Ya en la calle el nº 1036

El marrano de San Antón

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Pedro Antonio Martínez Robles

Había en este pueblo nuestro de Calasparra la costumbre de soltar por San Antón un marrano callejero que lo mismo metía el hocico en los desperdicios de las pescaderías de Segismundo y del Macanches que se revolcaba en los restos que desechaban en las verdulerías de la plaza de abastos. Al marranico, recién destetado, lo ponía en circulación el consistorio municipal con la intención de que fuera engordando con lo que pudiera sacar de los mencionados lugares y las sobras de la comida de la vecindad –que en lo tocante al arte de reciclar poco hemos aprendido de nuestros mayores para lo mucho que andamos presumiendo hoy de ello–, y rifarlo luego, lustroso y ornado con lacito rojo al cuello, entre el gentío del pueblo. Los dineros de la rifa se destinaban a paliar el hambre de los más necesitados, que por entonces había muchos.

Aunque nuevo y sin instrucciones precisas de lo que debía hacer, el bicho aprendía pronto y era tal la confianza que llegaba a ganarse que andaba de casa en casa como Pedro por sus viñas. Cuenta mi padre que el último marrano que soltaron fue un paquidermo de pelo hirsuto y negro, muy desvergonzado, que se daba buena maña en entrar a las casas que mantenían, como era natural en aquel tiempo, las puertas confiadamente abiertas. Esto lo solía hacer a la hora en que las menesterosas amas de casa ponían en el fogón la comida del día, y si estas mujeres, atareadas en otros menesteres domésticos, no se percataban de la intrusión, el marranico, muy aleccionado ya, trompeaba la olla y se despachaba a su gusto. Comenzó a circular a partir de entonces en el pueblo un parangón para definir a los impúdicos, de los que se decía que tenían menos vergüenza que el marrano de San Antón. Pero a esta curiosidad, como a tantas otras, se las han ido tragando los años. No obstante, hace cosa de unos días, una cuñada mía, mientras yo le relataba esta extinta costumbre de nuestra villa, me aseguró que en el salmantino pueblo de La Alberca aún pervive esta usanza, y esto me alegró el corazón, pues me hizo pensar que el tiempo, que tantas cosas nos arrebata, parece enroscarse en algunos lugares y se resiste a transcurrir.

 

27 de febrero de 2008

 

 

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