Ya en la calle el nº 1040

El General Tortosa

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

JOSÉ ANTONIO MELGARES GUERRERO

No ha sido Caravaca generosa en su oferta social de militares de la más alta graduación a lo largo de la historia reciente. En la actualidad son tres los generales vivos, y entre ellos Pedro Tortosa de Haro, quien alcanzó el grado en 1997 en el Ejército del Aire, siendo los otros Enrique Richard Marín (Teniente General en el mismo Ejército del Aire) y Pascual Navarro Cano en la Guardia Civil.

El General Tortosa de Haro vino al mundo en junio de 1941 como segundo fruto del matrimonio formado por Pedro Tortosa y Visitación de Haro quienes, tras su enlace, habían establecido el domicilio familiar en el nº 1 de la Cuesta de D. Álvaro donde nacieron los hijos: Carmen y, años después Pedro. La casa aludida, antes de tener su actual aspecto, albergaba en sus bajos la zapatería que regentaba Manolo Asturiano y antes la imprenta donde se publicaban semanalmente, a comienzos del S. XX, los periódicos La Luz de la Comarca y El Siglo Nuevo.

Huérfano de padre a los tres meses, su infancia transcurrió junto a su madre y hermana, muy apoyados por su tío Francisco, el recordado maestro D. Francisco de Haro. Comenzó la educación primaria junto a sor Evarista en el Colegio de Monjas de La Consolación, y después con D. Ezequiel en el Colegio Público El Salvador que abría sus puertas a la entonces calle de Queipo de llano, hoy de D. Alfonso Zamora, de cuya época recuerda como amigo y compañero a Jesús Moreno Espinosa.

La formación secundaria se prolongó hasta el entonces curso Preuniversitario en el Colegio Cervantes de la carretera de Moratalla, del que tiene recuerdos imborrables relacionados con los profesores, y también con compañeros tales como Amancio Robles Muso, Pepe Robles Sabatell (el Foragini), José Luís Morenilla, Pepe Andreu, Ignacio Ramos y el Alfalfa entre otros. Tras concluir el bachiller partió de Caravaca a preparar el ingreso en la Academia General de Aire, lo que hizo en Madrid, en la academia Bellot, que abría sus puertas a la C. Ferraz.

Ingresó en aquella institución militar en 1962 incorporándose a la 18 promoción de la misma y saliendo de ella con el grado de teniente en 1966, habiendo tenido como profesores, entre otros muchos, a Enrique Richard Marín y a los capellanes Francisco Candel Crespo y al ceheginero Calixto Cruz Rioja. Su primera sensación de soledad en un avión tripulado en solitario la tuvo en un biplano Buker sobrevolando el campo de vuelo de El Carmolí, en octubre de 1965, siendo alférez y cursando el tercer curso de carrera. Los cadetes a ese momento le llaman suelta y lo celebran haciendo una T en la cabeza del nuevo aviador, como acto ritual que en Antropología se denominaría de tránsito. Como alumno y más tarde como profesor sobrevoló en muchas ocasiones Caravaca, siendo la primera vez que lo hizo en 1965 acompañado de su entonces profesor de vuelo Sergio Rubiano. En aquella ocasión confiesa haber liberado gran cantidad de adrenalina por la emoción que le produjo. Luego lo haría muchas veces pues desde S. Javier a Caravaca hay poco más de cien km. en línea recta, invirtiéndose en el trayecto alrededor de 15 minutos. Recuerda, entre otras experiencias, la de un dos de mayo volando a 300 m. de altura, contemplar una masa humana compuesta de puntitos de color rojo invadiendo calles y plazas de la ciudad.

Era, como el lector ya habrá imaginado, el conjunto, en movimiento, de las peñas caballistas camino del Castillo. Su primer destino lo obtuvo en la base aérea de Los Llanos de Albacete, en el Ala 37, donde permaneció cinco años con presencia ocasional de formación en la base de Matacán, en Salamanca.

El 1971 obtuvo el grado de capitán y fue destinado a la Academia General del Aire de San Javier a donde vino como profesor de enseñanza en vuelo. con aviones Buker y Junkers alemanes, Aviones de Escuela 101, el T-6 Mentor, Bonanza, DC-3, Caribú y F-18 que pilotó con su hijo, hoy comandante.

También en 1971 contrajo matrimonio con la lorquina María Méndez, con quien trajo al mundo dos hijos: Pedro y Gonzalo, siendo el último quien le ha tomado el relevo en la carrera militar. De anécdotas y experiencias de diversa naturaleza, habidas en el aire tiene para escribir un libro.

Apoyos desde Albacete a la Legión en El Aiún y Villacisneros. Aterrizajes de emergencia, viajes continuados a Canarias invirtiendo ocho horas en el trayecto, con ruta desde Albacete por Jerez hasta Lanzarote, a diez mil pies de altura, y un largo etcétera a lo largo de sus más de seis mil horas de vuelo que, según él mismo afirma no son muchas, pues a partir de teniente coronel el trabajo de un aviador se lleva a cabo con los pies en la tierra.

En 1987 hizo en Madrid el curso de Estado Mayor, ascendiendo a coronel en 1995, fecha en que fue destinado a León como director de la Academia Básica de Suboficiales. Ya como general fue subdirector de Prestaciones y Servicio Militar del Ministerio de Defensa y General Director de Enseñanza del Ejército del Aire, donde al cumplir sesenta años hubo de pasar a la reserva, fijando desde entonces su residencia junto al mar y a su Academia General, en San Javier. Nunca le atrajo la aviación civil, a pesar de las innumerables ofertas que tuvo a lo largo de su vida activa. Cariñosamente se refiere a sus compañeros que se marcharon a aquella como camioneros, quienes suelen jubilarse con más de veinte mil horas de vuelo, y recuerda a la Virgen de Loreto como su protectora en los momentos difíciles.

Su vinculación a Caravaca, donde viven su hermana y sus sobrinas, a quienes asiduamente visita, nunca ha disminuido en intensidad desde que, a los 17 años, partiera para no volver. Aquí conserva amigos de la adolescencia y juventud como Antonio Martínez-Iglesias Reina y también un grupo de aficionados a la caza menor, con quienes comparte monterías, como Pepe Castillo Guerrero, Manolo el del bar Contamos Contigo e Ignacio el de la Junquera, entre otros.

En Caravaca, además de su familia y amigos, le recuerdan con agrado muchos reclutas y soldados voluntarios que, desde la ciudad y el campo, llegaron a San Javier a cumplir el entonces Servicio Militar obligatorio, a los que se alegra encontrar, tantos años después, y agradece su identificación tras los inevitables cambios físicos producidos por el paso del tiempo.

Si de colocar un nuevo personaje en el virtual cuadro de honor de los caravaqueños que construyeron la segunda mitad del S. XX, en esta ocasión situaríamos la no menos virtual fotografía del general Tortosa, orlando su imagen con la cinta de oro que merecen los grandes.

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