Ya en la calle el nº 1040

El crimen del batán, 1917

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Francisco Fernández García
Archivo Municipal de Caravaca de la Cruz

Los hechos que a continuación se relatan sucedieron hace un siglo en Caravaca en el establecimiento de herrería y veterinaria con banco de herrar que un tal Antonio Piñero regentaba en la zona del batán (actual Plaza de Juan Pablo II e inmediaciones). Un despiadado asesinato que estremeció a la población produciendo manifestaciones y alteraciones del orden público y que por sus características, la prensa de época lo encontró merecedor de formar “parte de la crónica negra de este pueblo”.


La historia se inició en la madrugada del 28 de junio de 1917 cuando Pedro Díaz Cano, un joven labrador de 27 años residente en el ventorrillo de la Bullera en las Casas de don Juan Pedro, llegó a nuestra ciudad para proveerse de algunos suministros y buscar cura para un muleto de su propiedad, que trajo consigo, dirigiéndose al domicilio de un familiar, donde dejó sus pertenencias, y se proveyó de cambio para algunas pequeñas compras que pensaba realizar, entre ellas unos dulces para celebrar al día siguiente su onomástica con su esposa, sus dos hijos y su anciano padre, enfermo de ceguera.
En primer lugar llevó el animal al referido establecimiento donde tras reconocer al equino le pidieron 30 pesetas por el examen y valorando en 80 pts. más el tratamiento que debía seguir para su curación, lo que al joven le pareció totalmente excesivo dando lugar a una acalorada discusión que se zanjó con la promesa del dueño del animal de regresar para satisfacer el importe e informar si aceptaba el tratamiento propuesto o no. Acompañado de un gitano apodado “Capocín” el joven se marchó a realizar el resto de sus gestiones, incluyendo la compra de otra caballería.
Procedentes de Vera la familia Piñero Carmona se había establecido en Caravaca dos años antes, abriendo una herrería donde junto al padre trabajaban sus hijos José y Antonio y también uno de sus sobrinos llamado Jesús Guerrero. La familia gozaba de muy mala reputación en todo el pueblo “observando una conducta que dejaba mucho que desear”, con habituales peleas y agresiones una de las cuales, perpetrada contra un carnicero en la Plaza de Toros durante un festejo de aficionados, les llevó a estar detenidos algún tiempo.
Transcurridas algunas horas, enviaron al sobrino a buscar al joven agricultor con el recado de que acudiese al establecimiento, lo que hizo rápidamente pero al llegar a las inmediaciones fue bruscamente introducido en el mismo por los cuatro malhechores, quienes comenzaron a agredirlo violentamente “con un cuchillo, golpes de pistola, de palo y hasta según parece con un martillo”, quedando “el infortunado Díaz en el periodo agónico a consecuencia de tan graves heridas”. Alertado por los gritos acudió un niño de 14 años llamado Marcos Ferrer, que se encontraba en los alrededores cosiendo suelas de alpargatas, que observó la agresión a través una puerta que había quedado entreabierta. Horrorizado, corrió hasta la cercana Glorieta para dar aviso a los guardias municipales que allí se hallaban, que acudieron rápidamente al lugar de los hechos.
Al llegar se encontraron en la puerta con Jesús Guerrero al que detuvieron pensando que era el único responsable de la agresión, sin percatarse que en el interior de la caseta se encontraban los otros tres homicidas limpiando las huellas de su infamia mientras la victima agonizaba. Por fortuna instantes después llegó el vigilante de prisiones Elías Claramonte que pasaba por el lugar, el cual al darse cuenta de lo que estaba ocurriendo penetró en el habitáculo y redujo a los criminales instándoles a que permanecieron quietos en una de las esquinas mientras examinaba al herido que se encontraba agonizante. Poco después se personó el médico que tras reconocerlo dio orden de que lo trasladasen en camilla al cercano hospital; sin embargo, el infortunado falleció durante los preparativos lo que generó una gran confusión, circunstancia que aprovecharon los asesinos para huir. Al reparar se inició la búsqueda, siendo detenidos los tres en sus respectivas casas en donde habían buscado refugio.
Paralelamente se fue congregando un gran número personas en el lugar del asesinato, dirigiéndose al conocer la noticia de sus capturas a la Plaza del Arco, donde estaba situada la cárcel, exigiendo la entrega de los detenidos para lincharlos, lo que finalmente no pudieron logar gracias a la determinación y valor de los agentes municipales y de los vigilantes de la prisión, aunque algunos fueron agredidos y la fachada de la cárcel apedreada. Durante este tumulto uno de los presos, el padre, recibió una pedrada en la cabeza, aunque sin gravedad.
Al día siguiente se organizó otra gran manifestación que “recorrió todas las calles de la población dando gritos de mueran los asesinos” hasta llegar finalmente al Juzgado donde comenzaron a lanzar gritos pidiendo nuevamente la entrega de los criminales, lo que produjo una gran prevención ya que ese día no se encontraba en Caravaca ningún efectivo de la Guardia Civil ya que todos se hallaban concentrados en Cartagena con motivo de una huelga. En estado, el Juez salió a parlamentar hasta que consiguió hacerles desistir de su empeño dando su palabra de que se haría justicia. Sin embargo, en lugar de retirarse se dirigieron entonces a la caseta donde se produjo el “horroroso suceso”, prendiéndole fuego y arrojando al rio los yunques y demás herramientas. Algunos cogieron unas pesadas cadenas que allí había, y continuaron la marcha “arrastrándolas por todo el pueblo” hasta que finalmente se dirigieron a las casas de los asesinos apedreadas y asaltadas, destruyendo por completo los muebles que había en su interior.
Sobre el suceso existe una segunda versión, publicada también por la prensa, que aunque no modifica sustancialmente la historia difiere en algunos detalles. Según esta, tras el asesinato los herradores intentaron borrar las huellas del delito lavándose las manos y ropas en el cercano rio que por allí transcurría, también sacaron el cadáver para limpiarlo, siendo cuando efectuaban esta operación cuando fueron sorprendidos por algunos vecinos que dieron la alarma.
Sea como fuere, el caso produjo gran agitación y temor entre los vecinos y la noticia apareció publicada en diversos periódicos tanto de tirada local, provincial y nacional, entre ellos la prestigiosa revista “Mundo Gráfico”, que la acompañó de dos fotografías: una de las autoridades judiciales y policiales y otra de los cuatro asesinos con dos de sus vigilantes, que es la que ilustra el presente artículo.
La reseña de las heridas infringidas a la víctima es la siguiente: “varias contusas en la cabeza, una de ellas en la frente con fractura del hueso; mortal de necesidad. Una herida de arma blanca en el vientre la cual penetró hasta el estómago, también de muerte: Otra en el sobaco izquierdo; otra en el hombro del mismo lado, y una terrible puñalada en el cuello, que después de seccionar la yugular, profundizó bastante”.

 

 

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