Ya en la calle el nº 1023

El dramático suceso del Puerto de la Tía Lucía PARTE 1, por Jesús López García

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Agosto de 1790, plena canícula. Los labradores de los campos altos de Moratalla y Caravaca se ocupan de las tareas de la trilla, de trajinar con sus aperos y de recoger sus frutos. Como siempre. Así lo hacen, igualmente, en el puerto de la Tía Lucía, el cortijo que te encuentras un poco más arriba de la raya que separa Caravaca y Moratalla, camino de Nerpio. El sitio es de esos que atraen la vista, antes cuando estaba en pie, y ahora, vencido y destrozado por la intemperie y el abandono.

El labrantío que le daba vida está ocupado actualmente por aromáticas, y en los quiñones de secano más inaccesibles, abandonado, igual que el cortijo, pero, ya digo, ni uno ni otro se ocultan a la mirada. Siempre que finalizas esas cuestas, vayas en lo que vayas, miras a esas ruinas y a las tierras que se rinden a sus pies.

El dramático suceso del Puerto de la Tía Lucía PARTE 1, por Jesús López García
Tía Lucía y Puntal de Orihuelo

Las montañas contundentes que las rodean, el puntal de Orihuelo, la umbría de las Polladas, el cerro Careto, no se resisten a desempeñar el papel secundario de teloneras. Los barrancos, serratos y canchales, que las abrazan se amansan al caer al vallejo. Por eso está allí ese pequeño retal de tierras frescas y fértiles. Además, en ese sitio entran los tiempos de abajo y de arriba, y también los que se traviesan, que a veces riegan con furiosa ansia tormentosa todo ese rincón. Allí se cría con autoridad el pino salgareño, la sabina y toda clase de espinos. Y también flores de primavera de especial belleza y singular rareza, como la orquídea de dama u orquídea purpúrea.

Pero aquel agosto de hace más de doscientos años no fue como todos. La finca, entonces, era propiedad de un hidalgo caravaqueño, Alonso López Muñoz, y cultivada por una familia de labradores, fórmula que se ha mantenido hasta antes de ayer, como aquel que dice.

En aquel infausto año de 1790, trabajaba esas tierras la familia de Francisco Aragón. Para el cuarteo se encontraba allí D. Alonso y de manera circunstancial su hermano D. Jacobo López Muñoz, su esposa Dª. Juana y su hija, Mariana, de 9 años de edad.

Por antecedentes conocidos, en aquel tiempo las relaciones en ese matrimonio estaban llenas de amargura y desamor, y lo más seguro de malos tratos. El tal D. Jacobo se había marchado cuatro años al presidio de Ceuta, acompañando a D. Pedro de Mena, sin poder precisar el motivo por el que ambos estuvieron allí, porque a Ceuta en ese tiempo se le asociaba con el apelativo de “presidio”, aunque no se fuese allí como preso o como condenado por cometer delito. Pero el caso es que D. Jacobo abandonó a su esposa e hijas, dejándolas sin recursos para vivir.

D. Jacobo volvió a Caravaca en la primavera de ese año de 1790 y empleando las melindres que fuesen retornó con su esposa. No pudieron ser peores para Dª Juana las consecuencias del reencuentro. Tuvo que soportar un día y otro también las amenazas de su marido, llegando estas al extremo de que una mañana asomó con una navaja y le dijo que con ella la iba a “desventrar”.

El dramático suceso del Puerto de la Tía Lucía PARTE 1, por Jesús López García
Puerto de la Tía Lucía

Durante los años en los que sufrió el abandono y el despojo, Dª Juana tuvo que recurrir a entrar en el servicio de la casa de D. Alonso Monreal y Melgares, abogado y regidor del concejo de Caravaca, al cual tuvo que recurrir buscando protección de las bellaquerías de su esposo. También buscó el auxilio de otros dos letrados, don Narciso López Muñoz y don Juan Pedro Casau Lostado, puesto que era costumbre en aquellos tiempos buscar mediación en esas personas de prestigio y abolengo.

A pesar de tan acreditadas mediaciones, don Jacobo no abandonó la violencia, tal sería el veneno que se le había metido dentro. Una noche le puso una navaja en el cuello a Dª Juana y aunque de ahí no pasó el asunto, hubo de intervenir, instado por los mediadores citados, el alcalde mayor de Caravaca, que llamó al matrimonio a las salas consistoriales. Por lo visto en ese sitio noble se achicó el rufián, pero luego volvió a las andadas, como siempre sucede en estos casos. Y fue el propio alcalde el que sugirió a don Alonso que llevase al matrimonio a su finca, a ver si al apartarse del pueblo se serenaban los instintos violentos de su hermano.

Mal remedio recomendó el alcalde, porque cuando reúnes a un rufián de tal calibre con su víctima no debes esperar nada bueno.

El caso es que el día 28 de julio de 1790 salieron monte arriba desde Caravaca don Alonso, su hermano y cuñada, su hija de 9 años, y dos de sus criados, para llegar unas horas después al cortijo del puerto de la Tía Lucía. Hoy día, si te acercas a las ruinas, es posible que solo veas destrucción y abandono, vigas caídas, paredes de buena mampostería desvencijadas, porque el cortijo se abandonó hace varias décadas, siendo su último poblador el guarda que allí había. Pero aún se distinguen dos edificios. En el principal se adivinan a malas penas las diferentes estancias, ajustadas al modo de vida de aquellos labriegos y a las habitaciones reservadas para el amo. En otro edificio, apartado unos metros, había un pajar y debajo un pequeño cuarto en el que se hospedó la mal avenida familia formada por D. Jacobo, Dª Juana y la niña Mariana de 9 años.

Por la razón que fuera D. Jacobo volvió a Caravaca 5 días después, el 2 de agosto, atravesando montes, por sendas y carriles. Regresó al cortijo el mismo día y poseído por la ira se dirigió a Dª Juana y le dijo que la iba a matar porque en Caravaca “había hecho entrar a un hombre por la ventana que hay inmediata a la puerta para que durmiese con ella”. Con dificultad, Dª Juana lo consiguió templar, negando tal hecho y otros que se le habían metido en la cabeza a su enloquecido marido.

Pero los días siguientes no se apaciguó don Jacobo y continuamente estuvo amenazando a su mujer con una escopeta que llevaba consigo a todas horas, aunque evitaba formar escándalo públicamente. Amargos debieron ser esos días para Dª Juana y su hija viendo venir con angustia lo que en cualquier momento podía suceder.

En el cortijo, entretanto, seguían las labores de trilla, de acarreo de la mies y de recogida de la paja, haciendo vida labradores y dueños en la calle, principalmente en la era de trillar. Allí estaban todos, también Dª Juana, el día 7 de agosto. Era tarde de calor y le dio sed. Se dirigió a la cocina y su marido la siguió en angustioso trance y él mismo le puso un poco de agua en un vaso para que bebiera. Lo cual hizo. Al ir a dejar el vaso la asió por los brazos, sacó una navaja y le dijo que iba a matarla. Sin que ella pudiera reaccionar le tiró un navajazo y la hirió levemente, lo que seguramente hizo para amedrentarla. Luego le dijo:

-Mañana iremos a Caravaca y por el camino te daré un escopetazo.

En efecto, tenían previsto el regreso para ese día. Pero ante los hechos acaecidos Dª Juana estaba cada vez más convencida de que su marido había de perseverar en sus intenciones de darle muerte. Cosa tan terrible no debe ser sencilla de creer y quizás por eso el cuñado, D. Alonso, pensase que con dilaciones podría evitarse una tragedia. Así que, cuando Dª Juana fue a contarle le sucedido, le respondió:

-No tengas cuidado, que iremos todos juntos a Caravaca y evitaremos que suceda nada.

No hubo lugar al viaje.

A anochecer, después de haber cenado con toda la comunidad, como era costumbre, se retiraron en dirección al cuarto del pajar en el que pernoctaban. Tres días faltaban para la luna llena. Lobos retentados aullaban por esos barrancos de Hoya Lóbrega. Las figuras en retirada dibujaban la sombra espectral que proyecta la luna.

Tras el crujir de la puerta al abrirse, entraron. Y allí, delante de su hija y el mozo Frasquito Toledo, el criminal cerró la puerta y le dijo a su esposa:

-Voy a matarte sin remedio y después me iré al presidio de Ceuta, donde he de casarme con una moza que tengo embarazada.

Doña Juana y la niña Mariana lloraron y rogaron, pero el cruel se abalanzó sobre la mujer y le tiró tres golpes en el cuello por donde le brotó la sangre a borbotones.

Lo que aquí se relata está basado en hechos reales. El legajo en el que están descritos fue recogido y transcrito por Manuel Muñoz Zielinski, que amablemente me lo ha facilitado para construir este texto literario.

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