Ya en la calle el nº 1040

El Banco Central

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

José Antonio Melgares Guerrero. Cronista Oficial de la región de Murcia, de Caravaca y de la Vera Cruz.
Los orígenes del Banco Central, que los de mi generación conocimos en el primer tramo de la C. Mayor, están en el Banco de Cartag2 de mayo de 1961ena, cuya ubicación urbana se encontraba en la C del Colegio, frente a la puerta menor del Salvador, en cuyos bajos se ubicó durante años la barbería del Carlista y hoy se encuentra el bar Alambra. El Banco de Cartagena fue absorbido por el Internacional de Industria y Comercio y éste por el Central, el cual abrió como tal en la C. Mayor, frente al comercio de Pepe el de las Confecciones y junto a la sastrería de Amadeo, con fachada de mármol rojo que aún se conserva, y bajo del edificio de los hermanos Miguel y Joaquín Rodríguez.
En la década de los sesenta del pasado siglo, pasado el ecuador del mismo, ocupaba la dirección Francisco Fresneda Cárceles y el cargo de interventor Antonio Iborra Collado, quien ha sido mi informante para la elaboración de este texto y a quien agradezco la deferencia para con el Cronista. Junto a ellos formaban parte de la plantilla otros diez empleados: Jesús y Nicolás Robles, Juan y Antonio Yago, Pedro Martínez Romero (cajero apoderado), José Alacid (pagador de ventanilla), Santiago Polo (secretario de dirección), Juan Férez y Oller. También formaba parte de la plantilla Juliana, la eficaz limpiadora quien, a partir de las seis de la mañana se encargaba, cada día durante el invierno, de encender la calefacción (cuya caldera se alimentaba de carbón mineral y, más tarde, de cáscara de almendra), traer los cafés a los empleados y tener a punto las instalaciones para que a las ocho se abriera al público.
La oficina, con acceso desde la C. Mayor, con sólo una puerta y ventanas a dicha calle, era de superficie rectangular, con patio de operaciones, mostrador y espacio de empleados a la izquierda y despacho del director a la derecha. El horario era entonces partido, de 8 a 14 por la mañana y de 16 a 19 por la tarde, trabajándose los sábados por la mañana en lo que entonces se denominaba semana inglesa.
Contaba la sucursal caravaqueña con una magnífica y amplia caja fuerte metálica, marca FICHET, con llave de aspecto y sección rectangular que se formaba en el interior de la cerradura para asegurar su apertura, cuyo duplicado se depositaba en el Banco de España. Se abría en dos hojas batientes, y su interior se distribuía en estantes y compartimentos metálicos dotados de su propia llave, en uno de ellos se encontraba el arma de fuego reglamentaria entonces en este tipo de instalaciones.
Para el trabajo diario de los empleados se contaba únicamente con su habilidad mental para las operaciones numéricas, y una máquina eléctrica, marca NCR, que realizaba sumas, rectas, multiplicaciones y divisiones, llevándose a cabo a mano los balances y la contabilidad, con rapidez y seguridad absoluta. El cierre de las cuentas anuales tenía lugar a fecha de 15 de junio y 15 de diciembre.
La entidad contaba con un buen número de clientes, recordándose entre ellos a Daniel el de La Almudema, los hermanos Jiménez, el torero Pedro Barrera, Higinio Carrascal, Eliberto Beteta, el Garaje Reinón, la joyería Chavo, el farmacéutico Joaquín López Battú, Manuel Álvarez Moreno, Pedro Antonio Orrico Litrán, el médico Alfonso López (el de Las Lomas), Telesforo Baquero y el gitano popularmente conocido como El Rono; además de las Monjas Carmelitas durante una época en que fabricaron alpargatas de suela de cáñamo para el ejército americano de ocupación en Alemania, que pagaba con dólares en cheques USA.
También había clientes importantes en los pueblos del campo y del entorno geográfico caravaqueño, cuidados y mimados por corresponsales como D. Juan, de Nerpio; D. Roque Belda de Calasparra y D. Francisco Puerta de Cehegín entre otros, quienes enviaban el dinero a Caravaca en paquetes, con los cobradores de los coches de línea, sin que nunca hubiera que lamentar pérdida o sustracción alguna. Para el envío del dinero al Banco de España de Murcia, cuando se sobrepasaba la cantidad que se permitía tener en la sucursal, los mismos empleados se desplazaban a la capital en la recordada Alsina.
Nuestro informante D. Antonio Iborra Collado, llegó a Caravaca el 30 de marzo de 1960 para sustituir en la intervención de la sucursal al aguileño Pedro García Navarro, quien había sido destinado a Torrevieja. Como tantos otros profesionales jóvenes y solteros destinados en Caravaca, se hospedó en el Hotel Victoria al cuidado de su gerente José Mari Robles Guerrero, quien trataba a los clientes con el cariño de un verdadero padre. Allí coincidió con el notario Francisco Alonso, con el médico ginecólogo Dr. Sequeros, con el secretario judicial Manuel Carrillo y con el médico traumatólogo Antonio Calvo Mur. Por las tardes asistía a la tertulia que se formaba en la sastrería de Amadeo Caparrós, en la C. Mayor, a la que también asistían Castaño, Durruti, Francisco Capitán España y el relojero Casimiro Domaica, entre otros. También asistía a la tertulia que se reunía en Dulcinea, de la que eran asiduos el corredor de comercio José María Trueba de la Cantolla, el recaudador de Hacienda en El Noroeste Carlos Oliva Llamusí, el banquero Pedro Antonio Moreno, el médico Martín Robles Sánchez-Cortés, y los empresarios Pedro Antonio Orrico Litrán y Julián Guerrero Martínez.
En sus anteriores destinos, nuestro informante no había conocido la facturación de los tikets de la remolacha, ni los pagarés del Servicio Nacional del Trigo, como tampoco había conocido antes los cupones de vencimiento fijo de deuda perpetua de las Monjas Carmelitas Descalzas. Vivió los primeros años de la reconversión de las Fiestas de la Cruz y disfrutó del marisco que lo domingos por la mañana ofrecía a sus clientes la cafetería Dulcinea, confesando haber vivido en Caravaca, lugar de origen de sus padres, años felices y de trabajo intenso y gratificante, junto al resto de los compañeros de la sucursal bancaria, muchos años antes de que ésta trasladara su ubicación urbana a su actual emplazamiento en la Gran Vía, ni se intuyesen las absorciones que posteriormente se produjeron.
Antonio Iborra se marchó de Caravaca el 14 de febrero de 1962, en el coche marca Chevrolet de Telesforo Baquero, con destino a la oficina de Beniaján, sustituyéndole en su cargo caravaqueño Ricardo Aguilera Saura, quien desempeñó el cargo hasta diciembre de 1963
Junto a BANESTO, el Banco Central de los años inmediatamente posteriores al ecuador del S. XX, eran lugares de mucho prestigio social y económico. Sus directores estaban considerados como autoridades locales, y en el interior de ambas oficinas reinaba un ambiente de respeto intimidatorio. El banco era como un santuario donde se rendía culto al poder económico y donde los clientes preferenciales eran, junto a los directivos, los oficiantes de un ceremonial ritual de formas y gestos que la sociedad asumía sin contestación de ningún tipo.

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