Ya en la calle el nº 1040

El Asilo de Caravaca

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

JOSÉ ANTONIO MELGARES GUERRERO/CRONISTA OFICIAL DE LA REGIÓN DE MURCIA

Este es el nombre con el que aún muchos se refieren a la Residencia de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados del Camino de Mairena, un moderno edificio inaugurado en 1976, (siendo superiora Sor Virginia) cuyos planos ejecutó el arquitecto Manuel Sainz de Vicuña y García-Prieto, marqués de Alhucemas, quien hizo su trabajo con la generosidad proverbial que siempre le caracterízó. Era alcalde local José Luís Gómez Martínez.

La actual residencia es el fruto final de un antiguo hospital de ancianos y peregrinos, fundado en 1532 por la desaparecida cofradía de la Purísima Concepción y San Juan de Letrán (con 7.000 reales de renta anual), junto a la actual iglesia parroquial de la Glorieta (cuyos más antiguos estatutos conocidos datan de 1588), donde se ubicó hasta el 25 de marzo del citado año 1976 en que el obispo diocesano Miguel Roca Cabanellas trasladó solemnemente el Santísimo Sacramento al templo del nuevo inmueble.

Aquel viejo hospital renacentista fue uno de los tres que hubo en Caravaca a lo largo del S. XVIII, junto al del Concejo (en la placeta del Santo) y al de Ntra. Sra. de Gracia y Buen Suceso (en el lugar que hoy ocupa el Teatro Thuillier). Tras años de abandono se hicieron cargo del mismo los Hermanos de S. Juan de Dios entre 1762 y 1784, en que partieron por incompatibilidad con la cofradía rectora del mismo. Curiosamente la presencia de dichos frailes fue muy contestada por los franciscanos que ocupaban el convento de Sta. María de Gracia (hoy Plaza de Toros), quienes se opusieron a la misma por razones de difícil comprensión que no vienen al caso. De esa época conocemos nombres de profesionales al servicio del hospital como el médico Pedro Marín Salinas, el cirujano Pedro Molina, el sangrador Pedro Álvarez y, antes (en 1609) el boticario Fernando de Zafra, el cirujano Miguel de Amorós y el médico Pedro Amorós Asensio, entre otros.

Tras la partida de los “hospitalarios”, el centro volvió a manos de la Cofradía y a su abandono por falta de medios económicos, estando en 1787 al frente del mismo un administrador, un capellán y dos sirvientas que cuidaban de los únicos asilados en ese momento: dos enfermas y un enfermo.

Así las cosas, después de muchos años en que la fundación languidecía paulatinamente, a duras penas manteniéndose, llegó el año 1883 en que el día 2 de diciembre “viendo el deplorable estado en que se hallaba el hospital de Caravaca, se proyectó una fundación de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados. A este fin escribió el Rvdo. Sr. Cura Párroco y el Alcalde (Jesús Nevado), al Excmo. y Rvdmo. Sr D. Antolín Monescillo, arzobispo de Valencia y al Sr. Obispo de Cartagena (D. Mariano Alguacil Rodríguez), para que fundara en esta ciudad. Obtenido el consentimiento de la M. Rvda. Madre Fundadora (Sor Teresa Jornet e Ibars), salieron las hermanas de Valencia, en número de siete, siendo superiora Sr. Rosa de S. José.

Fueron recibidas en la Estación de Calasparra por una comisión presidida por el Sr. Arcipreste. Hicieron su entrada en Caravaca a las tres de la tarde acompañadas de autoridades e inmenso gentío, entre vítores, música y repique de campanas. A su paso visitaron las iglesias de las MM. Carmelitas y Clarisas, y en la parroquia del Salvador se cantó un “Te Deum” de acción de gracias. Terminado éste se dirigieron a la iglesia de la Purísima que es la del santo hospital, donde se cantó el “Veni Creator” y una salve y, acto seguido tomaron posesión” (según acta correspondiente en el Libro de la Fundación que conservan las monjas).

Desde entonces, en que el Ayuntamiento se comprometió a aportar anualmente la cantidad de seis mil reales y las medicinas necesarias para los allí acogidos, las “Monjas del Asilo” no han faltado a su compromiso con la ciudad, venciendo dificultades sin cuento que no han concluido en nuestros días.

El Cronista recuerda la imagen de la desvencijada tartana de las monjas, por los caminos entonces polvorientos del municipio, pidiendo limosna, en metálico y en especie por los caseríos del campo en época de recolección, cuando los residentes carecían de asistencia social alguna. Sin embargo, la buena administración y la decidida apuesta de la Orden de las Hermanitas por Caravaca, dio como resultado la construcción de la actual residencia, en la fecha indicada, con un presupuesto inicial de cincuenta millones de pesetas.

En la actualidad, gracias a la entrega y desinteresada labor de las diez hermanitas de la orden de Sta. Teresa de Jesús Jornet e Ibars, la casa cumple cuarenta años y funciona con 150 residentes de los que setenta son varones y 80 mujeres, estando inválidos 30 mujeres y veinte hombres.

Cuarenta y tres personas externas, más cinco voluntarios fijos se ocupan de ayudar a las monjas en la atención a los residentes, costando mucho dinero abrir las puertas cada día ya que las nóminas mensuales ascienden a más de 40.000 euros, cantidad a la que hay que sumar la seguridad social de lo empleados, y los 13.000 euros que cada mes se consumen en calefacción, energía eléctrica y agua. La alimentación del personal acogido ronda mensualmente los 15. 000 euros.

A todo ello hacen frente las monjas, para quienes todos los días del año son iguales, en jornada ininterrumpida de veinticuatro horas. En el interior de la casa reina la paz y la alegría. Los ancianos allí acogidos son tratados con cariño y profesionalidad en dosis inconmensurables, y nada falta en la sana y pacífica armonía que reina en el espacio. A pesar de las estrecheces económicas y gracias a la generosidad de algunos benefactores, a veces incluso se ahorra para reformas internas y externas pues según la monjas “los ancianitos” lo merecen todo. Visitar el lugar, siempre con sus puertas abiertas a cuantos llegan hasta allí, es una experiencia gratificante que conforta el cuerpo y también el espíritu.

En el interior de sus muros se produjo el milagro definitivo que permitió la canonización de la fundadora de la Orden, la ya mencionada Sta. Teresa de Jesús Jornet, como recuerda un gran cuadro situado a la entrada de la casa: el restablecimiento sobrenatural de una enfermedad incurable que sufría el vecino de Caravaca D. Elías Elum Vives. La santa fue beatificada el 27 de abril de 1958 y canonizada el 27 de enero de 1974 por el papa Pablo VI, coincidiendo con la fiesta de la fundación de la Congregación de las Hermanitas en la ciudad de Barbastro (Huesca).

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