Gollarín, el nacimiento de una editorial

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Luis Leante / Escritor

Posiblemente la edición de libros sea el trabajo más bello y gratificante que conozco, a pesar de los sinsabores que a veces trae consigo. Sin duda, si tuviera que elegir entre editar libros o escribirlos, me quedaría con lo primero. Mi experiencia en el mundo editorial ha pasado por distintas etapas y de todas he aprendido algo. Pero tal vez la más emocionante, por lo que supuso de iniciación y aprendizaje, fue la fundación de Gollarín.

En la primavera de 2005, dos «lunáticos» que habían creado años atrás un periódico local, El Noroeste, convocaron a otros diez «lunáticos» para fundar una editorial que de alguna forma siempre estuvo ligada a El Noroeste. Me estoy refiriendo a Francisco Marín y Juan Antonio Lloret. El resto fueron, o fuimos, Miguel Sánchez, Arturo López, José Tomás Giménez, Juan Francisco Navarro, Miguel Ángel Díez, Pedro Juan Marín, Juan Antonio Marín, José María Marín, Enrique Leante y yo mismo. Tras un emocionante cruce de correos electrónicos y llamadas, más algún SMS, finalmente nos reunimos en Cañada de Lentisco el 21 de mayo. Aquella primera reunión duró doce horas. Y de allí surgió el empeño de fundar una editorial con capital privado, sin ayudas ni subvenciones, para publicar a autores caravaqueños, en principio, y después autores murcianos y luego dar el salto mortal hasta donde llegaran nuestro entusiasmo y el capital. El entusiasmo era mucho y el capital, el justo para arrancar.

Y así, con mayor o menor experiencia en la edición, pusimos en marcha una maquinaria compleja e impredecible. Nos proponíamos editar libros buenos y bellos. Y, además, iban a ser libros hechos a la antigua usanza, es decir, con fotolitos, planchas y encuadernación tradicional. Planeamos lanzar tiradas limitadas y publicar pocos libros al año, aunque esperábamos hacer reediciones o reimpresiones. La meta era sacar libros de largo recorrido, frente a las novedades que apenas duraban quince días en las librerías. Decidimos llamar Gollarín a la Editorial por la finca en la que escribió algunos de sus libros el escritor caravaqueño Gregorio Javier (1929-1974). En realidad, la finca se llama Bollaín, pero en Caravaca le deformamos el nombre hasta olvidar el original. Precisamente, el tercer libro de la editorial fue Siglo XX, novela de Gregorio Javier publicada en 1965. Pero eso es adelantarme a la historia.

En septiembre de 2005, nos estrenamos con una novela mía, El vuelo de las Termitas. La segunda fue Tantos ángeles rotos, de Miguel Sánchez Robles. La editorial se dio a conocer a los medios de comunicación y a los caravaqueños el lunes 31 de octubre en la Posada de la Compañía. Fue una salida muy cuidada en todos los detalles. Cada uno había hecho su trabajo a conciencia. Arturo López había diseñado el logo y se encargaba de las portadas. Otros se encargaban de las cuestiones administrativas y económicas que, en mi opinión, eran las más complicadas. También la comunicación con los medios y distribuidoras tuvo sus especialistas. Mi trabajo era de editor de mesa hasta donde daban mis conocimientos, siempre con la ayuda de Miguel Ángel Díaz, experto impresor y socio de la editorial. Allí estuvieron con nosotros en la puesta en escena el periodista Eduardo Sotillos y Fernando Armario, director general de Archivos y Bibliotecas, fallecido hace unos meses. Aquel arranque no estuvo nada mal. Es más, estuvo muy bien.

Elegimos el nombre de Bigornia para la colección de narrativa porque Arturo López nos contó que la bigornia era una herramienta, un yunque, que se utiliza en la forja. De alguna manera queríamos reivindicar libros que se trabajaran como los metales, dándoles forma para que durasen siglos. Y la editorial empezó a moverse como un velero que se echa al mar, expuesto a merced de los vientos; en nuestro caso, a merced de los lectores. Y los lectores fueron generosos con Gollarín. Aunque la previsión era publicar dos o tres títulos al año, de distribución nacional, enseguida empezaron a llegar manuscritos. La mayoría eran de España, pero también recuerdo alguno de Cuba y México. No resultaba fácil resistirse a la tentación, pero creo que teníamos los pies sobre la tierra y la editorial siguió con pasos cortos hasta 2007. Ese fue el año de lo más parecido a una refundación. Los socios fuimos descolgándonos por el camino. Francisco Marín se puso a los mandos en solitario y siguió con la editorial hasta el día de hoy. El panorama editorial en la Región ha mejorado desde entonces. Han surgido nuevas y buenas editoriales. El Noroeste y Gollarín han seguido de la mano por caminos que supongo no siempre fueron fáciles. Francisco Marín ha creado otros sellos editoriales y ha terminado siendo presidente del Gremio de Editores de la Región de Murcia. En 2005, el 90% de las publicaciones en la Región de Murcia se hacía desde los organismos públicos, y el libro murciano no alcanzaba el 1% de la producción española. Ahora hay más de veinte sellos editoriales, pero Gollarín estuvo en el origen de todo. Y ahí sigue.

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