra y de los confines del mapa un puñado de animales con los que vamos a convivir durante unos días para volver a un estado primitivo y casi salvaje. Viviremos en la calle, beberemos y comeremos en la calle y la muerte nos acompañará durante una semana para advertirnos que, hagamos lo que hagamos, al final de todo nos está esperando una vaca grande y brava o un novillo cárdeno y toreado que no pasarán limpiamente por la trayectoria dormida y eterna de nuestra muleta, sino que se quedarán junto a nuestro muslo durante unos segundos interminables, justo el tiempo necesario para que la vida entera se nos cruce por esa pantalla postrera de nuestra memoria.
El resto es fácil de adivinar, pero hoy, mientras estallan los cohetes y escuchamos el alborotode los que han madrugado para ver entrar las vacas, los mansos y los caballos y correr en dirección contraria y subirse a un boquete o encaramarse en una reja o apostarse en un portal o colgarse de un poyo alto, mientras pasan los animales, tengo el convencimiento de asistir a algo más que a un festejo, a un rito remoto y solemne, enigmático y exclusivo que limita con el origen sagrado de nuestra civilización y que explica nuestro carácter y nuestra verdad.
Por eso nos emocionan la calle y las plazas en estos días, porque en ellas andan sueltas y a la búsqueda de un enemigo las bestias salvajes que suben atropelladamente desde la carretera y nos buscan con celo desmedido y con un afán que no sabemos explicar, porque se remonta a la primera luz del mundo y a la primera noche, cuando el hombre y la mujer tuvieron sin saberlo y como un escalofrío abrasador y gélido, por vez primera, miedo.

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