Ya en la calle el nº 1037

El alcalde Amancio Marsilla

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JOSÉ ANTONIO MELGARES

Amancio nació en Bullas en 1929 y es hijo del acaudalado propietario Blas Marsilla Melgares y de su esposa Luz Marín de Cuenca. Aunque su niñez transcurrió en el lugar de nacimiento, pasaba largas temporadas en Caravaca, con su abuela paterna Mercedes Melgares y Melgares, comenzando su formación en el colegio Cervantes de nuestra ciudad. Sin embrago, por decisión de su padre, muy pronto fue alumno interno en el colegio de Santo Domingo de Orihuela, que regentaban los PP. Jesuitas, lugar del que no conserva buenos recuerdos, y posteriormente en el Real Colegio de Alfonso XII de San Lorenzo de El Escorial que regentaban y aún siguen haciéndolo, los PP. Agustinos, lugar del que, en cambio, si guarda los mejores recuerdos de su adolescencia. Siguió la cerrera de leyes, licenciándose en Derecho por la Universidad de Madrid, entonces en la calle de San Bernardo, que tantos mayores recuerdan con especial cariño.

El alcalde Amancio MarsillaInicialmente no llegó a ejercer la carrera de abogado, dedicándose a la política local muy joven ya que fue nombrado alcalde de Caravaca, a comienzos de 1961, con 32 años (sucediendo en el cargo al médico Ángel Martín Hernández), por el Gobernador Civil de la entonces Provincia de Murcia Antonio Luis Soler Bans, quien siguió para ello la normativa de la época en que los gobernadores civiles hacían y deshacían a su antojo, sin mediar elección democrática alguna.

Amancio confiesa que su padrino político fue el entonces Jefe Provincial del Movimiento el general Hernesto Andrés Vazquez, quien le propuso para el cargo, y a quien se negó en principio alegando que el denominado Régimen imperante se había apartado de las ideas de la Falange de José Antonio Primo de Rivera (fundador, como se sabe, de aquella ideología política) que él profesaba. Sin embargo, era preciso sustituir a Ángel Martín y el Gobernador insistió logrando el sí de Amancio sin mucho esfuerzo. Su toma de posesión, en el Ayuntamiento local, constituyó un acto de adhesión al sistema, en presencia de muchos alcaldes de la Provincia y de todos los de la Comarca.

Al Ayuntamiento se llegaba entonces con concejales instalados en él, que agotaban su mandato de cuatro años (en este caso y entre otros: Pepe Gómez, Martín Robles y Luis Jiménez), siendo sustituidos por personas de confianza conforme iban cesando en sus cargos. Recuerda Amancio haber nombrado, entre otros, a Juan Montoya Rico, Telesforo Baquero, Juanito Godínez, Pepe Pozo, Julián Sánchez Marín, Pedro Angosto, Matías Albarracín Crespo y al médico Alfonso Zamora, todos ellos de su círculo íntimo de amistades. De igual manera se nombraban los pedáneos en las pedanías, por lo que, entre otros, nombró a Anastasio Aznar López para La Almudema, Ángel Marín para Benablón, Filo para Barranda, Pascual para Archivel, Ángel Romero en Singla y Manuel Marín en La Encarnación.

Durante su mandato como alcalde local recuerda como principal logro la recuperación del antiguo nombre de la ciudad: Caravaca de la Cruz, que con el paso del tiempo se había simplificado, lo que había de conceder el Consejo de Ministros. En principio fue denegado, recurriendo el Ayuntamiento y obteniéndolo finalmente. (El expediente se inició el 13 de febrero de 1961 y la concesión tuvo lugar en el Consejo de Ministros celebrado en el Palacio de El Pardo, y presidido por el General Franco, el 9 de marzo de 1962).

Asimismo recuerda haberse plantado, durante su época como alcalde, los pinos del último tramo de la Cuesta del Castillo. Haberse construido el cementerio de Los Royos. Heber nombrado hijos adoptivos de la ciudad a los hermanos (diplomáticos ellos) Fernando y José Sebastián de Erice. Haber sido instalado el alumbrado público en la calle Larga (que carecía de él); el apoyo a la singladura de la emisora local Radio Caravaca que dirigía el sacerdote José Freixinós Villa, y la construcción del Mercado de Ganado (según planos del ingeniero Ramón Melgarejo Vaillant, Conde de Reparáz), en el paraje de la Loma del Arca. Otros sucesos acaecidos durante su mandato fueron la inauguración del servicio de Ferrobús ( el 1 de febrero de 1964), que sustituyó al viejo tren de máquina de vapor, y la inauguración y bendición de la iglesia de La Candelaria de Barranda, pocos días después, por el obispo de la diócesis Ramón Sanahuja y Marcé.

Sin embargo, no pudo adquirir la Plaza de Toros (entonces propiedad de un particular residente en Madrid), para lo que se valió de la influencia del bullero obispo de Almería Alfonso Ródenas, no siendo finalmente posible por la falta de liquidez económica del Ayuntamiento. Tampoco pudo evitar la partida de los Misioneros Claretianos, custodios hasta 1964 del Castillo y del culto a la Vera Cruz, a pesar de su súplica al obispo de Albacete, y luego cardenal, Arturo Tabera, superior general de aquellos. Sí que logró, en cambio, del Obispo Diocesano mencionado, el nombramiento de Capellán para el Santuario, en la persona del sacerdote Antonio Valera Caravaca.

Amancio recuerda que en su toma de posesión no sólo juró el cargo, sino los entonces denominados Principios Fundamentales del Movimiento, y que al empleo de Alcalde se sumaba el de Jefe Local del Movimiento, con obligación de vestir el uniforme de tal (pantalón negro y chaqueta blanca con el Yugo y las Flechas en el pecho), que le hizo a medida el sastre local Amadeo Caparrós.

Lo peor de sus cinco años al frente de la Alcaldía fue la falta absoluta de medios económicos. No había nunca dinero para acometer proyecto alguno, y a veces hasta eran precisos favores particulares del Delegado Provincial de Hacienda para pagar la nómina de los funcionarios. Los pocos ingresos que tenía el Ayuntamiento provenían de los cánones impuestos a ciertos productos alimenticios, y las multas (entonces muy pocas y todas ellas por delitos de orden público, que muchas veces, por ser los infractores amigos, o hijos de amigos, había de suplirlas el mismo alcalde)

Nunca tuvo problemas con el Gobernador, su superior inmediato. Tuvo alguna reunión en Madrid con algún ministro y nunca vio en persona al Jefe del Estado.

Su consejero personal, de quien recibía gustosamente consejos para el buen gobierno, fue el abogado Luis Martínez Carrasco, y convivió en las responsabilidades locales con el Juez de Instrucción José María González Templado, con el Juez Municipal Roberto Torres, con los Hermanos Mayores Mario Moreno, José Abril Álvarez y Manuel Álvarez Moreno, y con los párrocos José Barquero Cascales y Antonio Ortiz Martínez.

Recuerda con afecto al cabo de la Guardia Municipal: José el Parrala(que no sabía leer ni escribir y echaba mano de sus subordinados para evacuar informes), y especialmente a Juan del Toro, compañero de profesión, con quien abrió despacho tras su cese, en un 7º piso de edificio de la Gran Vía, a donde algunos clientes del campo se negaban a usar el ascensor, subiendo las siete alturas a pie.

Amancio Marsilla Marín cesó como alcalde por propia iniciativa, en 1966, a petición de su padre, y por el deseo de dedicarse al ejercicio de su profesión, sucediéndole en el cargo José Luis Gómez García. Sin embargo la poliédrica personalidad del personaje no acaba aquí. En ocasiones posteriores me referiré a sus facetas festera y de hombre de teatro, en cuyas actividades es preciso detenerse para entender en su verdadera dimensión aquella época que hemos convenido en denominar el Ecuador del Siglo XX y que supone el antes de ayer de nuestra generación.

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