Ya en la calle el nº 1040

El bar del Muelas

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

ANTONIO F. JIMÉNEZ
Por el bar del Muelas ha pasado todo Bullas y todo un siglo. El Bar Hernández, al lado de la iglesia, es el bar del Muelas. En los días de bodorrio, el Muelas se hace más Muelas y se pone hasta arriba de trajerío. «Lo que pasa que la gente no se come muchas tapas porque me dicen: ‘¡Pero, hombre, Salva, no nos hinches tanto que luego no hay quien coma en el convite!’». En los días de entierro, cuando bajan al muerto del tanatorio y lo pasean por el Camino Real hasta la Iglesia, el último bar por el que pasa el difunto es el del Muelas. Y a lo mejor se despiden y todo. «Hale, Muelas, ya me llevan para el camposanto», y el Muelas: «¡Anda con Dios!».
—¿Por qué el Muelas?
—Pues porque mi padre tenía siempre una copica de anís seco encima del mostrador y de cuando en cuando se enjuagaba una miaja con la excusa de que le dolía la muela. Sus amigos le preguntaban: «¿Estás bebiendo otra vez?», y mi padre les decía: «Es que me duele la muela». Y venga trago. Y los amigos volvían otra vez: «Mira, tú, que al final te vamos a poner el muelas», y así fue. Y luego ha pasado de generación en generación. Ahora hasta a mis nietos les dicen Muelas.  Lo de los apodos son cosas que se ponen en los pueblos, y a mí no me molesta. Nosotros tenemos el Muelas y mejor eso que perro judío.
Uno va al Muelas y sale un poco Muelas también. Salva, con 76 años, lleva toda su vida en el bar. «Mi padre me ataba al mostrador con una soga para que no me fuera… A mí mi padre no me ha pegado nunca excepto nada más que una vez cuando me tiró una pesa a la cabeza y me dejó sin sentido porque el bar había que abrirlo a las cuatro y yo llegué a las cuatro y diez. Claro, ya no falté más, porque si mi padre me tiró una pesa a la cabeza, lo siguiente sería una bomba». Cuando Salva era un crío, el bar que hoy conocemos era una tienda que se llamaba Café Express, aperitivos y comestibles, y que era de sus abuelos. De modo que estamos hablando de un establecimiento centenario. «Me acuerdo de que en la tienda se repartían cupones: ‘A usted le pertenece medio litro de aceite’, por ejemplo; y a eso se le llamaba la cartilla de racionamiento». Y había ya algo de taberna, un café, una copa rápida. «¡Una cafetera que absorbía de un cubo de agua!». Luego hicieron obra y se quedó la cosa más o menos como la conocemos hoy, «aunque el bar se ha mudado varias veces». La barra, después de la remodelación que hicieron en 2006, ha vuelto a su lugar original, como estaba en aquellos años polvorientos de la posguerra. «Oche qué zapatos más sucios llevábamos entonces», dice Salva mientras ojea una foto antigua. «¡Y no había aparatos de cerveza!». Lo que había era una cuba de sardinas de madera y Salva tenía que ir en su bicicleta a Caravaca todas las mañanas a las cinco a por dos barras de hielo. «Entonces era así… hala que cuando veía que un motocarro subía una cuesta, ¡tardaba yo en engancharme!». Me enseña otra foto en la que sale él de muy joven en la barra y suelta: «Oche cómo estaba yo de chulo. ¡El más pincho! ¡Eso era un tío! ¡Me cago en la sota bastos!»
Antiguamente, los jóvenes iban al Muelas y le echaban un duro a la máquina de canciones. «Con las parejas de novios se sacaban las perras a punta pala. ¡Y venga duro, y venga canciones!». Y toda la juventud se dejaba caer en la barra del Muelas. Alguna juventud de aquel entonces sigue siendo asidua, muchos ya sin pelo, y de la misma manera que de generación en generación se va traspasando el apodo del Muelas, van llegando nuevos jóvenes a dejarse caer también en la barra mientras se enjuagan las muelas con anís seco o con una verde. Y también pueden pedirse un champi, unos mejillones y unas gambas para hincharse antes del bodorrio, porque en Bullas uno puede comer dos veces y no pasa nada. Y luego uno se mete al aseo del Muelas y se encuentra encima del inodoro unas instrucciones para hacer de vientre, cosa que seguramente no tiene ningún bar de España, o al menos, explicado de esa manera. El punto cuatro de las instrucciones dice: Relajar el muscolo anal y sueltar. ¡Seas civil! «Es por sanidad…, y no sólo ya eso, es que está feo… Aquí tienes una copia de las instrucciones, ¡llévatela si quieres!».
Uno no puede decir que ha estado en Bullas si no ha pasado por el Muelas, porque el Muelas sabe a Bullas y la cultura de los pueblos está a veces dentro de un bar. Y del bar del Muelas, ya sea bodorrio o entierro o ninguna de las dos, uno sale siempre contento, rosado, sin dolor de muelas. Pero, sobre todo, uno sale de este bar clásico con ganas de vivir. «¡Conforme!» Y que dure la cosa, Muelas. «¡Sí, señor!».

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