Ya en la calle el nº 1037

El año de la esperanza incierta

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Pedro Antonio Martínez Robles

El 31 de diciembre de 2020 teníamos la sensación, también la esperanza, de que tras las simbólicas uvas de Nochevieja con las que cerrábamos un año de confinamiento, de calamidades, de enfermedad y muertes alarmantes en el que el miedo y la incertidumbre nos hicieron naufragar en un tiempo que no comprendíamos, un tiempo en el que nos costaba admitir que tanta adversidad pudiera alcanzar a nuestra sociedad segura, confiada, cómoda y sumida en ese agradable estado de bienestar que tanto y tan bien nos han vendido en los medios de comunicación; tras ese gesto, digo, de comernos las uvas en la intimidad de nuestros hogares, sin la posibilidad de escuchar las campanadas bajo el reloj de la villa, bajo todos los relojes de todas las villas del mundo, para dar la bienvenida al nuevo año, teníamos la sensación, también la esperanza, y la débil convicción de que amaneceríamos en un año diferente, que todo habría de cambiar al día siguiente como por ensalmo y todo, absolutamente todo, volvería a ser como antes; que las calles habrían de llenarse como de costumbre, como si nada hubiese ocurrido, como si ya no gravitara sobre nosotros amenaza alguna, y que la pesadilla del mal, del confinamiento que limitaba nuestras libertades, el miedo y la pavorosa imagen de una muerte nueva iban a quedar en un capítulo definitivamente cerrado, que las máscaras iban a caer, que volverían los abrazos y los besos, ese contacto tan necesario de la mano en la mano, de la boca en la boca, del labio en las mejillas, del pecho en el pecho… Pero no ha sido así. Es cierto que en esta marejada, en este fatal oleaje de la pandemia de nuestro siglo, el mal nos ha permitido pequeños respiros, ciertas ilusiones, algunos permisos plagados siempre de advertencias. Con más temor que seguridad fueron cayendo las mascarillas en las calles; se nos permitió el retorno a los bares, a las conversaciones ante un vaso de vino o una cerveza, con un aforo del 40, del 50, del 75 y hasta del 100 por cien en algunos casos; la vuelta a los conciertos, a las ferias y presentaciones de libros, a los cines y teatros en los que al principio había un par de butacas juntas ocupadas por letreros para garantizar una distancia adecuada entre los asistentes, y luego una sola butaca con el cartel, y luego ninguna, nos hizo albergar ciertas esperanzas, nos dio confianza… Y casi volvió la normalidad; no la eufemística “nueva normalidad” que tanto nos han anunciado, sino la normalidad de siempre, la buena, la que nunca debió abandonarnos. Y así regresamos a nuestras actividades sociales y culturales, a nuestras relaciones de costumbre con un ímpetu renovado, como si ya estuviéramos libres de toda amenaza.

Hace apenas un par de meses, en la época de mayor bonanza, en el respiro más grande que nos dio esta jodida pandemia, escuché los primeros ensayos de tambores y cornetas en un proyecto de recuperar las procesiones de Semana Santa, pero hace días que ya no oigo ese rumor de parches y metales llenando el aire; también hace apenas unas semanas se concertaban reservas en bares y restaurantes para las celebraciones de comidas navideñas, reservas que han ido cayendo por esta nueva cresta de una ola que no cesa, reuniones a las que se renuncia, por miedo, por prudencia o por obediencia a unas normas que ya van hastiando a casi todo el mundo. Me pregunto si esta docilidad en la conducta de la inmensa mayoría de los ciudadanos ante un protocolo tantas veces arbitrario, tantas veces contradictorio, tantas veces insostenible, y tantas veces sin un seguro fundamento científico, no acabará cansando al mundo y termine por provocar, frente a esta pandemia y los que tienen la complicada tarea de gestionarla, una gran rebelión de rebaño, de “rebaño”, como se nos dio en llamar durante los primeros meses y tanto tiempo.

Entretanto, aguardo impaciente las próximas doce campanadas que nos conduzcan al nuevo año con la esperanza incierta de poder escucharlas bajo el reloj de la villa, de que puedan ser escuchadas bajo todos los relojes de todas las villas del mundo.

 

6 de diciembre de 2021

 

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