Ya en la calle el nº 1041

El arco poético del muchacho de Grafton Street

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Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

ANTONIO F. JIMÉNEZ

Si alguna vez en mi vida me mandaran entrevistar a Glen Hansard, creo que la primera pregunta que le haría, asumiendo todos los riegos de su biBono y Glenografía, sería la siguiente: «Oye, Glen, (porque sería una entrevista así informal, quién sabe si de noche, tomándonos unas Guinness en una taberna irlandesa mientras las gotas de la lluvia, que humedecen las callejuelas empedradas de Joyce, repiquetean en el cristal de la ventana dublinesa, porque Glen Hansard, que no se me olvide, es irlandés sólo con mirarle; lo típico vamos: la barba y el cabello pelirrojos, los tirantes, las camisas de granjero, de un azul verdemar, y un vibrato en su voz, en su voz cuando hace los altos, así como muy del folclore irlandés, muy de las tradiciones arraigadas a la música de campiña, también muy del techo grisáceo, del rincón de la chimenea y de las calles lóbregas de Dublín, en Grafton Street, por donde salen a tocar en Navidad Glen Hansard y más músicos irlandeses —Damien Rice, Lisa Hannigan, Bono, etc—, que una vez dijo Glen una cosa muy de sueño navideño en una entrevista: «Me encantaría pensar que todos van a casa en Navidad. Entonces, ¿qué tal si tienes a Lou Reed en Nueva York, y tienes a Radiohead en Oxford y a Coldplay en Londres, y tienes a Paul MacCartney en Liverpool, a Bill Callahan en Austin o lo que sea? ¿Qué sucedería si solo ellos tocaran música en las calles en la Nochebuena en sus lugares de origen, y solo hicieran algo de dinero y se lo dieran a los refugios? Nosotros lo hacemos para los sin techo en Dublín», aun sumiendo la nieve, la lluvia, los grados bajo cero, «sin seguridad, sin toda la mierda, sin sonido principal, sin luces, sin escenario. No tiene ningún costo. Y haces algo de dinero ‘pasando la gorra’ y obtienes el sentido de la comunidad». Ya vemos que no es Glen Hansard de esa clase de músicos que se embarnizan hasta tal punto que se vuelven estatuas intocables. A Glen Hansard le gusta que la gente sonría con su música cerca de él. Por ejemplo cuando el público grita de entusiasmo si suenan las primeras notas y arpegios de Falling Slowly. Este tema, del disco ‘The Swell Season’, que grabó junto a Markéta Irglová, y con la que protagonizó la película ‘Once’ de John Carney, que ha sacado ahora ‘Begin Again’, ganó un Oscar en el año 2008 a mejor banda sonora. Pero dos días después de la nominación sucedió algo. Un periodista checo había encontrado una grabación de Glen Hansard y de Markéta Irglová del año anterior tocando Falling Slowly en un club. Y no se puede tocar la canción públicamente antes de la producción de la película. El caso es que les descalificaron, pero Bono, San Bono, de U2, le preguntó a Glen Hansard si podía echarle una mano. Le dijo: «El arco poético de la canción es lo que está por encima de todo. La poesía es lo que impulsa al mundo. Necesitamos completar la poesía. Un muchacho de Grafton Street haciendo esta película con sus compañeros y luego terminar en el escenario de Kodak de Los Ángeles, eso es un arco poético que necesitamos completar». De este modo, Bono, San Bono, envió una carta a la Academia. Antes le advirtió a Glen: «No puedo intentar ayudarte con la nominación, pero hablaré sobre poesía». Eso hizo. Y ganaron el Oscar. Victoria. No es casual que yo nombre ahora a Bono. Una de esas noches navideñas, que estaban Glen y la panda tocando Silent Nicht, se oyó entre las gentes un murmullo que pronto acabó en jaleo. Y como si viniera de hacer esquí, como si emergiera de un alud, con esas gafas que se gasta, salió Bono de la marabunta, sonriente, y se puso donde Glen y los otros a cantar villancicos. «Él ha sido muy amable. Cada año ha salido y siempre es una grata sorpresa para el público cuando se muestra en Navidad. Son sólo un par de miles de personas en Grafton Street viendo a unos tipos cantar canciones», dijo Hansard en otra entrevista), en la mía, imaginada, antes de la primera pregunta, le daría yo un trago fuerte a la Guinness, miraría el humo blanco salir de las chimeneas de Grafton Street, muy anochecido, y le diría a Hansard, «oye, Glen (él con la barba ya muy crecida, envejecida incluso), a ver, hace poco te vi tocar otra vez Falling Slowly en un concierto con Lisa Hannigan y con el violín inmortal de John Sheahan de The Dubliners. Me encanta esa canción, y en su día estuve un año que no podía dejar de escucharla. De esas manías que suceden a veces con la música, ya sabes. Pero ocurre que siempre que hablo con un músico sobre su canción mítica, la más aplaudida, se aburre y quiere hablar de otra cosa, de nuevos proyectos. ¿A ti te fastidia que el púbico siempre te pida Falling Slowly? ¿O quieres que hablemos de tus proyectos en mente?» Y él, Glen Hansard, con sus ojos saltones y redondos, la espuma de la pinta colándosele por la selva de su barba, me diría, acaso con ese toque de John Wayne en ‘El hombre tranquilo’: «Ey, muchacho, ¿quién soy yo para aborrecer el arco poético de Grafton Street?»

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