LAURA CABALLERO/PSICÓLOGA
Hoy rescatamos una curiosidad del mundo de la psicología hablando del experimento de la cárcel de Stanford, muy conocido por haber sido llevado al cine en varias ocasiones.
En el año de 1971, Philip Zimbardo, un psicólogo norteamericano que actualmente tiene 88 años, junto con otros investigadores, llevó a cabo este famoso experimento que tenía el objetivo demostrar cómo las condiciones ambientales, en este caso extremas, tienen el poder de influir de manera importante el comportamiento individual.
Construyó un centro penitenciario “de mentira” en el sótano de la Universidad de Stanford. Lo anunció en periódicos locales, de hecho, ofrecía 15 dólares al día y obtuvo 75 candidatos de los cuales seleccionó a 24. Creó dos grupos de 12 personas al azar. La mitad fueron “presos” y la otra mitad “guardias”. A éstos últimos se les dio un uniforme, bastones de madera y gafas de espejo. Se informó a los participantes que lo único que no estaba permitido era el castigo físico. A los que hacían de presos se les vistió con unas batas y sin ropa interior. Otra de las reglas es que no se les llamaba por el nombre, sino por un número de identificación. También tenían una pequeña cadena alrededor de un tobillo para recordarles que eran reclusos de un centro penitenciario. Las condiciones eran duras: tenían solamente colchones básicos para dormir y alimentos sencillos para comer.
Se les ordenó a los prisioneros esperar en su casa hasta que “se les llamara” para el inicio del experimento, ya que para que pareciese más real se contó con la colaboración de la policía, que fue a detenerlos a sus casas.
En el segundo día del experimento, los presos organizaron una sublevación y disturbios en masa como protesta por las condiciones. Los guardias trabajaron horas extras e idearon una estrategia para acabar con la revuelta, utilizando extintores de fuego. Los guardias como castigo a esta rebelión les quitaron los colchones y los prisioneros tuvieron que dormir en el suelo. También les restringieron el uso del baño y les obligaron a limpiar los retretes con las manos. Fueron tales las humillaciones que tuvieron lugar, que, aunque el objetivo es que durase dos semanas, tuvo que interrumpirse a los seis días. Además, los padres de algunos de los participantes ejercieron presión para que terminase. El detonante fue una estudiante de doctorado que visitó las instalaciones y que cuestionó precisamente la ética y moralidad de esas condiciones. Como curiosidad, decir que esta estudiante después se convirtió en la esposa de Zimbardo
Con este experimento se demostró, en primer lugar, cómo la personalidad individual podía diluirse cuando a alguien se le da una posición de poder, es decir que en determinadas condiciones podemos transformarnos completamente. Esto nos hace reflexionar sobre la importancia de los roles y del ambiente, así como que no es posible anticipar a cómo actuaremos en un futuro hasta que nos encontremos en el contexto.
Por supuesto, se cuestionó su moralidad, de hecho, a día de hoy es impensable que un experimento como este fuese autorizado, aunque si bien es cierto algunos gobiernos del mundo superan la ficción. Experimentos de este tipo pueden ocasionar desórdenes mentales, de hecho hubo secuelas psicológicas para sus participantes.