Ya en la calle el nº 1037

El ejemplo Leguineche (Antonio F. Jiménez)

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ANTONIO F. JIMÉNEZ

Busco al Manu LeguinEl periodista Manu Leguinecheeche joven, veinteañero, redactor en El Norte de Castilla, cuando lo dirigía Miguel Delibes, y César Alonso de los Ríos, Paco Umbral, Pérez Pellón, Jiménez Lozano eran sus compañeros de redacción en aquel Valladolid de los años cincuenta, entre el frío de un tiempo y la gélida estación castellana. Y fue allí en el viejo periódico de provincias donde Manu Leguineche, que entró con diecisiete años, recibió el magisterio delibiano para convertirse, como casi todos los de la vieja escuela de El Norte, en maestro del oficio y ejemplo de periodista de los que ahora llaman total.
Leguineche (Vizcaya, 1941) empezó en el semanario Gran Vía de Bilbao y luego como corresponsal y enviado especial de El Norte de Castilla y Televisión Española. Se hizo nómada de guerras y guerrillas. India, Pakistán, Vietnan, Líbano, etcétera. Elsa González, presidenta de la Federación de Asociaciones de Periodistas, ha dicho que Leguineche era independiente, pero nunca impasible, y que le gustaba estar en el lugar de los hechos. Aparecía en televisión con un micrófono de alcachofa fútil y desapercibida y un protagonismo valiente que se resumía en su sencillez para decir lo que estaba pasando: <>, con firmeza y sin titubeos pese al frío y a un cielo níveo y soldadesco del Este. La buena expresión la aprendió en los pliegos del Norte, cuando los periodistas de antes hacían de todo, y bien hecho, en cualquier formato periodístico, como el caso de otro grande de las guerras y el micro, Diego Carcedo.
En Territorio Comanche, A. Pérez-Reverte retrata a un Manu Leguineche <>. También escribía en el Land Rover mientras los compañeros le miraban sorprendidos y le preguntaban que cómo podía teclear en la máquina mientras iban en el coche. Él dijo que un periodista debe escribir desde cualquier sitio. Frases lapidarias para la profesión. Como esa otra un poco más banal sobre las tres des del periodista: desequilibrados, divorciados, dipsómanos. Aunque cuando le preguntó el propio Leguineche a Ryszard Kapuściński —en una entrevista emitida en TVE en el año 1989— si en realidad el corresponsal de guerra era ese hombre alcohólico y mujeriego, cáustico y cínico, mitificado por la televisión, el polaco le dijo que un alcohólico no podría hacer nunca este tipo de trabajo. Aquella entrevista fue mítica porque, aunque Leguineche quisiera conducir el protagonismo al autor de El emperador, en el plató se reunieron dos grandes de la pluma bélica.
Se fue poco a poco retirando del oficio y la silla de ruedas se convirtió entonces en el tanque de la guerra de su enfermedad. Los últimos años los pasó en Brihuega, un pueblo de la Alcarria que describiera su amigo Cela. Allí escribió Leguineche, con un buen sombrero de paja al estilo del periodista americano que soñaba Tom Wolf, El club de los faltos de cariño, una colección de relatos personales de la que Juan Cruz dijo que el jefe de la tribu había expresado ahí todo su dolor, su melancolía, su desazón; pero también su alegría ante las cosas grandes y pequeñas. Casi todos sus compañeros lo han elogiado diciendo que Manu Leguineche, más allá de la profesión, vivió hasta su muerte siendo un hombre bueno. Amigo de todos. Ejemplo para todos.

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